Libertad de expresión

Datos personales

Mi foto
Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

21.5.20

RELATO: Lagunas en la humanidad

Aupé la silla de ruedas, ese incómodo escalón de la entrada siempre conseguía enfadarme, tal vez debería plantearme buscar una rampa, ahora que todo parecía volver a la normalidad, supondría un problema al salir de casa. Por la falta de costumbre, o que mis huesos ya protestaban por todo, pasamos un buen rato intentando subir el escalón. Ella no rechisto en ningún momento, aguardaba plácidamente a que yo solucionara el conflicto, en silencio, paciente, con sus manos sobre las rodillas, ni siquiera se inmutaba de las palabras mal sonantes que escupía mi boca. Intenté no perder los estribos, habíamos esperado tanto a que llegara esta ocasión que me parecía irresponsable formar una montaña de un granito de arena, Fátima no lo merecía. Finalmente, conseguí dejar al incordiante escalón atrás.
Quité el pestillo superior del gran portón, luego el inferior, abriendo las dos partes para obtener más espacio a la hora de salir. No habíamos hecho más que empezar, y mi frente estaba empapada de sudor. Demasiado tiempo sin practicar esfuerzos.
Un sol despejado de nubes se encontraba en mitad del cielo, abrazando los pigmentos azules con sus extensos rayos, recreando un lienzo acabado, dispuesto a ser colgado en una pared austera de decoración.
Sujetando la silla por la parte trasera, empujé, las ruedas chirriaron levemente, y como si le hubiese puesto un filtro amarillento a la imagen, la claridad fue poseyendo la figura de Fátima. Al fin en el exterior.
Los ojos cerrados, disfrutando cada detalle que la rodeaba, inspiraba el aire puro alimentando a sus pulmones. Escuchaba su respiración profunda, ansiosa, libre de las cuatro paredes que la habían privado de la realidad.
Era temprano, las calles, desiertas de mascarillas andantes, nos ofrecían la amplitud con la que tanto habíamos fantaseado. El ambiente caluroso palpaba nuestra piel, y la brisa mañanera refrescaba esa pesadez mental que había surgido con el estado de alarma. A cada paso, se disipaba la presión craneal, haciendo que el olvido acampara en nuestros recuerdos, y un manto de felicidad, arropaba aquellos días en los que la luz del sol estuvo censurada.
El trozo de tela, perfectamente cosida, que había tenido que fabricar para poder salir, me ocultaba la mitad del rostro de Fátima, sin embargo, las arruguitas que se formaban en los extremos de sus ojos, me hacían entender que sonreía.
Había llegado a quererla igual que a una madre. Cuando todo esto comenzó, reconozco que dudé en cuidarla. Se me hacía muy dura la idea de tener que abandonar mi vida, para anteponer a la suya. Fátima siempre estuvo ahí cuando la necesité en mi juventud; con sus caramelos a escondidas; su propinilla por mis buenos actos; sus historias, que tanto me enseñaron de la vida; su defensa incondicional ante las riñas de mi madre cuando me metía en un lío; su regazo, que tantas lágrimas infantiles soportó...De niña, siempre la recuerdo sola, sin familiares que la visitaran, sin un marido que le hiciera compañía, pero por aquel entonces, ella estaba ágil, y los tormentos provocados por la edad aún no habían hecho estragos en su cuerpo.
Recuerdo estar en el sofá cuando el Gobierno implantó, por la seguridad general, la normativa de quedarnos en casa. Fátima apareció en mi mente, la imaginaba completamente sola, apenas sin poder moverse, y encerrada. ¿Cómo haría la compra? ¿Cómo mataría el tiempo para mantenerse distraída? Me reconcomía la dura idea de abandonarla a su antojo, como si no significase nada. Y entonces, cambié lo roles de la imaginación, inventándome que era yo la necesitada de ayuda y repleta de soledad ¿Qué haría Fátima? Ella ni siquiera lo habría puesto en duda, hubiese reaccionado de inmediato, convirtiendo los pensamientos, a los que  tantas vueltas le daba yo, en hechos.

El paseo, nos había encaminado hasta el mar. Situadas en el mirador, la playa, en su inmensa totalidad, se lucía bajo nuestras siluetas, deleitando su grandeza a nuestra visión afortunada. Me situé en el banco más cercano, dejándola a sus anchas, para hacerla creer que había llegado hasta allí con sus propios pies, dejando que la intimidad le hiciese compañía.
Ella observaba el paisaje, yo, la observaba a ella. Cuánta sabiduría y experiencias se concentraban en esa mujer. Su vida se había ido forjando por etapas escritas en libros de historia, leídas por una generación totalmente diferente a lo que ella había conocido. El hambre acechó su niñez, marcada por cartillas de racionamiento; la guerra educó su moral, adoctrinada con bombas y muertes; un dictador privatizó sus sueños, sentenciados con fusilamientos; la pobreza siempre la acompañó, esposada a su sombra con grilletes sin llaves; comprendió el dolor a una temprana edad, y con inquina, lo aceptó como amigo; y ahora, cuando ya pensaba que la vida se habría cansado de atosigarla, los últimos años de su vida se veían truncados por una pandemia mundial.
Pero a Fátima parecía no importarle nada de lo que estaba ocurriendo. 70 días encerradas, limitadas social y económicamente, amoldandonos a un nuevo estilo de vida impartido por un virus. No obstante, ella ha sabido mantenerse serena, impasible, sosteniendo la esperanza con el puño en alto. Para mi ha sido eterno, insufrible, desesperante. Días en que la ansiedad ha sustraído enteramente a mi personalidad, el estrés ha despedido a mi cabello y el mal humor  predominando en mi carácter.
Ahora, absorta por la paz que nos envuelve, comienzo a pensar quién ha cuidado realmente de quien. Hemos formado un buen equipo, mientras yo me he dedicado a abastecer físicamente su reducida movilidad, ella se ha encargado de fortalecer mi mente.

La gente empieza a aparecer buscando su momento de libertad. Pasan por su lado, sin mirarla, como si fuese una estatua incapaz de entablar conversación. Indiferentes, sumidos en sus propias expectativas, nadie se interesa por ella, a nadie se le enternece el corazón al verla tan mayor, contemplando embobada el mar, ninguno de los paseantes se anima a interactuar con la voz de la experiencia. Y comienzo a pensar que la humanidad no ha cambiado nada, que el virus, no nos ha enseñado nada, que el egoísmo sigue presente en los corazones y que la solidaridad sólo estuvo presente cuando no le quedó más remedio. Se me encoje el pecho al pensar que esa mujer, que ha demostrado durante toda su vida que es más fuerte que las penurias que le ha tocado vivir, no será recordada por nadie, no se hablará de ella en los libros, ni se le dedicará canciones o poemas, no se convertirá en ejemplo de supervivencia, ni será un modelo a seguir; su presencia habrá pasado de largo por el mundo, como alguien corriente, sin méritos que admirar, sin momentos que destacar. Su recuerdo será arrastrado al olvido, como las olas que vuelven al océano para dar lugar a otras nuevas, borrando su rastro en la arena.

Volvemos a casa. Mientras se queda dormida, le cojo la mano, y sin pronunciar palabra, le hago saber que su paso por la vida, será recordado; sus esfuerzos por luchar y el valor que han constituido los años vividos, no quedarán en vano.
Agarro la pluma y comienzo a escribir: "Lagunas en la humanidad"