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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

6.5.20

RELATO: El Individuo Del Traje Gris Aterciopelado

Posó la taza de café en la mesita de la cocina y se dispuso a mirar por la ventana, ocultándose tras la cortina, como todas las mañanas desde que aquel individuo apareció en su vida. Miró el reloj de su muñeca, aún no marcaba las 8. Por el rabillo del ojo detectaba el humillo del café, su estómago revoloteaba con el aroma incitándola a un nuevo trago, pero la curiosidad incrustada en sus entrañas demoraba aquel sorbo deseado. Si volvía a aparecer ya no sería casualidad, y era lo que ella tramaba averiguar. Volvió a mirar la hora. Deseaba que esta vez no apareciera, eso la evadiría de comeduras de cabeza, de preguntas sin respuestas que llevaban días sometiéndola a noches sin dormir.

Las campanadas de la iglesia comenzaron a sonar retumbando en toda la plaza, el panadero abría las puertas del local, el coche rojo del vecino salía del garaje y la fuente del parque disparaba sus primeros chorros, las ocho en punto. 
Y ahí estaba, con su traje gris aterciopelado, el periódico en el brazo izquierdo y su peculiar andar que facilitaba su reconocimiento. Ella se ocultó aún más, nerviosa, molesta e irritada, pese a su insistencia por convencerse de algo inexistente, afirmaba que no se trataba de una casualidad.
El caballero esperaba paciente en la acera de enfrente, sosegado y sin llamar la atención, buscaba la casa con la mirada. Eso le ponía los pelos de punta, incluso pensaba que la observaba, su camuflaje con las cortinas no surgía efecto para escapar de tan escrutadora mirada.
Pero lo que realmente la hacía estremecerse, era aquel momento que le suprimía el aliento, cuando el desconocido cruzaba de calle y sin perder de vista su casa, pasaba por delante de la puerta sin pestañear, amedrentando el paso, como si algún mecanismo lo hiciese ir a cámara lenta. Primero dirigía su vista a la cancela del porche, levantaba la cabeza por encima de la verja y husmeaba como si esperase encontrar algo o alguien, luego daba sombra a los ojos con el periódico y alzaba la vista hacia la planta superior, casualmente donde se encontraba ella, oculta tras los visillos estampados, sin detenerse, giraba media vuelta sobre sí mismo y repetía la jugada hacía el otro lado, finalmente desaparecía, y ella, en su imaginación más absoluta, veía como la sombra del hombre misterioso le indicaba su próxima visita al día siguiente.

Vertió el café en el fregadero, la fatiga provocada por el insomnio de la noche anterior, le había generado náuseas. Su cuerpo no cesaba al mandar señales de cansancio, y las innumerables paranoias que rondaban sus neuronas limitaban su equilibrio y precisión. Una ducha aclararía sus ideas y limpiaría la oscuridad estacionada en su cerebro.
Se vestía sin prisa, meticulosamente, intercambiando conjuntos entre el armario y su cuerpo. El timbre, un silencio. Se queda quieta, dubitativa, "Si vuelve a sonar, abriré". Espera unos segundos, el timbre mudo. Parece que ha elegido el modelo definitivo. La puerta cruje después de recibir dos fuertes golpes, se asoma a la escalera, como si pudiese ver a través de los materiales opacos. Mantiene la mirada fija, esperando nuevos golpes. "Si vuelven a golpear, abriré"
Los golpes no se repiten pero se detecta una presencia tras la puerta de la entrada. Ella baja las escaleras con cuidado, intentando no hacer ruido, si se trata de algún vendedor, bastará con no abrir.  
Colocada frente a la puerta, algo le impide terminar la acción, una especie de presentimiento. Tres golpes hacen vibrar el portón ésta vez, con más ímpetu, como si la paciencia se impacientara. Inmóvil, se agarra las manos para no sentirse sola, siente un tremendo miedo y no sabe por qué. Sigilosa, como si levitase en lugar de andar, apoya sus finos dedos sobre la puerta y coge impulso para ponerse de puntillas, destapa la mirilla. Un sonido de asombro se escapa entre sus labios, ella los calla colocando sus manos sobre ellos. Retrocede unos pasos.


Una vez más, el timbre. 
Niega con la cabeza y retrocede un paso más. "Ya se cansará" Pero el hombre del traje gris aterciopelado no se rinde, vuelve a llamar. Se asusta y huye hacia su cuarto, se encierra y como una niña pequeña, se instala debajo de la cama. Tiembla por el miedo y el frío. Cierra los ojos fuertemente, deseando que todo termine. 
Abajo, la puerta se abre, un contoneo de llaves adornan el silencio. Los pasos, limpios y fuertes, suben las escaleras. La puerta de su habitación se abre, ella solo ve unos zapatos negros sin cordones. Intenta controlar los sollozos  "Con un poco de suerte no mirará bajo la cama"

-¿No te has tomado hoy la medicación Sofía? Vamos, sal de debajo de la cama. Esta mañana no te ví en la ventana, pensé que te habías quedado dormida. Vamos hija, no tenemos toda la mañana.