Libertad de expresión

Datos personales

Mi foto
Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

18.5.20

RELATO: Crisálidas de Plástico

Las expectativas, en principio, eran favorables, según nos comunicó el doctor, el proceso sería largo, mas no había de qué preocuparse, el viento soplaba a nuestro favor.
El mundo médico a veces es tan complicado y enrevesado, que las palabras pierden su valor. Las intenciones del doctor eran buenas pero no ciertas. Mis hermanos y yo sabíamos a la perfección que había comenzado la cuenta atrás, bastaba con mirar el brillo de sus ojos grandes y marrones, en ellos podíamos leer una despedida inminente. Aun así, el médico no perdía la esperanza, confiaba tanto en sus métodos que se dejó cegar por el yugo de la subjetividad, apartando sin querer, las leyes de la naturaleza y la realidad.

El día que le diagnosticaron el cáncer, almorzamos todos en familia, en casa de Mamá. Ella había cocinado sus famosas lentejas, y la mesa estaba repleta de deliciosos manjares, no lo dijo, pero estoy seguro que se había pasado toda la noche metida en la cocina. Mamá era así, siempre dispuesta a servir a los demás. Los niños jugaban de un lado a otro, molestando al perro, pasando por debajo de la mesa, formando una escandalera insoportable para los oídos, pero ninguno de nosotros podíamos reñirles, Mamá se enfurecía si no dejábamos disfrutar a sus nietos. Ella decía "Mi casa está construída para las risas de los niños. A quien no le guste, que se vaya" Mis hermanos y yo, educados bajo su temperamento, no nos atrevíamos a desafiar sus órdenes, todos la habíamos conocido enfadada, el jaleo de los niños comparada con su mala leche, era canto celestial.

Sentados alrededor de la mesa, disfrutando de una charla apacible, Mamá ultimaba los platos en la cocina. No consentía que ninguno de nosotros la ayudara, la pobre había sido educada por una sociedad machista, así nos lo había inculcado, y a pesar de ser consciente del cambio que presentaba la humanidad, ella seguía sumida en el patriarcado.
Todos comenzamos a aplaudir al verla aparecer con la gigantesca olla, eso le encantaba, ver cómo sus hijos alababan sus dotes culinarios, desde pequeños actuábamos igual, y ahora que lo pienso, casi lo habíamos convertido en una tradición familiar.
Mientras colocaba el recipiente sobre la mesa, su cara comenzó a reflejar unos gestos rarísimos, pensamos que estaba de broma, era típico en ella, esas bromas pesadas que nos ponían a todos la piel de gallina, pero que la hacían reír a carcajadas. Inocentemente le seguimos el rollo, exagerando nuestra actitud de preocupación. Sin embargo, Mamá seguía gesticulando aquellos movimientos tan extraños, hasta desplomarse cayendo al suelo.

Hoy cumplimos dos meses en el hospital. Su estado es crítico. Nadie nace preparado para algo así, da igual la edad que tengas, lo que hayas madurado o las noches en vela mentalizándote de la desgracia que acontece, no sirve para nada, el sufrimiento es inevitable. Nadie puede mantenerse frío e impasible ante la marcha de una madre. Sí es cierto que llegas a acostumbrarte al dolor, se enquista por todo tu cuerpo hasta formar parte de ti, y aprendes a convivir con él hasta el resto de tus días. Empiezas a cerciorarte de la importancia que juega la familia en este papel, se convierten en el único bote al que subir cuando ves que el barco se hunde sin remedio. Son el pilar más compacto y fuerte que sustentará tu techo para que no te aplaste. Ellos sienten el mismo dolor enquistado, se comienza a hablar con el corazón dejando a la boca sin palabras.

Hemos traído a nuestros hijos para que puedan despedirse de la abuela. Mi hijo es el más pequeño, 6 añitos, no estoy seguro de ésto, no sé si está preparado. Me adentro en un dilema absurdo, como si no tuviese bastante. El peque tiene el mismo derecho que sus primos a ver por última vez a la abuela, pero temo que esa imagen lo acompañe toda la vida, quizá lo más lógico sería que la recordara activa, sonriente, como era Mamá. Por otro lado, algún día tendrá que enfrentarse a las injusticias de la vida, puede que ésto lo haga más fuerte, yo estaré a su lado.
Entramos los últimos. El ver a sus primos salir llorando de la habitación no lo ha ayudado mucho, está asustado. He intentado prevenirlo, incluso le he preguntado directamente si desea pasar, no me ha respondido, me ha agarrado la mano y tirado de ella hacia la puerta.
Mamá parece estar dormida, tranquila, sin sufrir, ojalá fuese así. Las máquinas, tubos y demás aparatos médicos apenas nos dejan ver su cuerpo, ni su cara. Nos separa un cristal. Jorge me aprieta la mano, beso su pelo, sin evitar que las lágrimas bañen mi rostro. Maldito cáncer, cómo algo tan insignificante puede acabar con una mujer tan fuerte, intento mantenerme firme, sereno, no es momento para cavilar incógnitas que no llevan a ninguna solución. Casi me siento tan indefenso y niño como mi hijo.
Jorge sonríe, descolocando mis neuronas. No puedo evitar preguntarle el motivo de esa sonrisa tranquilizadora, quizá no está entendiendo la gravedad del asunto y para él todo esto es un juego estúpido.
-¿Por qué sonríes hijo mío?
-No me habías contado nunca que la abuela es una mariposa
-¿Una mariposa? 
La afirmación tan convincente de mi hijo desestabilizada mis emociones. Lo observo perplejo, esperando con paciencia su explicación juvenil.
-Sí papá, una mariposa
-No te comprendo hijo, ¿A qué te refieres?
-Los gusanos de seda que abuela me regaló, construyeron una..cosa, y luego se convirtieron en mariposas
-Crisálida cariño, la cosa se llama crisálida. Pero abuela..no está en una crisálida como tus gusanos, abuela está..
-¿Ah no? Yo creo que sí. Los gusanos se meten dentro de la..cri..sá..lida, no se les ve, parece que no están, pero sí, y al cabo de un tiempo..salen, ya no son gusanos, son mariposas. Abuela..parece que no está, pero sí está, esos plásticos donde está metida..la convertirán en mariposa, ya lo verás.
Decido no perjudicar su imaginación, al igual que los adultos soportamos el tormento de diferentes maneras, entiendo que mi hijo, en su inocencia infantil, acuda a la fantasía para sucumbir el sufrimiento. Salimos de la habitación.

El doctor nos aconseja que no nos alejemos demasiado, en cualquier momento Mamá no podrá seguir luchando. Es la primera vez desde que estamos aquí, que nos habla con tanta sinceridad, parece que al fin ha enterrado la esperanza. Los niños se quedan con nosotros, no nos atrevemos a movernos del hospital y es un poco tarde para avisar a alguien y que venga a recogerlos. Nuestras esposas también nos acompañan.
Las tres de la mañana, los niños se han quedado dormidos en las sillas de la sala de espera, menos mi hijo, que no se separa de mi. Ni siquiera ha accedido a tumbarse, permanece sentado como yo, con la mirada perdida y su manita sujetando a la mía. Su vista no se separa de la ventana que tenemos enfrente, no lo molesto, dejo que siga inmerso en sus párvulos pensamientos.
Cierro los ojos para intentar descansar la vista, el picor de las retinas se hace insoportable. Un sobresalto de Jorge me hace abrirlos de par en par. Me golpea el brazo efusivamente.
-¡Mira papá! ¡Mira! ¡Es la abuela! ¡Te lo dije!
Dejándome seducir por su misma imaginación, miro donde señala mi hijo, con la estúpida ilusión de ver a Mamá andando hacia nosotros, incluso el corazón me da un vuelco. ¿Es posible que al final todo haya sido un susto? Con los ojos casi salidos de mis órbitas, fijo la mirada al frente, pero Mamá no está.
-¡Papá ahí! ¡La abuela!

Jorge sigue ensimismado en su entusiasmo, inquieto, pegando botes en la silla. Yo sigo sin ver nada. Habrá sido un sueño y el pobre sigue medio dormido. Pero entonces, de soslayo, veo unas alas repletas de colores y todo se vuelve intenso, miro a Jorge, atónito, incrédulo, deseando que sea él quien aclare mis visiones.
-¡Es abuela papá! ¡La mariposa es abuela! ¡Te lo dije!
De la nada, aparece el doctor, y sin hablar, me comunica que Mamá se ha ido. Busco a mi hijo para sostenerme en él. Jorge tiene posada en sus diminutas manos a la mariposa, le besa las alas y una radiante y amplia sonrisa ocupa la mayor parte de su carita. ¿Podría ser?
Mis hermanos rodean al médico, se abrazan entre ellos, los niños duermen ajenos a los acontecimientos. Sin embargo mi hijo, sigue brincando con la mariposa entre las manos. Me parece todo tan surrealista e inverosímil, que podría tener sentido.
Me acerco a él y me arrodillo para estar a su altura.
-Es la abuela papá, dale un beso. Por fin ha salido de su crisálida de plástico papá.

Y aunque los hechos eran los que eran, y yo había dejado mi juventud muy atrás, quise dejarme llevar por la forma en que mi hijo comenzaba a ver el mundo. Él había convertido a la muerte, oscura y tenebrosa, en la parte más maravillosa de la vida, un animal repleto de colores y vida. Y sin darme cuenta, arrastrado por la dolorosa pérdida que presenciaba, me sumergí en las fantasías de Jorge, llegando a verter toda mi credibilidad. ¿Quién sabe si era cierto? Mamá seguía entre nosotros, dejando ver sus esplendorosas alas de colores, para revolotear eternamente en nuestros corazones.