Libertad de expresión

Datos personales

Mi foto
Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

4.10.25

RELATO: A escondidas



Las noches comienzan a ser fresquitas, y aunque el día ha estado estupendo para ir a la playa, ahora, justo cuando el sol me había dado las buenas noches, agradezco haber cogido una sudadera, aunque en realidad sé perfectamente que mi cuerpo no tiembla por el frío, si no por las ganas de verte.
Sentada en uno de los dos bancos que comprenden la superficie donde te espero, me resulta extraño pensar en la cantidad de años que han transcurrido desde la última vez que quedamos aquí, tú no habías cumplido ni los 20, y yo, me consideraba mujer madura sin haber llegado a los 30 ¿Tanto tiempo ha pasado? El estar de nuevo aquí, en el silencio de la noche, con las copas de los árboles como alfombras, que siguiéndolas hasta su fin, me llevan al mar en calma que tantas veces fue testigo de nuestros encuentros. Todo parece seguir igual, excepto alguna pintadilla de los más rebeldes de la actualidad, porque en nuestros años, los rebeldes fuimos nosotros, todo sigue siendo igual. La paz que envuelve el ambiente, los aromas a pino y mar, el cielo estrellado, y esa sensación de estar flotando en una especie de paraíso improvisado, nuestro pedacito de paraíso, como solíamos llamarlo cuando no queríamos que otras personas conociesen nuestro lugar de encuentro. Es extraño que con tantas veces que nos vimos en este lugar, nunca fuimos interrumpidos, cuando el bunquer era conocido por todo el pueblo. Quizá lo hicimos nuestro de verdad y jamás lo supimos. Lo llamábamos por su nombre real solo cuando estábamos solos, nuestro bunquer, me susurrabas después de cada beso, mientras me apartabas el flequillo de los ojos ¿Cuántas horas no habremos dedicado a mirar el mar desde aquí? Lo contemplábamos en silencio, casi siempre bajo un manto de estrellas, los bancos no eran muy cómodos, pero tú hacías que yo estuviese cómoda. Te sentabas apoyando la espalda en el lateral del banco, justo en este, en el que estoy ahora, no sé cómo eras capaz de soportar el hierro que se te clava en medio de la columna vertebral tantas horas; mantenías una pierna doblada por la rodilla subida al banco, y la otra, en el suelo, y me invitabas a sentarme justo en medio, donde me rodeabas con tus brazos y me olías el pelo, y entonces, mientras el mar nos cantaba su canción favorita, fue cuando bautizaste nuestro bunquer como nuestro pedacito de paraíso, si me concentro, aún puedo escuchar mis carcajadas de niña enamorada.
Dicen que cuando estás enamorado de verdad, y estás con esa persona, el tiempo se detiene, para que el amor fluya sin prisa y pueda consolidarse en ambos corazones para toda la eternidad. En mi corazón sigue existiendo ese amor hacia a ti, después de tantos años, y aquí, respirando los aromas del recuerdo, casi puedo palparlo.
Algunas voces, que supongo que van de recogida tras un paseo más largo de lo habitual, pasan por debajo del bunquer, y como ha ocurrido siempre, ni si quiera saben que estoy aquí, esperándote. Algunas cosas nunca cambian.
Estoy nerviosa, hace tanto que no nos vemos, que intento imaginarte ahora, siendo hombre ¿Qué le diría el hombre al chiquillo que me esperaba aquí cada noche? Yo intento buscar a la muchacha inocente que esperaba ansiosa a su cita secreta, y la veo aparecer como un reflejo fugaz, pero no quiere oírme, viene y va, como el mar de fondo, pero no se queda, lástima, tengo tanto que contarle... Ella vaga cerca de mí, puedo sentirla, pero no se acerca, sin embargo, entre la tímida negrura de la sombra que provoca la luna en los pinos, observo cómo me mira atónita, impaciente, y cuando deshago mis ojos de su presencia, puedo escuchar con nitidez sus palabras, esas palabras que me han perseguido desde la última vez que nos vimos, y que una vez tras otra, he intentado callar. Debiste seguir esperando...
Me levanto del banco y me dirijo hacia la barandilla, no dejo de admirar las estupendas vistas, es un paisaje tan hermoso... Cuando es de día, observarlo es maravilloso, el contraste de colores siempre te aporta diferentes sensaciones. Primero el intenso verde de las copas de los pinos que envuelven la superficie más cercana, dando la sensación de estar flotando en la mismísima esperanza, luego, seguidamente, la blanquecina arena, que sin tocarla, sabes que es tan suave como el pelaje de un gatito; y por último, la paleta azul, con tonalidades tan diferentes del color que confunden los sentidos, a veces azul intenso, oscuro, como si el mar estuviese enfurecido, como si su profundidad no tuviese límites; otras, celeste, tan vivo, alocado, impaciente, que más que un mar parece un chiquillo hiperactivo; y la modalidad que más me gusta porque me recuerda a ti, el azul transparente con ramajos verdes, que me ofrece el fondo del mar a través de sus olas, pero que desde la distancia, desde dónde me encuentro ahora, dibuja en su superficie motitas verdes, desordenadas, dispersas sin ningún tipo de serie, como si se hubiese derramado la botella que contiene la buena ventura.
Ahora, a la oscuridad de la noche recién nacida, los colores son menos intensos, pero las vistas... insuperables. Los pinos se vuelven de color verde oscuro, la arena resalta en su blancura, contrastando en medio, como si supiese que ella es la separación de dos mundos muy distintos, como tú y yo, tú eres el verde del pinar, yo, el azul del mar. Y cuando es noche de luna llena... no parece que te encuentras en el mismo lugar, viajas a saber dónde, cualquier escondrijo que reserva la tierra para ti, para deleitar a tus emociones, a tus sueños. Definitivamente, sí, no pudiste escoger mejor nombre. Nuestro pedacito de paraíso...

¿Recuerdas la primera vez que nos vimos aquí? No era nuestro primer encuentro ¡Pero cuanto nos costó encontrar un lugar tan íntimo y con tanta belleza! ¡No nos lo creíamos! Ese día, como casi siempre, llegaste tarde a las clases jejeje, el profesor estaba tan acostumbrado a tu impuntualidad, que tenía cogida la hora exacta de tu "puntualidad". Yo me sentaba en la parte de atrás ¿Recuerdas? Y siempre que llegabas, lo más discreto posible, me guiñabas un ojo. Pero aquel día, la emoción de contarme que ya tenías el sitio idóneo para nuestros encuentros, te hizo acercarte a mi mesa, sin importarte lo que pudiesen pensar los demás, y me dijiste ¡Lo tengo! y corriste a tu mesa jajaja ¡Que mirada me echó mi compañera! Y qué nerviosismo se ancló en mi estómago ¿Qué lugar sería? Pensé, y la otra, que no quitaba sus ojos de mí, esperaba una explicación que jamás le di. Cuando conseguimos despistar al resto en la hora del desayuno, me lo dijiste emocionado, pero yo, la que más temía ser descubierta en nuestros encuentros, no te demostré la misma emoción. Te puse mil pegas, que no me parecía seguro, que si estaba muy a la vista, que todo el mundo conocía el sitio... pero tú insistías que era el mejor lugar del mundo, que estaba construido para nosotros, que ese espacio no existiría si no estuviese destinado para ambos ¡Cuanta palabrería utilizaste para convencerme! ¿Recuerdas? Y al final, uno de tus besos terminó por persuadirme en un sí, eso, y la extrema confianza que me daban tus ojos negros ¡Probemos! te dije entonces, y nunca volvimos a vernos en otro lugar que no fuese éste.
Era como si al llegar, ambos, nos hiciésemos invisibles, nos desprendíamos de nuestra verdadera identidad, éramos las mismas almas con otros cuerpos, irreconocibles bajo la luz de las estrellas, imperceptibles para los ojos de los demás, desapercibidos para el resto del mundo, o eso sentíamos.
Construíamos nuestro futuro en un sueño a diseño, algún día recordaremos estos momentos como algo muy lejano, decías, contaremos a nuestros nietos cómo intercambiábamos amor bajo la luna, relatabas entusiasmado, ¡Los traeremos y seguiremos reviviendo los recuerdos! gritabas, e inmediatamente yo, entre risas y contagiada por tu alegría y sueños, te tapaba la boca dulcemente y te atraía a mis brazos, y decía ¡Ojalá! 

Con lo valiente que siempre fui, aun sigo sin entender porque no lo era cuando se trataba de nosotros. Recuerdo llegar a casa, después de uno de nuestros encuentros, y estar pensando en la próxima excusa para volver a verte ¡Qué tonta! Con lo sencillo que hubiese sido decir las cosas tal y como las sentía, haberme dejado llevar por los impulsos del corazón ¡Cuánto dolor y sufrimiento me hubiese ahorrado en los años posteriores! Sobre todo... cuánto daño te hubiese quitado a ti. Pero era tan joven e inexperta, tenía tanto miedo cuando se trataba de estar contigo, que entiendo que la clandestinidad era mi bote salvavidas en ese barco podrido y nauseabundo que me arrastraba hasta la isla de las mentiras y la decepción. A veces, para consolarme, o perdonarme, pienso que quizá no fuese el momento correcto, y que las cosas tuvieron que pasar de esta manera, quizá para madurar yo, quizá para enseñarte a ti. 
Al principio las excusas eran meditadas y preparadas ¿Recuerdas que me ayudabas a pensarlas para que no tuviesen error de credibilidad? Luego, todo importaba una mierda, incluso, a veces, deseaba que se enterase para que me dejase vivir en paz. Pero tú sentías miedo de que pudiese hacerme daño, y me decías que no te perdonarías que él pudiese hacerme algo, porque entonces, lo matarías. ¡Cuánto me gustaba esa protección que siempre me brindabas! Ponías cara seria, te enfurecías con tal solo pasar el pensamiento por tu mente, pero casi nunca me mirabas a los ojos cuando pronunciabas esas palabras, no porque mintieses, todo lo contrario, porque sabías que si aquellas palabras las pronunciabas buscando mi mirada, se harían realidad. 
Aquello no sería duradero, los dos lo sabíamos con certeza, él se acabaría enterando y todo nuestro mundo se desestabilizaría, en cierto modo, era lo que deseábamos, lo único que evitábamos era sufrir, sin ser conscientes que el sufrimiento más profundo era el aplazar poder estar juntos.
En más de una ocasión me confesaste que no soportabas más el pensar que mi cuerpo rozase el suyo, ni que mi almohada fuese compartida, que te quemaba el alma, me decías con los ojos brillantes, aguantando las lágrimas de tu desconsuelo. Pero la situación era tan complicada... y tenía tanto miedo... menos mal que siempre sabías comprenderme, y ante todo lo demás, mi seguridad era lo que más te importaba. Preferías sufrir y llorar en silencio, que pensar que el mínimo roce, acabaría conmigo ¡Cuánto he echado de menos esa protección durante todos estos años! ¡Nadie jamás me ha querido y protegido como tú! Una pena que me esté dando cuenta hoy, y no años atrás.

Comprábamos un par de litros, a cada encuentro le tocaba a uno de los dos, pero la hierba, la hierba siempre corría de tu parte jejeje ¡Ay, qué juventud! Y aquí, por encima del mundo, disfrutábamos del tiempo más espléndido que una pareja de enamorados pueda vivir. 
Me encantaba todo de ti, cuando te miraba al trasluz de la luna, con esos reflejos plateados bañando tu silueta, sabía que eras el hombre de mi vida, y deseaba con todo mi ser, que ésa noche, jamás se acabase. En más de una ocasión, pensé, que si en ese preciso instante, el mundo desapareciese, no me importaría, porque habría vivido contigo la extinción de la humanidad, y nuestras almas podrían viajar juntas, sin excusas, hacia donde estuviesen destinadas. Pero estos pensamientos nunca los compartía contigo, por miedo a que me tacharas de cursi jeje, aunque tú fueses el ser más romántico que sobre pisase la tierra. Me pillabas mirándote alelada, y con esa media sonrisa que tanto te caracterizaba, me decías ¡Te tengo enamoradita perdia! Y si me cogías bebiendo, echaba todo el liquido que tenía en la boca en ese momento y lo ponía todo perdido... y era entonces cuando tu sentido del humor terminaba por enamorarme del todo, porque siempre soltabas el típico comentario sexual que me ruborizaba hasta las pestañas ¡Qué felicidad me aportabas! ¡Eras único! Hasta ahora, aquí, mientras sigo esperándote, no me había dado cuenta de lo verdaderamente feliz que me hiciste en cada momento, ni en lo importante que eras para mí. 
¡Estúpida, estúpida, estúpida! Debiste seguir esperando...

Al día siguiente, después de cada quedada, nos resultaba muy complicado no buscarnos con la mirada, ansiábamos siempre el uno del otro, y buscábamos cualquier tontería para poder rozarnos, el prestarnos un bolígrafo (Sin sentido ninguno ya que trabajábamos con ordenadores) un clínex, una duda que no era duda, cerrar la ventana...todo valía, cualquier cosa era perfecta para poder rozarnos, para que nuestra piel sintiese el descanso de tantas horas sin tocarse. Cuando no podíamos porque había demasiada gente, nos conformábamos con las miradas. Tantas miradas nos intercambiamos, que incluso, llegamos a pensar que habíamos conectado mentalmente y que el diálogo verbal ya no era necesario entre nosotros, que éramos capaces de comunicarnos a través de nuestras mentes, de hecho, en más de una ocasión, nos asustamos por estar pensando lo mismo y al mismo tiempo, la gente se descolocaba cuando, cada uno en una punta de la clase, nos destornillábamos de la risa, y nadie sabía que nos reíamos de lo mismo, solos tú y yo. Así debimos de quedarnos siempre, solos tú y yo.
¿Y cuando me dejabas notitas pegadas en mi silla? Con aquel idioma extraño que fuimos inventando al paso, por si alguien cogía la notita antes que yo, para que no descifrase el mensaje. Las siglas TVB perdurarán siempre.

¡Cuántas veces hicimos el amor bajo este mismo manto de estrellas que me acompañan ahora! A la intemperie, con el frío del invierno, con el calor de la primavera. Miro el suelo de madera y trato de imaginarme una vez más, temblorosa por sentirte dentro de mí, por ser pillados, por perderte... ¡Qué pensará la gente si supiese que fui yo la que finalmente te echó de mi vida! Las tablas de madera me juzgan ahora, se ríen de mí, me insultan. No les guardo rencor, tienen razón. Ellas, que tanto vivieron junto a nosotros, son las únicas con derecho a juzgarme, ellas... y tú, porque ni yo misma soy capaz de perdonarme el haberte dicho adiós.

El encuentro de hoy es diferente. Aunque sigue siendo a escondidas. Un secreto. Pero, desgraciadamente, ni somos jóvenes, ni venimos para disfrutar del amor. Hoy volvemos a encontrarnos para despedirnos para siempre. El último adiós, de verdad.
Sigo asomada a la barandilla, dejándome los ojos en la oscuridad para buscar tu silueta dirigiéndose hasta aquí. Aun no te veo, estarás teniendo problemas para salir de casa, pero sé con certeza que vendrás, aunque sea con tres horas de retraso, y esta vez, esperaré. Esta vez no me iré hasta que no te tenga frente a mi y pueda abrazarte por última vez.
El frescor de la noche me hace tiritar de vez en cuando, me pongo el gorro de la sudadera, y sonrío sin querer, porque vuelven a mis recuerdos tus días de encapuchado feliz. Siempre ibas con el gorro de la sudadera puesto en nuestros encuentros, para que sea más difícil reconocerme, decías, hasta que me lo pegaste a mi, y entonces comenzamos a ser los encapuchados del bunquer. 
No puedo evitar vernos en cada esquina que me rodea ahora mismo ¡Cuántos recuerdos! Incluso he recordado momentos que pensaba que había olvidado, o conversaciones, ha sido pisar este lugar, y atolondrarse mi mente con tantos recuerdos. Parece que fue ayer...pero no, hace mucho más tiempo.
De repente me ha entrado pánico, no sé cómo reaccionaremos al volvernos a ver, tengo miedo ¿Volverá a surgir esa electricidad que sufrían nuestros cuerpos al encontrarse? ¿Se reconocerán nuestras almas? ¿Sentiremos el pasado como un sentimiento del presente? Lo único que sé, es que tengo muchas ganas de verte, de abrazarte, de olerte, de tenerte.

Cuando conseguimos afrontar nuestros miedos y pudimos dar el paso para estar juntos, recordábamos entre risas nuestros encuentros clandestinos, y siempre me decías, me parece mentira que hoy seas mía. Que palabras más bellas. Al fin habíamos conseguido ser el uno para el otro, y pensamos que la vida nos mantendría unidos para siempre. Una pena que nos equivocásemos. Hemos hablado en numerosas ocasiones de lo que sucedió, y ambos nos hemos perdonado, más tú a mí, porque yo a ti...poco tenía que perdonarte. Me alegró que pudiésemos llevar una relación de amistad, que al menos, al encontrarnos por la calle, no nos negásemos el saludo, me demostraste tanto...una pedazo de lección de vida me diste, y ahí fue cuando pude conocer, con total plenitud, lo extremadamente buena persona que eras, y que como tú, jamás encontraría a nadie en la vida. Pero desgraciadamente, nuestro tiempo había pasado, intentamos ser pareja y no pudo ser, muy triste, recordando tantos buenos momentos como vivimos, una pena muy grande, sobre todo por mi parte, ojalá en su momento hubiese sabido apreciar cuanto tenía conmigo y lo inmensamente valioso que eras. No supe verlo, ni apreciarlo, y cuando quise darme cuenta...ya era demasiado tarde. Al menos lo tengo como amigo, pensé para consolarme. El tiempo y la distancia hizo que el destino no nos volviese a juntar físicamente, aunque gracias a las redes sociales, siempre mantuvimos el contacto, y de eso, también tengo que estar agradecida, pues no me perdonaría nunca el no haberme podido despedir de ti.
No me veo capaz de decirte todo esto ahora cuando te vea, quizá por vergüenza, o quizá por miedo a tu reacción, por nada del mundo quisiera ofenderte. Creo que no hará falta decirte nada, serás capaz de leerlo en mis ojos.
De nuestra relación poco tengo que decir, que me hiciste muy feliz durante ese período, y que todavía, hoy, aunque tenga mi vida hecha y estoy bien y feliz, te sigo recordando como el hombre de mi vida, el único que me amó de verdad, el único que nunca me hizo daño, que me quiso con la más sincera pureza, creías en mí, me valorabas como nunca nadie lo ha hecho, me apreciabas, y me amabas con cada partícula de tu ser, y eso...solo ocurre una vez en la vida, si es que ocurre, y yo...lo dejé escapar. ¿Pero sabes qué? Que pienso que cada cosa ocurre por alguna razón, y que si no cuajó, fue porque no tenía que cuajar, quizá debía seguir aprendiendo de la vida, y tú lo hacías todo demasiado fácil, cuando a mí...siempre me gustó complicarme sin necesidad, lo difícil me fascina. 

Hace unos meses soñé contigo. Un sueño muy extraño. Me hizo pensar de nuevo en ti, y te hablé, simplemente por saber cómo te iba la vida. Había visto algunas fotos, y me alegraba verte tan feliz. Habías conseguido el trabajo de tus sueños, cambiado de coche, tenías una pareja preciosa y todo parecía estar bien. Sonreí. Te mereces todo lo mejor, nunca te deseé lo contrario.
Que tristeza cuando hablamos y me diste la noticia...todavía me es imposible quitarme el amargor en la garganta ¡Cuántas lágrimas he derramado desde entonces! ¡Cuánta presión en el pecho por la impotencia de no poder ayudarte! ¡Cuánto dolor en mi corazón! El mismo corazón que te quiso tanto...
No puedo evitar derramar lágrimas cada vez que pienso en ti, es tan injusta la vida amigo...¿Y por qué tú? ¿Y por qué a ti? Que estupidez ¿No? Hacerse ese tipo de preguntas, cuando ambos sabemos que nadie tiene culpa, y mucho menos las respuestas que buscamos. 
Tengo cáncer, dijiste, y el silencio sepultó mi razón. No podía ser cierto. No, aquello debía de ser un error. Tú no.
Tú no.

Te veo de lejos. No has cambiado nada entre las sombras. Sigues siendo el mismo chiquillo nervioso que anda hacia mí, mirando de vez en cuando hacia atrás, para asegurarte de que no te sigue nadie. Y de repente, parece que el tiempo no ha pasado, que el ahora no existe, que hemos viajado al pasado, que tú vuelves a tener los 20, y que yo, esta vez, sigo esperándote.

No hay comentarios:

Publicar un comentario