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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

31.5.20

RELATO: Recetas Peligrosas

Marta amaba la repostería. Nació con ese don, era capaz de convertir en dulce cualquier alimento que pasara por sus manos. Esto le había llevado a la apertura de su pequeño negocio, no le daría para mucho, pero al menos trabajaría en lo que más le apasionaba. Se conformaba con poco, no obstante, los gastos del negocio habían superado las ganancias, y si no remontaba, se vería obligada a cerrar el local.
Pasó noches enteras pensando en la solución apropiada para sacar el negocio de la ruina. Sus pastelitos estaban deliciosos, de eso no tenía dudas, pero la gente del pueblo era reacia a probar cosas nuevas, y ella, lo era.
Para engatusar a un público, solo bastaba con encontrar la clave correcta, luego, todo rodaría sin necesidad de empujar. ¿Cuál podría ser el enganche? Y entonces, la misma palabra le ofreció la solución.

Permaneció una semana cerrada. La nueva cara que le daba al negocio lo merecía, y tampoco le resultó fácil encontrar los nuevos ingredientes. Al fin, al día siguiente sería la nueva inauguración.

La tiendecita, decorada con tonos rosados, crema y algunos toques azulados, estaba repleta de estanterías, bandejas y recipientes, todos llenos de pastelitos, sabores y colores distinguidos. Una extensa gama repostera capaz de abrir el apetito de cualquier estómago, solo con su olor.
Había pegado carteles por todo el pueblo, resaltando la palabra "Gratis" para captar la atención de sus futuros clientes. Ese era el primer paso, hacer que la gente probara su trabajo, luego, no sería necesario practicar ningún esfuerzo más.

Se aseguró de que todo estuviese en orden, y sin pensarlo mucho más, abrió las puertas del negocio. De inmediato, el espacio comenzó a llenarse de personas curiosas e interesadas. Al principio entraban dudosas, tímidas, pero ahí estaba Marta, tras el mostrador, con una amplia sonrisa que los invitaba a degustar sus productos. Los individuos no tardaron en invadir sus paladares con sabores dulces, los actos eran mecánicos, agarraban un pastelito y sin esperar a terminarlo, con la otra mano, agarraban otro. Marta, orgullosa de su éxito, explicaba los innovadores sabores, les incitaba a seguir probando, guiándolos en un ambiente atestado de azúcar y edulcorantes. Cuánto más comían, más deseaban, hasta dejar la tiendecita vacía por completo. A las 12 de la mañana se vió obligada a cerrar las puertas, debía ponerse a elaborar de nuevo, pues a la tarde, sabía con certeza que volverían. Se encerró en el obrador, colocándose su delantal y gorro, ojeó las recetas para asegurarse de elaborar bien los pasteles, y...manos a la masa.

A la tarde, antes de volver a abrir, se entretuvo en colocar los precios. La degustación gratuita matutina solo había sido una estrategia para adquirir clientes, ahora, debía beneficiarse de ello. No le tembló el pulso a la hora de adjudicar los precios, sabía que no podrían resistirse, y quizá por ello, se aprovechó de la situación.

Listado de Precios

  • Magdalenas: 12 euros
  • Croissants: 14,50 euros
  • Tartas: 35 euros la porción
  • Donuts: 9,50 euros la unidad
  • Pastas: 25 euros la bandeja
  • Surtido de bombones (Seis bombones por caja): 30 euros
  • Especialidad del Día (Una especie de palmera gigante, posada en una base de helado de vainilla): 45 euros

Colocó meticulosamente un listado en la entrada, otro junto a la barra y otro en una pizarra en mitad del local.

Una extensa cola esperaba en la puerta de la tienda. Impacientes, nerviosos, aseguraban llevar efectivo en sus carteras. Marta los observaba desde la puerta del obrador. Su plan había surgido efecto. Se frotaba las manos en señal de victoria, su maravillosa idea acabaría con sus deudas, solo tendría que mantenerse recelosa y hacer de la precaución su doctrina más preciada.
Casi es aplastada al abrir las puertas. La multitud se abalanzaba sobre los dulces, acaparando el máximo número posible entres sus manos, mientras con dificultad, buscaban ansiosos las carteras y bolsos. Mecánicamente, como instituida por un robot, Marta sumaba rápidamente, en la calculadora del mostrador, los productos que transportaba cada cliente, los metía en una enorme bolsa, y se agenciaba el dinero. Algunos, tan cegados por el ansia del azúcar, ni recogían el cambio, lo que llevó a Marta a colocar un frasco de cristal junto a su derecha, para ingresar el bote recaudado.
A las 9 de la noche, se extinguió la mercancía, y tuvo que pedir amablemente a los rezagados, que abandonaran el establecimiento, invitándolos a volver a la mañana siguiente.
6500 euros de caja en tres horas.

En el pueblo no se hablaba de otra cosa. Sus pastelitos habían encandilado a los ciudadanos hasta tal extremo, que se habían vuelto obsesivos y dependientes, obligando a Marta a contratar seguridad para prohibir la entrada a los más alterados.
Su éxito incrementaba por días, incluso el alcalde había decidido obsequiarla, por su gran labor y esfuerzo, poniendo su nombre a la plaza principal del pueblo. Una locura desorbitada. Parecía que todos habían sustituido sus neuronas por terrones de azúcar.
Marta, en vista de su rápido crecimiento, no se detuvo al abrir tres negocios más, y contratar un equipo de trabajo.
El personal había sido traído de otra comunidad, y por supuesto, tenían completamente prohibido probar los productos confeccionados. Ellos se encargaban, fundamentalmente, de dar forma a los pasteles y dulces, atender a la clientela y cobrar, pero jamás elaboraban la masa, esa parte sólo la controlaba Marta.

Durante el recorrido de una tienda a otra, pudo observar miles de envoltorios con su logotipo, tirados por el suelo. Las calles estaban minadas de su marca. Se cruzó con varios clientes. Algunos, sentados en un banco, devoraban como caníbales las magdalenas de colores, otros, sentados en plena carretera, lamían restos de chocolate de las cajas de bombones, otros tantos, deambulaban con los ojos inyectados en glucosa, arrastrándose por un pedacito de donut. ¿Se le estaba escapando de las manos la situación? Su economía había alcanzado un alto nivel adquisitivo, tanto como para despreocuparse de por vida, quizá debería parar, aún estaba a tiempo de salir airosa de aquella situación. Era evidente que nadie sabía nada, pero ¿Por cuánto tiempo? Tarde o temprano alguien caería en la cuenta de las incongruencias presenciales, y todo lo que había logrado, se vendría abajo como una montaña de azúcar.
El dinero llama al dinero, cuanto más tienes, más quieres, y hace falta poseer una mente fría y calculadora para concienciarse de no sobrepasar un límite. La avaricia rompe el saco.
El temperamento de Marta estaba constituido por ecuaciones y segmentos, que repudiaba toda clase de sentimiento pasional. Su mente era fría y cuadriculada, cada pensamiento estaba dirigido de principio a fin, siguiendo un carril exento de emociones y distracciones. Había alcanzado su objetivo, por lo cual, debía retirarse. Simple y correcto, sin más cavilaciones, dicho y hecho.

Cortésmente, anunció su retirada, no sin antes ofrecer a su público un último postre. Un delicioso manjar exclusivo para la ocasión. Una despedida por todo lo grande. Se comprometía a la realización de un dulce innovador, de dimensiones exuberantes, con sabor único e inigualable y a un precio asequible para toda la población. Los vítores inundaron las calles, aplausos desencajados adornaron el cantar de los pajarillos, y las voces impacientes se unían para crear un himno.

En su escritorio de trabajo, a oscuras, alumbrada únicamente con una lamparita, que bastaba para alumbrar sus papeles, creaba la receta del misterioso y último pastel. Se había decantado por una tarta, donde predominará, por supuesto, el ingrediente estrella, pero esta vez, en cantidades más desorbitadas, si iba a ser el último, debía coronarse. Sabía perfectamente que aquello traería consecuencias, pero para cuando sucediese, ella ya estaría muy lejos del lugar, quizá se aventurase a empezar de nuevo en otra ciudad, o quizá no, y sería su retirada definitiva, aún no lo sabía con exactitud. Decidió concentrarse en su proyecto y apartar las fantasías irracionales.
Chocolate espeso en una olla, masa del bizcocho repartida en tres recipientes, caramelo en su punto, fresas mezcladas con nata, batidas y convertidas en un batido helado, 7 bolsas de pepitas de chocolate, canela en rama hirviendo en leche, y en un enorme saco, apoyado en el suelo, con el ingrediente mágico. Todo preparado para construir la tarta.
Añadió el ingrediente al chocolate y removió; arrojó el ingrediente a la masa del bizcocho, removió y lo introdujo al horno; antes de introducir el batido helado en el frigorífico, esparció el ingrediente y luego lo pasó todo por la licuadora; al caramelo, que aún no estaba sólido, lo mezcló con el ingrediente y luego le buscó sitio en la nevera; abrió las bolsas de pepitas de chocolate y las machacó, eso le llevó un buen rato; la leche aromatizada con la canela había adquirido un color delicioso, tostado, entraban ganas de beberla de un tirón, echó tanto ingrediente en ella, que pasó de estado líquido a casi sólido, creándose una pasta bastante manejable.
Salió al exterior por la puerta trasera para tomar el aire y descansar, en breves minutos estaría todo listo y solo tendría que montar la tarta, adornarla y dejar que tomara forma en el frío. Sería enorme, y empezaba a dudar si podría ella sola manejar el pastel. Claro que podría, no le quedaba más remedio, ya se buscaría la vida.
El bizcocho lo cortó en tres capas. La primera, la que funcionaba de base, la cubrió de la pasta de leche con canela, que antes había mezclado con una porción de pepitas machacadas, quedó cubierta con bastante cantidad, parecía otra pieza del bizcocho. Una vez fría y sólida,  colocó la parte intermedia del bizcocho, y utilizando el mismo mecanismo, también añadió el batido helado de fresa, dejó enfriar. Por último, la parte superior, recubrió todo con chocolate, a enfriar de nuevo. Adornó el exterior con las pepitas sobrantes y el resto del batido helado, rematando con el caramelo, que ya estaba duro, formando un dibujo abstracto. ¡Perfecto! Una obra maestra. Con gran esfuerzo lo introdujo en el frigorífico y se marchó a casa.

En la misma calle donde se encontraba su primer negocio, habían colocado una inmensa mesa, la zona estaba vallada para prevenir la intrusión de lo más adictos a sus dulces. Marta se sentía orgullosa de la elaboración final, y estaba deseando que todos la probaran, luego ser marcharía para siempre.
Todo el pueblo estaba reunido en esa calle, a la espera del espectacular postre. Marta dió la señal.
Apareció por la esquina un enorme camión, la gente aplaudía entusiasmada. Se abrieron las puertas y comenzaron a bajar trabajadores, que entre susurros y movimientos rápidos, se organizaban para transportar el monumental pastel. La cara de los espectadores quedó petrificada al ver el tamaño surrealista de la tarta. El chocolate que la cubría, brillaba expuesto al sol, y embriagaba los olfatos con sustancias caramelizadas y bañadas en mezcla de fresas y canela. La gente empezó a segregar saliva, y sin quitarle ojo a la tarta, se empujaban entre ellos para alcanzar un lugar más próximo.
Tras el paseillo de bienvenida oficial, la tarta fue colocada en su mesa correspondiente. Marta, con megáfono en mano, deleitó a los oyentes con la magnífica composición del manjar que tenían el gusto de contemplar, y que no tardarían en saborear. La multitud se balanceaba de un lado a otro por los empujones y codazos proporcionados, pero Marta estaba ensimismada en su explicación detallada, que con cautela se había preparado la noche anterior. La seguridad, armada con porras pero no con armas de fuego, cada vez veía más costoso contener a las masas, y retrocediendo, pudieron comprobar de primera mano, como las vallas eran derribadas por la furia de la adicción. El alcalde iba a ser el encargado de cortar la primera porción, mas no tuvo oportunidad de ello. Todos los allí presentes, invadidos por la necesidad de probar aquella delicatessen, se abalanzaron sobre la enorme tarta, introduciendo sus manos, sus brazos, y hasta sus cabezas en la montaña de chocolate. La seguridad apartó del escenario al alcalde y a Marta, que atónita, observaba los hechos.
Una jauría indomable se perdía entre chocolate, fresa y caramelo, devorando sin control, la grandiosa tarta, hasta convertirla en restos pisoteados y esparcidos por toda la calle.
El alcalde y Marta empezaron a reír, la situación era bastante cómica, un grupo de personas civilizadas perdiendo literalmente la cabeza, por un pedacito de dulce. Absurdo y divertido a la vez.
Un individuo cayó redondo al suelo. Su cuerpo, elevado por las convulsiones, botaba bruscamente, su boca se llenaba de una espuma blanca y espesa. Al lado, otro individuo caía en las mismas condiciones, y otro, y otro, hasta quedar la calle cubierta de cadáveres.
En pocos minutos, las ambulancias invadían el lugar, los médicos y sanitarios no daban a basto, sin comprender cuál era el motivo de tanta desgracia. ¿Una sobredosis de azúcar?
El alcalde, con las manos en la cabeza, gritaba de un lado a otro, exigiendo explicaciones, intentando averiguar la verdad de lo ocurrido. Mandó buscar a Marta, ella era la única que conocía los ingredientes del postre, quizá ayudaría a averiguar qué podía haber causado tremendas muertes. Nadie encontró a la repostera. El alcalde, sumido en la desgracia, se lamentaba de aquel acto tan desagradable, e intentaba mantener la postura, aunque fuese para él mismo, pues ya no le quedaban habitantes a los que gobernar.

Marta, alejada kilómetros del pueblo, conducía pensativa. Las medidas eran desproporcionadas, debió pensar mejor en las cantidades, ¡y una mierda! Ella lo había cocinado perfectamente, la verdadera culpa fue de esos adictos que no fueron capaces de esperar a su porción correspondiente, si hubiesen respetado las medidas de seguridad, nada de aquello hubiese pasado, y todos podrían haber comido un trocito de tarta, con moderación y sin provocar ese desastre. Y ahora, cuando ya nada tenía solución, la culpaban de todo, ¡qué vulgaridad! Hacer responsable a una sola persona de los actos de una población entera.
Finalmente acabarían por descubrirlo todo, la adicción, el ingrediente, la sobredosis...
Marta idealiza una nueva receta en su cabeza, mientras gira en dirección a la sierra, pero esta vez, para evitar desgracias, reducirá la dosis de heroína. Está a la vista, que en grandes cantidades y con personas poco responsables, los hechos pasan a ser incontrolables para una humilde repostera.

28.5.20

RELATO: El loco del Confinamiento

AÑO 2020

A finales del 2019, un virus nace en China, infectando rápidamente a un porcentaje alto de la población mundial. El virus se traspasa de ser humano a ser humano mediante...bla bla bla...

Vamos a la calle.

Miles de personas, asustadas, permanecen encerradas en casa, sin ver a sus familiares, sin poder
trabajar, con un tiempo extremadamente limitado para realizar las compras necesarias. Todos desconfían de todos.
Las mascarillas inundan las calles arropadas por guantes usados. En cada pueblo se refleja un vacío, se despide a la contaminación, los animales se sienten libres, y el silencio nos recuerda a una peli de miedo.
La policía acecha en cada esquina, evitando la circulación, exigiendo la documentación y unos motivos convincentes para poder estar deambulando por una zona pública.
Los niños se quedan sin colegios, atosigados por deberes interminables que los educan desde un ordenador. Los padres no dan abasto, todo se les viene encima, la casa, los peques, las tareas y a la espera de cobrar un sueldo fantasma.
Sin embargo, la humanidad recapacita y en lugar de mantenerse anclados en un egoísmo, destapan su lado más solidario. Vecinos que se ayudan entre ellos sin haberse conocido anteriormente, campañas de alimentación promovidas por personas comunes, pequeños negocios que se acercan al cliente aportando una ayuda tan necesitada.

Cada uno intenta pasar el confinamiento lo mejor que puede. Unos en mansiones con extensos jardines, otros en casitas de una habitación. Los que viven solos, aprecian la soledad, y se acostumbran a una rutina para mantener viva a la mente. Los que viven en familia, comienzan a valorar las actividades que habían quedado olvidadas, disfrutan del tiempo juntos, empiezan a conocerse de nuevo. Y los que no poseen techo, ni familia, ni nada, dejan de ser invisibles a los ojos de la humanidad, se les ofrece comida, materiales para evitar el virus, cuidados que antes eran impensables y  que ahora, son esenciales. El mundo entero cambia.
Más tiempo para pensar, pero pensar en los demás y no solo en uno mismo. Y a tu mente viajan imágenes de un sufrimiento marcado por una pandemia que desestabiliza al mundo. Comienzas a valorar lo que antes ni sabía que existía, observas los pequeños detalles que antes pasaban desapercibidos, te inculcas pensamientos nuevos, sensaciones y emociones olvidadas, y sin darnos cuenta, convertimos una sociedad egocéntrica en un mundo comprensivo, y nos unimos todos, porque comenzamos a creer que la unión hace la fuerza, y sin fuerza...no venceremos al virus.

Los médicos, las enfermeras, los celadores, las limpiadoras...todos ellos se dejan la piel para salvar vidas que no pueden seguir luchando. Horas insufribles de trabajo, donde la palabra descanso ha sido borrada del diccionario, donde el cometido en la vida de cada uno de ellos, es anteponer la salvación de los demás, donde el miedo se aparta de la conciencia, y la lucha se convierte en himno. Donde el dinero carece de valor y son los aplausos de cada tarde los que enriquecen sus bolsillos y sus almas.
Los balcones se llenan de verdad, de vivencias dispuestas a ser compartidas con desconocidos, predomina la insistencia y una alegría forzada para no caer en las garras de la desolación.
Las redes sociales aumentan sus ganas, reflejando el día a día de personas luchadoras. Pedir ayuda se convierte en algo sencillo, se aparta la vergüenza y se coloca en su lugar al valor.
La coherencia y la sensatez dirigen nuestros corazones, y apretamos a la esperanza para sacarle el jugo.
Aprendemos a escuchar, a sentir, y la empatía nos educa severamente, haciendo bullying a la arrogancia y al desprecio por lo ajeno.
El mundo cambia.

AÑO 2027

Cristóbal sigue permaneciendo encerrado en casa. El virus desapareció hace años, pero él se niega a recuperar su vida. Recuerda el confinamiento como la salvación de la tierra, y el miedo que un día dejó atrás, vuelve a enquistarse en sus pulmones. Es como si todos se hubiesen vuelto locos, todos menos él, que piensa que ese estilo de vida es el verdadero, el más saludable, el más sensato.
Todo está al alcance de su mano sin la necesidad de salir al exterior, donde predomina la contaminación, la abundante población, el olvido de un tiempo que nos hizo recapacitar.
Cristóbal se siente agusto en soledad, en su piso pequeño, resguardado de tanta hipocresía que se manifiesta en cada calle.
Desde su ventana, observa el nuevo mundo, desprotegido, olvidadizo, inseguro y corrupto. Vigila oculto tras las cortinas, piensa que es espiado por los que caminan bajo el quicio de su balcón. Siente  al mundo vuelto en su contra, él está completamente seguro de que no está equivocado, es consciente de la pura verdad, aunque el resto lo traten como a un pobre lunático.
Apartado de la actualidad, ha creado otro universo aún más retorcido, lleno de desconfianza, de prejuicios y de paranoias cuerdas. Se deshizo de la televisión, pues aseguraba que a través de ella conocían sus pensamientos, habían logrado manejar a los demás, pero a él, nunca lo conseguirían.
Solo se escucha a sí mismo, a su voz interior, las voces que llenan el aire son basura, incongruentes y superficiales. Únicamente su voz tiene sentido, dice la verdad, es libre.


A las 8 de la tarde, sale a aplaudir, no falla, lo ha cogido como rutina obligada, a pesar de las risas de sus vecinos, que le indican que todo aquello ya pasó. No obstante, el hace caso omiso de los comentarios inapropiados, y sigue aplaudiendo como el primer día. No se deja avasallar por los borregos que huyen del lobo, él se siente el cazador de su historia, y mantiene la escopeta cargada.
Pasa las horas sumido en lecturas, anotando cada información que adquiere como válida, no sé cuántos cuadernos y papeles forran el suelo de su hogar. "Hay que entrenar a la mente" se repite una y otra vez, para convencerse de ello.
Nadie ha vuelto a entrar en su casa. Su familia, tras el permiso de la fase 1, no dudó en ir a visitarlo, pero Cristóbal los obligó a permanecer tras la puerta. Sí sí, como lo oyen, estuvo entablando una exquisita conversación con sus familiares a través de un muro, y oye, como si nada, todo le parecía absolutamente normal, para él, los inconscientes y raros eran los del otro lado. ¡Estaban locos! Mira que salir con la que estaba cayendo...
Hasta que se cansaron de su locura, de vez en cuando una llamada telefónica para asegurarse de que sigue con vida, pero nada más. Olvidaron a Cristóbal como pudieron olvidar a la pandemia, sin esfuerzos, sencillamente dejaron de pensar en él.
En cierto modo, Cristóbal casi lo agradece, menos riesgo de ser contaminado, toda precaución es poca para su cerebro distorsionado.

Antes de la pandemia, era un tío normal, sociable, amigo de sus amigos, le encantaba relacionarse con todo tipo de personas e ir de bar en bar a tomarse sus cañitas, pero se ve que algo le hizo click en la cabeza y todo cambió. Posee el nivel de un sociópata, o a lo mejor la palabra más indicada para su caso, es antropofobia.
Se ha convertido en una persona cerrada. Durante estos siete años parece no haber transcurrido un largo periodo, entrar en su casa es como viajar al pasado, hasta el olor te traslada al tiempo en el que todos estuvimos encerrados. Ese olor constante a productos de limpieza debido a la obsesión que cogimos de ver el virus por todas partes. Cristóbal aún lo sigue viendo.

Hará más o menos un año, un programa de la tele quiso ir a entrevistarlo, no se sabe muy bien si por verdadero interés o por mera burla. Cristóbal, fuese por un motivo o por otro, se negó a ser un payaso de circo. Y no se le ocurrió otra cosa que arrojar a los reporteros todo tipo de utensilios que tenía por casa, mientras gritaba "Insensatos, mal educados, irracionales, que habéis venido a mi casa para contaminarme" Evidentemente, la prensa lo grabó todo, quedando el pobre hombre, a ojos de toda españa, como un desquiciado que había perdido la cabeza tras permanecer tanto tiempo aislado. El video se hizo viral en internet, conocido como "El loco del confinamiento". No puedo negar que un tanto cómico si resultaba, pobre Cristóbal, solo, obsesionado y demente.

Fijaos hasta dónde llega su locura, que últimamente se le ha visto asomado al balcón, con su mascarilla y guantes, sosteniendo uno de esos botes que tanto se vendieron, con desinfectante, apretando el gatillo cuando pasan personas por la calle, y con un auténtico descaro, les comenta "Es por vuestro bien" "Cristóbal mira por la seguridad de todos" Poca gente pasa ya por esa calle.

En fin, el virus sería físico, pero creo que obviaron los efectos secundarios que podían reparar en una persona...hipocondríaca, o majara a secas.
Se desconoce cuántos años más seguirá Cristóbal ensimismado en su propio confinamiento, lo que ya se ha hecho noticia es el nombramiento de su casa y de su persona, como patrimonio cultural. Han comenzado las desviaciones de las rutas turísticas para hacerlas pasar por la casa del Cristóbal, y la muchacha encargada de explicar cada monumento, ha tenido que memorizar cada hazaña y ocurrencia que ha tenido "El loco del confinamiento" durante los siete años.

Esto me hace pensar ¿A quién llaman loco? A un hombre que por miedo, por inseguridad o por tantos días alejado de la realidad, haya caído en las trampas de la mente, convenciéndolo de estar en lo cierto y cegándolo por completo del fin de unos días temerosos para todos.
O, una parte de una sociedad injusta, que en lugar de intentar ayudar a este pobre hombre, se dedica a convertirlo en una atracción turística, desvalorando y humillando unas creencias que en su momento vivimos en nuestras propias carnes, y apartándolo aún más de la comprensión humana. Decidme, ¿Quién es el loco?



27.5.20

RELATO: Al otro lado de la realidad

Faltaban tres días para salir de cuentas y ya empezaba a notar los típicos nervios de algo tan desconocido para ella.
El haberse quedado embarazada no fue una decisión predeterminada, mas bien un fallo propio de aquellos tiempos, en los que los métodos anticonceptivos no se estilaban como ahora. Ella aún era una niña, apenas con 17 años, pero la situación había surgido así y no le quedaba otro remedio que tirar para adelante. Tendría que hacerlo sola, pues el padre de la criatura se había desentendido con la rural excusa de no estar seguro de que ese bebé fuera suyo. Por más que intentó explicarlo ella, ese aprovechado nunca quiso creerla, o quizá la explicación más certera para evadir la situación, era que no quería ser padre, y como en aquella época la palabra del hombre, aunque fuera basura, valía mucho más que la de la mujer, ella acabó precediendo una reputación que para nada definía su personalidad, pues ni era una fresca que se atreviera a abrirse de piernas frente a cualquier gilipollas, ni mucho menos pensaba engatusar a nadie. Simplemente fue una estúpida al dejarse llevar por unas palabras zalameras que la habían llevado a aquel embrollo.
Una chiquilla enamorada de la persona incorrecta, que cedió simplemente por amor, apartando de su conciencia todas aquellas lecciones que un día le ofreció su madre. El caso era que había sucedido, y evidentemente ya no había vuelta atrás, ella enmendaría sus errores y se haría cargo de ese niñito, aunque fuese completamente sola.
Perteneciente a una familia humilde, que se ganaban la vida labrando el campo de un señorito, sabían a la perfección que una nueva vida traída a este mundo, requería poder económico, que no sería fácil, y que el trabajo forzoso ocuparía sus vidas enteramente. Aún así, la ilusión por ser madre no se la arrebataba nadie, fuese la circunstancia que fuese, a ese niño no le faltaría de nada, aunque ella prescindiera de su propia alimentación.

Sola, con la aportación mínima de la ayuda de sus padres, y una escasez económica protuberante, se había adentrado en una aventura tan compleja que ni ella misma sabía a donde la depararía. Era una chica fuerte, luchadora y persistente, de esas personas que entierran el miedo y luego escupen sobre él, para poder seguir hacia adelante y no dejarse amedrentar por las injusticias de la vida.

Apenas sin movilidad, se encontraba en medio del campo trabajando como una más. El cansancio se apoderaba de su cuerpo voluminoso y las faltas de vitaminas, la hacían perder el equilibrio en las horas más fuertes de sol. Sin embargo, ella seguía trabajando, nadie podía escuchar una sola queja de su boca, aunque el sufrimiento lo camuflase en su interior.
De buenas a primeras una sensación extraña invadió su cuerpo. Sentía que se descomponía y un dolor insoportable golpeaba sus partes bajas. Agarró el recipiente del agua, y con dificultad para sostenerlo, bebió hasta calmar su sed. Pero el malestar seguía estando ahí, y viendo que no se recuperaba llamó a su madre a gritos, pues ésta se encontraba en otra hectárea del campo. Inmediatamente su madre se colocó a su lado, le humedeció la frente y la nuca para aliviar la pesadez calurosa, su hija se había puesto de parto y no había tiempo que perder. Poniendo al tanto a su marido, le indicó que avisara al señorito, había que trasladar a su hija a un hospital o acabaría teniendo el bebé en medio de aquella explanada campera.
El señorito, mejor persona que otros terratenientes crueles, al llegar y ver a la pobre María desvalida y sin fuerzas, ofreció su auto para llevarla al hospital más próximo. Era tanta la bondad de aquel hombre, que conociendo los ingresos escasos de la familia y que todo en esos años, costaba dinero, se ofreció pagar los gastos correspondientes, obviando que no era lo normal, no permitiría que la criatura naciese en condiciones tan infrahumanas, y también teniendo en cuenta, la salud frágil de su madre.
La ingresaron en una habitación privada, el señorito no había escatimado en gastos, y allí obtuvo todos los lujos que una mujer dispuesta a dar a luz podría tener. Su madre a un lado, su padre al otro, ambos le agarraban las manos para tranquilizarla, pues María desprendía una preocupación propia de una madre primeriza. Por suerte, estaba en buenas manos.
El parto, asistido por uno de los mejores médicos de la ciudad, fue duro y largo, y María tuvo que esforzarse más de lo que ella había imaginado, sin embargo, todo fue bastante bien. Tras más de 12 horas de parto, al fin pudo dar a luz a un niño precioso, rosado y calvito, y con unos pulmones tan potentes, que el llanto se escuchaba en todo el hospital.
María quedó rendida, y después de enseñarle al bebé para crear el primer contacto, se lo llevaron para lavarlo, pudiendo ella descansar tranquila.

Al abrir los ojos, en lo primero que pensó fue en su hijo, tenía tantas ganas de abrazarlo y volver a ver esa carita inocente, que apenas sin poder hablar, balbuceó la petición de tener a su hijo entre sus brazos. Su madre, que no se había separado de ella, le explicó que aún no lo habían traído de vuelta, y para evitar preocupación a la chiquilla, le insinuó que era algo normal, pues el bebé tendría que pasar por algunas pruebas para la comprobación de su salud. María volvió a quedarse dormida.

La despertó la voz grave del médico. Soñolienta abrió los ojos en busca de su precioso bebé, pero una vez más no se encontraba en la habitación. Su madre dialogaba con el doctor, su cara reflejaba preocupación, María no entendía que estaba ocurriendo ¿Dónde estaba su hijo?
Al percatarse los dos que la recién parida estaba consciente, callaron a la vez. Se miraron y ninguno se atrevía a pronunciar palabra. Fue María, la que con una voz quebrada, insistió una vez más en ver a su hijo. Su madre rompió en llanto y salió de la habitación. El médico, con la mayor naturalidad que puede tener un doctor en estos casos, se acerco a la cama, e intentando poner una voz dulce y comprensiva, confesó a María que su hijo había muerto horas después de pisar este mundo.
María, con el corazón hecho trizas, negaba rotundamente que esa información fuera cierta, ella misma lo había escuchado llorar con una fuerza rompedora ¿Cómo iba un niño tan fuerte y sano morir así sin más? No podía ser real, quizá estaba soñando, quizá el personal sanitario se había confundido de bebé, y el suyo, estaba sano y salvo. El médico le verificó la noticia, intentando calmarla lo mejor que sabía. Pero María gritaba y lloraba con una rabia impropia de ella. Estaba segura de que su hijo estaba vivo, una madre sentía esas cosas. El doctor, armado de paciencia, le explicaba una y otra vez lo sucedido.
El bebé había nacido aparentemente sano, era verdad, todos lo habían oído llorar, pero cuando lo trasladaron para lavarlo, el pequeño comenzó a presentar convulsiones y de repente, dejó de respirar. Las enfermeras intentaron reanimarlo durante un tiempo extenso, pero el niño seguía sin dar señales de vida, y moradito como estaba, aceptaron que la criatura ya no se encontraba entre ellos. Era algo habitual, según seguía explicando el doctor, que un niño engendrado en una cuerpo que no recibía una alimentación en condiciones, no sobreviviera. La falta de nutrientes, el trabajo forzoso y continúo y el atraso de la medicina, eran factores fundamentales para que un recién nacido no consiguiera salir con vida.
Sedaron a María.

Al día siguiente, le dieron el alta. María quedó trastornada, pero tarde o temprano, lo superaría. La vida a veces te pone pruebas innecesarias, y el ser humano solo tiene dos alternativas, o las supera y sigue viviendo, o se estanca, rindiéndose y sucumbiendo a la locura que suele llevarlo a la muerte inminente. María era fuerte, acabaría por superar aquel mal trago. Era joven, por lo que quizá la vida le brindaba una oportunidad para poder empezar de nuevo, podría casarse con un buen hombre, e intentarían tener otro bebé. Seguro que todo acabaría siendo un amargo recuerdo.

Lo que María jamás supo, fue que ella no se equivocaba, su hijo estaba vivo, pero nunca sabría la verdad.
Mientras María salía del hospital por la puerta principal, en el mismo minuto, al otro lado, una monja entregaba un bebé recién nacido, rosado y calvito, que no cesaba de llorar con fuerza, a una pareja joven y de alto estatus económico, que habían pagado una cantidad minuciosa y secreta, por ese precioso bebé arrancado de los brazos de su madre.

26.5.20

RELATO: Gritos Incesantes

Le resulta cada vez más complicado controlar sus instintos, por mucho que lo intenta, es inútil, no puede sacarla de su cabeza. La medicación parece no hacerle efecto, y eso que sigue los consejos del doctor, debe ser que el impulso es mucho más intenso que su conciencia.
El sueño le ha abandonado, y pasa las noches retorciéndose de impotencia. Desea verla, lo desea con tanto ahínco que su mente retorcida comienza a planear una situación disparatada.
Ha dejado de estar vigilado por la policía, eso le aporta más libertad en sus movimientos, aunque la orden de alejamiento sigue vigente, no correrá ningún riesgo si nadie lo ve. Después de todo ¿Qué tiene que perder? Si ya no le queda nada.

Aparca el coche en la calle de atrás del colegio. Se coloca bien la gorra para no ser reconocido por nadie, y se sube los cuellos de la chaqueta. Deambula por la calle cuesta arriba rodeado de madres y padres que llevan a sus hijos a la escuela. Observa con precaución a cada niña, pero ninguna es ella. Raúl se coloca en el lado opuesto, dejando la puerta del colegio a la vista. Venga por donde venga, la verá llegar. Algunas miradas inquisidoras lo hacen sentirse incómodo, pero él sabe que no está haciendo nada malo, por mucho que las autoridades se esfuercen en demostrar lo contrario. La única intención de Raúl es verla, por ahora no intentará acercarse a ella, es demasiado pronto, aún se nota la frescura del último intento. Mientras respete la distancia no habrá ningún problema.
Aparece doblando la esquina izquierda, cogida de la mano de su madre, está tan guapa con esas dos coletas rubias que destacan entre la multitud, Raúl empieza a sentirse incapaz de controlar sus ganas. La niña ríe demostrando una alegría propia de un ser tan inocente, sin embargo, Raúl siente como un fuego endemoniado erosiona en sus intestinos aludiendo a la injusta proporción de los actos.
La madre la deja en la puerta y se marcha. La niña queda completamente desprotegida. Charla con sus compañeras de clase sin prestar atención a la masa de gente que la rodea, sin saber que el hombre de la gorra gris la observa camuflado entre la muchedumbre. Raúl se plantea la posibilidad de acercarse ahora hasta ella, engañarla con lo primero que se le ocurra y apropiarse de su confianza, piensa que es un plan magnífico en el mejor momento, con tanto ajetreo de personas entrando y saliendo, nadie se percatará de que se lleva a la niña. No obstante sabe que también puede resultar complicado, al igual que él la está observando a ella sin que se den cuenta, alguien podría estar observándolo al mismo tiempo, es algo tremendamente arriesgado.
La chiquilla entra al sonar la sirena. Ya no hay nada que hacer, Raúl ha perdido su oportunidad.

Su alimentación, en los últimos días, se basa en zumos y caldos de pollo, es tal la obsesión que tiene por esa niña que su estómago se ha cerrado en banda. Le encantaría probar bocado, pero cada vez que lo intenta su cuerpo rechaza el alimento como el agua al aceite.
Pasa las tardes pegado al ordenador, sumergido en las redes sociales, empapando a su mente desequilibrada con todas las imágenes que encuentra de esa carita angelical. Se odia a sí mismo, sabe que lo hace no está bien, pero ya ha empezado a aceptar que no tiene remedio.
Por casualidad, en una de las publicaciones que investiga, lee que mañana habrá una fiesta de cumpleaños en Parkilandia, y la niñita está invitada. El corazón le da un vuelco tan exagerado que incluso lo siente volver a su sitio. ¡Es el momento perfecto! Si sus ideas no lo traicionan, ya que la medicación lo anula a veces, sabe que la madre, tan ocupada como siempre, la dejará en la fiesta y luego se marchará, lo cual le parece algo irresponsable teniendo en cuenta el malentendido que sucedió la última vez, y por otro lado, mirando por sus intereses, se alegra de que esa mujer sea tan descuidada. La vida le está brindando una nueva oportunidad, o al menos es como Raúl lo ve.
Intenta no perder el tiempo y se pone manos a la obra para elaborar un plan, esta vez conseguirá su objetivo.

La niñita acaba de llegar junto a su madre, se despiden con un beso. Raúl no ha salido del coche manteniéndose bastante alejado del lugar. Por internet ha investigado los horarios del local, y la seguridad que lo protege para que los niños no puedan salir sin consentimiento de un adulto, eso..complica las cosas. Él no puede entrar así como así, de inmediato se darían cuenta que no va acompañando a ningún peque y todo su plan se iría a la mierda. La chiquilla, obediente hasta no poder más, no saldrá sola hasta que no llegue su madre a recogerla. El plan tiene lagunas que no sabe cómo secar. Espera paciente en el auto.
Observa a un grupo de jóvenes que entran y salen del establecimiento, parecen estar jugando a algo, y Raúl lo ve claro. Se baja del vehículo pero no lo cierra, mientras se aproxima a los chavales va carburando las palabras exactas con las que convencerlos. Se siente nervioso e indeciso, pero sabe que no tendrá otra oportunidad como esa. Al llegar hasta ellos, todos lo miran, la verdad es que sus pintas no son muy fiables, va hecho un asco. Les sonríe para suavizar el encuentro, y con una voz dulce y amigable, les propone que saquen a jugar con ellos a una niña rubia con una camiseta azul a cuadros, los jóvenes lo miran desconfiadamente, pero rápidamente Raúl, que conoce a la perfección la mentalidad de esa edad, les ofrece una cantidad de dinero que sabe que no podrán rechazar. El grupo se emociona al ver tantos billetes juntos, y sin poner excusa, se adentran para cumplir su parte del trato.
Se mantiene alejado de la entrada, por ahora no hay ningún segurata pero eso no significa que pueda aparecer uno en cualquier momento. Los minutos se le antojan horas, la espera lo pone aún más nervioso, y la impaciencia, que siempre fue propio de él, le apuntilla el hígado.
Al fin, el grupo de jóvenes sale de la instancia, la niña los sigue, al parecer, sin sospechar nada, a saber que mentiras le habrán contado a la pobre para que abandone su juego en el interior. Pero a Raúl eso le da igual, lo que sea necesario para tenerla junto a él.
Decide esperar un poco más, que la chica se integre en el grupo de juego y se olvide por completo de volver adentro. Cuando parece apreciar que está bastante distraída, chistea para avisar a unos de los muchachos, éste se acerca sigilosamente y extendiendo la mano, agarra el dinero prometido. La niña está de espaldas, no podría ir mejor la cosa, Raúl con paso rápido se acerca a ella, indica con la cabeza a los chicos que se larguen, y acto seguido, sin perder ni un minuto, la agarra por las axilas, le tapona la boca para evitar un escándalo y corre hacia el coche. La introduce en el asiento de atrás, le susurra que no le va a pasar nada pero que debe mantenerse callada. La niña, asustada, asiente con la cabeza. Arranca y desaparecen del lugar.

Entran cogidos de la mano, Raúl aún no puede creer que lo haya conseguido. Debe aprovechar el tiempo, sabe que en cuanto la madre vaya a recogerla, todos se darán cuenta que no está, y esos niños no tardarán en acusarlo. Mientras tanto, la niña está en sus manos, la ocasión merece ser disfrutada al 100%.
-¿Me has echado de menos?
-Mucho papá. ¿Por qué has dejado de venir a verme? Mamá no quiere hablar conmigo de ti
Se le parte el alma. ¿Cómo se le explica a una hija que un juez ha prohibido que se acerque a ella? ¿Cómo le expone que su madre lo ha denunciado? ¿Cuáles son las palabras adecuadas para definir una situación tan complicada?
Desde el divorcio todo cayó en picado. Por la falta de concentración perdió su trabajo, y con todos los gastos le había sido imposible pagar la pensión correspondiente. Su ex mujer, tan retorcida como un nudo marinero, no dudó en denunciarlo y a un juez, sin compasión ni empatía, no le tembló el pulso al firmar esa sentencia que le prohibía ver a su hija hasta que no se pusiera al día con los pagos. ¿En qué mundo vivíamos? ¿Desde cuando el amor a un hijo se medía con dinero? Ya había intentado acercarse a ella en innumerables ocasiones, por ello la orden de alejamiento, por ello sus citas con psicólogos, y por ello la alta medicación. Raúl únicamente ansiaba disfrutar del amor de su hijita, se conformaba con períodos cortos, incluso llegó a proponer verla bajo la supervisión de su madre, pero la respuesta siempre era un rotundo no. La madre de la niña lo había acusado de bebedor empedernido, de irresponsable y a saber cuántas injurias más con tal de castigarlo de esa forma tan cruel. Sí era cierto que su matrimonio no fue un modelo a seguir, pero él jamás había puesto en peligro a su hija, ¡Era lo que más quería en el mundo! Esa mujer debería de haber sido imparcial e intentar comprender que el fracaso de su matrimonio nada tenía que ver con la hija que poseían en común. Una cosa no quitaba a la otra. Sucesos completamente contradictorios. Según le explicó su abogado, no era al único hombre que le pasaba aquello, que algunas madres vengaban sus problemas del matrimonio con la potestad de sus hijos, y el hecho de no agenciar la pensión...le obstruía de cualquier solución racional. Raúl había intentado por todos los medios buscar un trabajo, sin embargo, era complicado. Su experiencia en el sector inmobiliario le beneficiaba, mas la edad que precedía y las denuncias acumuladas, hacía que perdiera toda posibilidad de ser contratado. Estaba encerrado en una espiral de contratiempos, si no veía a su hija el ánimo para encontrar trabajo se desvanecía, y si no encontraba trabajo jamás podría ver a su hija.

Es la tarde más maravillosa que ha pasado en su vida. Desde que llegaron no han cesado de jugar. Su hija está tan mayor...le sorprende la capacidad de entendimiento que ha desarrollado la niña. Al no sentirse cómodo ocultando a su hija la verdad, ha explayado la situación de la mejor manera que ha podido, y la niña, embelesada por el amor que le procesa a su padre, ha parecido entenderlo, respondiendo, con una inteligencia impropia de su corta edad, que ella los quiere a los dos, que son problemas de mayores y que esperará a que todo se solucione.

Suena el timbre de la puerta. Raúl sabe que se acabó lo bueno. Antes de abrir, se sienta junto a su hija y le explica que a pesar de haber sido una tarde espectacular, hay algunas personas que lo ven mal, y por eso lo castigarán, lo que los mantendrá un tiempo separados. Le pide que tenga paciencia, que solucionará lo imposible para volver a estar con ella, y que por favor no lo olvide jamás. La abraza entre lágrimas e intenta grabar su cara en cada neurona de su cerebro. Seguidamente, abre la puerta.
Cinco policías, armados y protegidos hasta los dientes, invaden su casa, uno coge a la niña en brazos, los otros tumban a Raúl contra el suelo, le colocan las esposas.
-¡Papi! ¡Papi! ¡Llévame contigo papi!
Raúl llora en silencio, la voz de su hijita le perfora las entrañas, es tanto dolor el que siente que casi prefiere morir. Lo arrastran hasta el coche policial. Desde la ventanilla trasera observa a su hija llorar desconsoladamente,  mientras su madre se asegura que está entera. ¡Gilipollas! ¿Qué daño le voy a hacer a mi hija? La niña se desprende de los brazos de su madre y corre hacia su padre arrestado. Golpea la ventana con sus manitas impotentes y grita que no se vaya. Raúl se obliga a mirar hacia el otro lado, es todo tan cruel que apenas puede soportarlo.

Denunciado por secuestro, por incumplimiento de la orden de alejamiento, por desacato a la autoridad y por mil cosas más que a su ex mujer se le ocurrió, le caen 10 años de cárcel. Entrada en prisión inmediata.

Y entre los barrotes, algunas noches en las que el sueño decide visitarlo, despierta sobresaltado y empapado en sudor, los gritos incesantes de su hija lo martirizan y lo devuelven a la miserable realidad.

25.5.20

RELATO: A través de unos cristales negros

Lo había cegado el poder, no había duda de ello. Su personalidad, había dado un vuelco de 180 grados, había olvidado los valores que tantos años se inculcó a sí mismo, y ahora, le resultaba totalmente imposible remediar sus actos.
La primera vez que vió a un político en la televisión, apenas tendría 7 años, y supo, con ese cosquilleo que se deposita en el estómago cuando algo te hace ilusión, que querría entrar en la política para cambiar el mundo.
A medida que fue creciendo, la corrupción y la falta de moralidad, se convirtieron en su peor enemigo. Formando sus principios como base fundamental para sostener sus palabras, dedicaba cuerpo y alma en educar a su mente. El proceso sería complicado, pero no imposible. Su meta estaba grabada en su frente, y no cesaría de luchar hasta conseguir sus objetivos.
Sin embargo, los caminos de los sueños se pueden ver truncados a lo largo de la vida, y a veces, sin darnos cuenta, colocamos en la balanza más peso del necesario, provocando un derrumbe, y todos esos propósitos tan bien ordenados, acaban mezclando la ética con la inmoralidad.

Los papeles, colocados en una esquina de su mesa, esperaban para ser firmados. El sobre permanecía cerrado en el segundo cajón, invisible para todos, menos para él.
Recostado en su sillón de piel recién traído, juntando los dedos de cada mano, miraba por la ventana de su despacho. Realmente no sabía qué hacer. Se había mostrado seguro, talante agenciado durante sus años de estudios, pero ahora, todo le parecía incorrecto. Acostumbrarse a la buena vida es sencillamente fácil, dar la cara ante una sociedad que no quiere ver, también, no obstante, soportar a su conciencia suponía una dificultad extrema. Desde que llegó a la alcaldía, asesorado por lo integrantes más antiguos, se había dejado manejar sin pensar en las consecuencias. Fue poner un pie en el despacho y todos los valores los arrojó por la ventana. Almuerzos de lujo, coches espectaculares, ropa que jamás pensó en llevar, y dinero, mucho dinero pasando ante sus narices. Una cosa era imaginar desde fuera todo lo que ocurría en los altos mandos y querer combatirlo, y otra cosa muy distinta era vivirlo en primera persona. Después de todo, ningún votante daría la cara por él si el partido quisiera suprimir sus obligaciones, para nada, miraría para otro lado y esperarían a que otro, más astuto, ocupara su lugar. Y no era justo, él se había preparado al milímetro para ocupar ese puesto. Había sacrificado mucho en su vida, para ahora, no aceptar que este país no tenía solución.
¿Qué le estaba ocurriendo? Bastaba con una firma más. Todos chupaban del mismo bote ¿Por qué no iba a hacerlo él?

El país se iba a la mierda y parecía que a nadie le importaba. Muchas protestas, mucho odio, y mucha ignorancia. Los ciudadanos ejercían su voto por obligación, y no por interés, si no era un partido el que robaba, al año siguiente lo haría el otro, esa era la base de un buen Gobierno, engañar a la población y publicitar promesas que nunca serían cumplidas.
Se dió asco, al final se había convertido en lo que tantos años había odiado, un político corrupto.

Reunido todo el equipo en la sala de reuniones, él lideraba la mesa. Había meditado mil veces la forma en la que se dirigiría a ellos, debía presentar autoridad, hacerse respetar, pues la nueva decisión atraería a más de un traidor.
Golpeó con fuerza la mesa con la palma de su mano, provocando un silencio desconcertante, todos lo observaban incrédulos ¡Qué mosca le había picado! y con un "Basta ya" sonoro, comenzó a enumerar, una por una, todas las irregularidades cometidas desde que llegó al poder. Los presentes, intentaban interrumpir sus palabras, mas él no lo permitía, alzaba aún más la voz y con el brazo izquierdo mandaba a callar.
Limpiarían las cuentas, revisarían cada contrato firmado bajo el yugo del dinero, y convocarían una rueda de prensa para sincerar al partido. Si quería empezar de cero y hacer las cosas bien, debía hacerlo correctamente y ya que el pueblo era el más afectado, merecía conocer la verdad.
Las protestas e insultos aumentaban, y la situación se le escapaba de las manos, nadie estaba dispuesto a seguir su plan ¿Acaso se estaba volviendo loco? ¡Irían todos a la cárcel! Ese ataque repentino de culpabilidad no tenía ningún sentido a estas alturas. Se negaron. A los pocos minutos de terminar su discurso, lo dejaron solo.
Durante los días posteriores, se encargó de revisar cada contrato, cada licencia y cada papel sospechoso que olía a corrupción. Estaba dispuesto a desmantelarlo todo.
Su teléfono móvil sonaba, número desconocido, descolgó por inercia. Una voz distorsionada le propiciaba insultos y amenazas. Colgó sin darle importancia y siguió su trabajo.
Cuando llegó a su coche para volver a casa, lo encontró con las ruedas pinchadas y totalmente arañado. La situación comenzaba a sacarle de sus casillas, pero aún se mantenía con fuerzas para seguir adelante.
Llegó a casa, y encontró a su mujer e hijos en la entrada. Lloraban.
Habían recibido una amenaza telefónica, su mujer, apartando las preocupaciones para no asustar a sus hijos, evidenció la gravedad del asunto. Horas después, piedras y ladrillos atravesaban las ventanas de su hogar. Las circunstancias parecían haber sido sacadas de una de éstas películas americanas donde intentan acabar con el presidente, era tan surrealista que apenas daba crédito a lo que ocurría.
Cuanto más se empeñaba en desmantelar la corrupción, que él mismo había consentido anteriormente, más amenazas invadían su vida. Fotografías de sus hijos entrando en el colegio, de su mujer visitando a su madre, de él mismo en el parque con sus hijos...la seguridad que proporcionaba a su familia se desvanecía por arte de magia. La situación se complicaba cada vez más, y aún le quedaba mucho por hacer, no podía permitirse el lujo de rendirse todavía, no después de haber llegado hasta ahí. Así que tomó la decisión más rápida y más comprometedora. Aparecería por televisión informando de todo lo que estaba ocurriendo.

Sentado en el despacho de su casa, los reporteros de todas las cadenas se preparaban para sacarlo en antena. Directo al grano, enseñó a cámara las amenazas escritas, relató los acontecimientos sucedidos que estaban poniendo en peligro a su familia y al él mismo, y reivindicó el poder que poseía el pueblo para detener todo aquello. Finalizado el directo, se sentía fuerte, ya no estaría solo, sus votantes lo apoyarían y eso aplacaría los sucesos.

En la parte de atrás del coche oficial, miraba a través de los cristales negros a los pueblerinos enojados. Arrojaban al vehículo toda clase de objetos, desde productos alimenticios como tomates y huevos, hasta materiales diversos como grapadoras, piedras o llaveros con el símbolo de su partido. La declaración efectuada por televisión había provocado el efecto contrario, las personas en lugar de apoyarlo y colocarse de su lado, lo acusaban de ser el único culpable de las fechorías del partido. Ahora no solo debía cuidarse de las amenazas de sus propios compañeros, si no también de la ciudadanía.
Con extrema dificultad, consiguió llegar al ayuntamiento, protegido por dos guardaespaldas, subió las escaleras para entrar en el edificio. Una vez dentro, resguardado del bullicio exterior, pensó que estaría a salvo, sin embargo era peor de lo que esperaba. Toda persona trabajadora que allí se encontraba, o lo miraba con cara de asco mientras lo insultaba sin preámbulos, o directamente le giraba la cara en señal de desprecio.
Entró en su despacho y cerró la puerta tras de sí. Con una respiración ajetreada e intentando recuperarse, lanzó una rápida mirada al despacho. Aquello no podía estar sucediendo de verdad ¿Habían perdido la cabeza? ¿Hasta dónde era capaz de llegar el ser humano para salirse con la suya?
La oficina estaba completamente destrozada. La mesa principal rota a pedazos, las paredes pintorreadas de frases hirientes, basura por todo el suelo, las sillas descuartizadas, sus pertenencias personales aún ardían levemente en el cubo situado en la esquina.
¿Es que nadie se paraba a pensar que todo aquello no era solo responsabilidad suya? Si él abandonaba el cargo, todo seguiría igual, seguirían robando y la malversación de fondos recuperaría su camino oculto. ¿No se daban cuenta de las verdaderas intenciones que él pretendía? Entonces entendió que la humanidad no estaba preparada para afrontar los errores del pasado y perdonarlos, se ceñían en acusar a un solo culpable para  cargar con toda la responsabilidad, en lugar de buscar una solución.
Había llegado demasiado lejos. A pesar de la decepción profunda que sentía por tener que abandonar sus propósitos, sabía que si no dimitía, iría a más, y realmente se planteó si merecía la pena seguir luchando.

Un país que no sabía vivir sin corrupción, un pueblo que disfrutaba de robos consentidos, vendando sus ojos para oír lo más conveniente. Un sistema vendido, controlado por el poder y no por la sensatez y el civismo. Una auténtica pérdida de tiempo. El cambio nunca se posaría en la sociedad, porque todos preferían vivir refugiados en un cuento narrado por la mentira, que luchar con el escudo de la verdad. El miedo los confundía y la inseguridad a lo desconocido privaba a la libertad.

Finalmente se dejó vencer. Presentó su dimisión para alejarse definitivamente del mundo político. Rechazó sin miramientos la paga correspondiente por los años ejercidos, y a los pocos meses el recuerdo de su mandato pasó a convertirse en una leyenda mal contada.
Sumido en una depresión sin remedio, pasaba las horas encerrado en lo que un día llamó despacho, ocupando su tiempo en rellenar papeles en blanco con una sola frase: "Más vale malo conocido, que bueno por conocer" hasta rozar la locura.

Olvidado y repudiado en un psiquiátrico, controlado por la demencia y una vejez adelantada, concluyó su final abrazando a la muerte.

23.5.20

VIDEO-RELATO: Las apariencias engañan

Alberto aparenta ser un tipo normal, sociable, trabajador, buena persona...Seduce a todo el que está a su alrededor con sus palabras, a veces, incluso, se hace pasar por víctima, supongo que para que la gente sienta lástima de él, o lo valore como él desea. Se ha estudiado tan bien su papel, que nunca encontrarás a una sola persona que hable mal de Alberto. Pero tú, amigo/a, piensas más allá de lo que ven tus ojos, a ti no te puedo engañar, y sé que al leer estas líneas sobre Alberto, ya has empezado a cavilar la verdadera personalidad de éste individuo.

Alberto, con 30 años, suele relacionarse con gente de edad mucho inferior a la suya, quizá porque su mente no llegó a madurar del todo, o quizá porque le hace sentirse más joven, el motivo se desconoce. No se conserva bien, es decir, se ve a la legua que no tiene 16 o 20 años. Las entradas de su frente afrontan una calvicie inminente, y su pelo, que en su juventud era negro como la noche, comienza a reflejar estragos blanquecinos. Pero a él parece no importarle nada de eso, se sigue sintiendo como un chaval, y entre los más jóvenes, vacila de su carácter sabio forjado por la edad.
Es tremendamente hipócrita, tanto, que la falsedad la utiliza hasta con él mismo, creyéndose cada mentira que le suelta a la gente, por eso nadie lo descubre, lo cuenta todo con tanta credibilidad, que no te atreverías a dudar de él.

Llega a casa y tras cerrar la puerta, aparece la verdadera personalidad de Alberto. Deja la máscara que lo convierte en una persona espléndida ante los ojos que no sospechan de él, en casa no es necesario actuar. Se asegura que esté todo impecable, y que ella siga allí, que no lo haya desobedecido, no le apetece enfadarse esa noche, viene muy contento del ensayo, prefiere conservar su buen humor.

Julia, su pareja, es una chica de 20 años. Se enamoró de él ciegamente, y tan ciega estaba, que era incapaz de ver la realidad de su vida. Siempre fue una chica fuerte, muy fuerte, con una personalidad inigualable, desde pequeña sabía exactamente qué es lo que quería. Luchadora e independiente, se había buscado la vida sin tenerle miedo a nada, se arriesgaba con cualquier cosa sin dejarse vencer por las inseguridades. Hasta conocer a Alberto.
Cuando se conocieron, ella ya vivía sola, con su trabajo y sus estudios, y una libertad trabajada por todos sus esfuerzos. Sin embargo, él, aún vivía con sus padres, poniendo de excusa un tremendo percance que tuvo en el pasado. Aunque sinceramente, como he dicho antes, no avanzaba porque le encantaba pasar por víctima.
Julia pasó por incesantes ruegos para conseguir que vivieran juntos. Pobre chica ilusionada, nunca pensó que estaba cometiendo el mayor error de su vida.

Se acerca a ella, que prepara los últimos retoques de la cena, y la besa. Un beso frío y por compromiso. La huele, se asegura que no lleva perfume, es señal de que no ha salido de casa. Julia ya no trabaja ni estudia, lo dejó todo hace unos meses por petición de Alberto. Según él, con su sueldo podían vivir bastante bien, ella, que estaba en la flor de la vida, no debía perder el tiempo en un trabajo que agotara su energía, mejor quedarse en casa y procurar mantenerlo todo limpio. Julia al principio se mantuvo reacia a la idea de abandonar todo por lo que tantos años había peleado, trabajar la hacía sentirse viva, el simple hecho de no tener que depender de nadie le encantaba. No obstante, su opinión cambió de bando cuando Alberto la amenazó con dejarla. No podía estar con una mujer que vivía su vida, se sentía apartado y abandonado. Con un sueldo, obligatoriamente el de él, estarían bien.
Coloca los platos en la mesa, patatas fritas con pollo asado, y seguidamente le sirve una cerveza, para ella agua, es absurdo que una mujer beba alcohol si no hay una fiesta de por medio. Alberto la mira de arriba a abajo, y aporta a su cara esa expresión decepcionante, luego, observa los platos.
-¿No crees que es mucha grasa para cenar? 
-¿Sí? Como te encanta este plato..pensé que te agradaría
-No si no lo digo por mi, mi condición física me permite comer todo lo que desee sin engordar. Pero tú..Me he fijado que has cogido uno kilitos, ¿Te has pesado esta semana?
-El Lunes, como siempre. El peso marcaba 50kg... dos menos que la semana pasada.
-¿Seguro? Tus muslos no dicen lo mismo. Anda, prepárate una ensalada mejor. Si no fuera por mi...no te cuidas nada.
-Por un día no pasa nada, he perdido bastante peso cariño, de los 70 kg de antes...
-Bueno...haz lo que quieras, ya sabes que yo no voy a estar con una gorda, en el momento que cojas un kilo más, me voy con otra que sí quiera esta buena.
Julia se queda de pie, pensativa, le apetece tanto ese pollo con patatas, se ha llevado toda la tarde cocinando, controlando el no picar nada para poder cenar en condiciones, suelta un olor tan exquisito, que debe de estar delicioso. Pero si no hace caso a su novio, no disfrutará la cena como ella esperaba. Alberto comenzará a soltar palabras que la hagan sentirse verdaderamente mal, y como ya lo conoce, prefiere evitar altercados. Se lleva su plato de vuelta a la cocina, y lo guarda en la nevera. En pocos minutos tiene hecha su ensalada. Ponen una peli y empiezan a cenar.
-Mañana iré a tomar café con unas amigas
-¿Qué amigas?
-Las conoces a todas, son con las que estudiaba
-Mmmm...mejor pon una excusa y no vayas
-¿Por qué?
-Porque ya sabes que no me gusta que vayas sola por ahí. A saber las estupideces que te meten esas zorras en la cabeza. Si quieres, podemos llamar a Carlos y su novia, y hacemos una cenita los cuatro
-Pero es que me apetece ver a mis amigas. Sólo vamos a tomar café, vendré temprano a casa
-¿Qué problema tienes con Carlos y Marta? Me dijiste que te caían bien
-Ningún problema cariño, pero son amistades tuyas, yo necesito relacionarme con gente de mi entorno. Hace mucho que no las veo, no quiero perderlas como amigas
-Si las pierdes..es porque no son amigas de verdad. Tú sabrás con quien debes relacionarte o no. A mi no me hace ni puta gracia que mi novia ande por ahí sola, cualquiera que te vea...me da vergüenza solo pensarlo.
-Joder Alberto, tu te vas de fiesta todos los fines de semana, llegas a las tantas, te relacionas con más tías que tíos, y yo nunca te digo nada. Dejé de salir de noche porque te incomodaba, pero ir a tomar un café...no lo veo para tanto.
-Qué estás insinuando ¿Qué te soy infiel? ¡Son niñas Julia por dios!
-No te he dicho nada de eso. Te digo que si tu puedes relacionarte a tu antojo, yo también debería poder hacerlo. Me da igual lo que digas, mañana iré a tomar café.
-¿Tan segura estás? Esta bien..ve con tus amigas
-Gracias cariño por entenderlo
-Eres tú la que no me entiendes a mi. Estoy un poco harto de tus niñerías, lo mismo debería buscarme a una mujer de verdad, y no a una niñata como tú, que no valora lo que tiene en casa y prefiere estar con las guarras de sus amigas antes que con su pareja. Así que nada, vete tranquila a tomar ese café, cuando vuelvas ya me habré llevado mis cosas. ¡Ah! Y por supuesto que esto no va a quedar así, mañana mismo hablo con tus padres y les explico la clase de niña que tienen. Te va a salir caro el cafelito
-No hace falta que te pongas así. ¿Y si las invito a casa?
-¡Si hombre lo que me faltaba ya! Esas no entran en mi casa.
Se termina la conversación. Julia manda un mensaje a sus amigas explicando que no puede asistir, le ha surgido algo importante, otro día recuperarán el tiempo perdido.

Llega el fin de semana y como cada Domingo, van a almorzar con la familia de Alberto en casa de la madre. Alberto tiene 4 hermanas, a cada cual más arpía. Son egocéntricas y envidiosas, y están obsesionadas con la edad de Julia. La tratan como si fuese una niña de 10 años. Julia ha acabado por acostumbrarse, aguanta el chaparrón unas horas y evita problemas.
Su suegra es un encanto de mujer, ajena a la mugre que tiene como hijos. Al estar un poco sorda, la pobre no se entera ni de la mitad de lo que pasa, cosa que aprovechan Alberto y sus hermanas para desvalorar a Julia.
Sentados todos a la mesa, los cuñados de Alberto también, almuerzan apaciblemente, conversando banalidades, a lo que se le llama "hablar por hablar". Una de las hermanas, Manoli, aprovechando que su madre se ha levantado a preparar el segundo plato y que su padre ya está dormido en el sofá, aborda un tema de conversación intimidante, dirigiéndose directamente a Julia.
-Oye cuñada, que me dijo mi hermano que el jueves ibas a ir con tus amigas a tomar café ¿No?
Julia, tímida hasta no poder más, mira a su novio, que se hace el tonto y sonríe. No entiende muy bien a que viene todo aquello, y con la inocencia propia de una chiquilla enamorada de un cabrón, se limita a contestar sin más.
-Iba..pero no fui
-Menos mal, porque vaya..vaya las amiguitas que tienes. Todo el día por ahí de fiesta, con uno, con otro, valiente juventud. Cuando yo salía con mis amigas lo máximo que hacíamos era estar en una placita cantando. 
-Ya, ya, por eso me quedé en casa al final.
-Hombre es que una cosita te voy a decir Julia, a mi hermano no lo dejes en evidencia eh, el pobre se lleva todo el día trabajando para que a ti no te falte de nada, deberías de estar un poquito más agradecida.
-Lo estoy Manoli. Ya te he dicho que me quedé en casa
Viendo Alberto que su novia estaba completamente sumisa y no crearían una escena, cambió de tema para provocar el altercado. Hasta que no la hiciera llorar, no pararía. Él estaba con su familia y debía demostrar que estaba al mando. Una niña de 20 años no podía controlar la relación, ¿Cuál era su verdadera táctica para controlarla sin sospechas? La humillación.
-Bueno déjalo ya hermana, eso ya pasó, está todo aclarado.
-Vale, vale, era para recordarlo un poco, que luego..nadie se acuerda de nada.
-Anda calla que no sabes la última
-¿Qué ha pasado ahora?
-La señorita, que quiere ser escritora...fíjate tú con lo que me salta ahora. ¿Pues no le pillé un cuaderno con el principio de una novela?
-No me digas, ¿Y eso?
-Serán tonterías de la edad. Porque sinceramente..por curiosidad me puse a leer las gilipolleces que había escrito, y no sé que se piensa ella..porque está claro que no vale para eso.
-¡Eso lo dirás tú! Que no te has leído un libro en tu vida
Salta Julia rebosada por la situación. Era verdad, Alberto jamás había sido capaz de leer un libro, bueno, no había leído nada en su vida, ella llegó a pensar que ni siquiera sabía leer. No sabía con certeza si escribía bien o no, de lo que sí estaba segura era de lo feliz que la hacía.
Se arrepintió de haber soltado ese comentario a los segundos. Toda la mesa quedó en silencio. Ella agachó la cabeza inmediatamente, podía imaginar lo que se le venía encima
-¿Insinúas que mi hermano es un ignorante?
-Tranquila Manoli, no ofende quien quiere si no quien puede. Déjala que viva en sus fantasías, es lo único a lo que llegará. ¿Qué te piensas Julia? Es verdad que nunca he leído un libro, no me avergüenza reconocerlo, soy honesto conmigo mismo. Pero eso no te da derecho a que te mofes de mi. ¿Quién coño te crees que eres? Tú no vas a llegar a nada en la vida, ¿Por qué crees que te hice dejar el trabajo y los estudios? Porque no sirves para nada. Has tenido la suerte de encontrarme, y que te quiero, pero como eres tan egoísta y solo piensas en ti..no ves todo los esfuerzos que hago para que seas feliz. Si yo me fuera de tu lado...solo serías una gorda que perdería el tiempo en pamplinas como esa. Asúmelo, te he salvado de cometer muchos errores. Que hayas escrito unas cuantas palabras en un cuaderno no te convierte en nada, una pringada, eso es lo que eres. Y una maleducada, que vienes a mi casa a insultarme, delante de toda mi familia, deberías avergonzarte por tu comportamiento. Pide disculpas ahora mismo o vete.
Julia, rota en pedazos, no puede evitar desmoronarse. Alberto tiene razón, ¿En que estaría pensando? Lo ha dejado en evidencia delante de toda la familia, y todo por su estúpida idea de escribir. ¿Sabrá más él que ella que para eso tiene más edad? Llorando, pide perdón. Todos siguen comiendo como si no hubiese pasado nada, pero ella se encuentra fatal, solo desea llegar a casa, encerrarse en su habitación y esperar que llegue el día siguiente.
Él la deja en el portal, el coche sigue en marcha, le indica que se baje y se quede en casa, necesita despejarse con los colegas, está muy enfadado y no quiere hacer nada de lo que luego se arrepienta. Julia se baja obediente, no dice nada, sabe que no serviría de mucho. Acepta sin condición las palabras de su novio.

Las 4 de la mañana, un juego de voces bajo la ventana la despierta. Intentando no ser vista, destapa las cortinas y mira. Es Alberto. Por desgracia no está solo. Siguen en el coche, él y su acompañante. Afina el oído para intentar escuchar lo que dicen, no consigue captar todas la palabras, pero ha averiguado que la persona que está en el asiento del copiloto es una chica. Julia se pone nerviosa.
La chica sale del vehículo, ¡Es una cría! ¿Qué tendrá..unos 16 años? Saca un cigarro del bolso y le ofrece otro a Alberto, éste lo coge con gusto. Ambos apoyados sobre uno de los lados del coche, tontean entre risitas. Él utiliza su maravilloso ingenio para encandilar a las niñas, Julia lo sabe porque con ella actuaba igual cuando se conocieron. De repente todo lo resulta repulsivo. Un tío de 30 años intentando ligarse a una chiquilla, asqueroso todo.
Julia se siente estúpida, mientras ha pasado una noche malísima, su novio ha estado desfogando sus encantos con otra persona, a saber hasta donde habrán llegado, ella no lo quiere ni pensar. Lo que no entiende muy bien es porque la ha traído hasta su casa ¿No pensará subir? Le da algo como Alberto entre con esa chica a casa. Lo ve capaz, y tan capaz, es tan rencoroso y vengativo que sobrepasa el límite de la venganza.
Media hora después, se vuelven a subir al coche y se alejan. Julia no sabe que hacer, se siente perdida. Finalmente llama a su hermana a pesar de la hora. Su hermana siempre la ayuda en todo, da igual lo que necesite, si está en sus manos, lo hará. Por teléfono, le explica lo que ha ocurrido en el almuerzo, y lo que acaba de presenciar, su hermana, que odia profundamente a su cuñado, no deja de insistirle en que lo deje, que lo eche de su casa y se aleje de él para siempre, que ese tipo no es bueno y acabará por darles un disgusto a todos cualquier día de éstos. Cuelgan. Julia piensa. Su hermana tiene razón, mañana la volverá a llamar para que la ayude a afrontar todo eso.
Las 6 de la mañana. Se abre la puerta. Julia enciende la luz y se incorpora, quiere que él la vea despierta cuando llegue a la habitación.
-¿Qué haces levantada?
-Esperarte ¿O es que no lo ves?
-Nadie te ha dicho que lo hagas, anda duérmete
-¿Dónde has estado y con quién?
-¿Ahora me controlas? Ya te lo dije, con los colegas, se ha alargado la cosa y..
-¡Mentira! Antes te he visto con esa niña aquí abajo, en tu coche
-¿Con Tania? jajajajajajajaaj Julia por favor, es como mi hermana pequeña, estas obsesionada...que poco me conoces
-¿Tu hermana pequeña? Mira...que no soy gilipollas
-¿Ya empezamos con tus celos de mierda? ¡Qué coñazo! Siempre estás igual...ves cosas donde no las hay. A Tania la conozco desde que entró en la compañía, tenemos mucha confianza pero nunca haríamos nada, ¡si podría ser su padre joder!
-Yo sé lo que he visto, no estoy loca
-No que va, estás chalá tía. Cállate y déjame dormir, estoy reventado.
Apaga la luz y se da media vuelta. Julia se levanta de la cama. Un tremendo dolor le impide seguir durmiendo. Ella sabe lo que ha visto por la ventana, y lo conoce muy bien, esa actitud que tomaba con la chiquilla..no era de hermanos precisamente. La seguridad con la que habla Alberto frente a su nerviosa expresión, la hacen quedar como una demente, ella lo sabe, pero no por eso no lleva razón, esta completamente segura. No sabe con certeza si han hecho algo o no, pues no los ha visto besarse, pero Julia conoce a la perfección en que se basa un tonteo, y lo que Alberto hacía con Tania, era un tonteo de manual.

Han pasado dos días. Julia consiguió quedar con su hermana a escondidas, mientras Alberto estaba trabajando. Definitivamente lo dejaría. Su hermana le hizo ver el cambio drástico que había pegado, su personalidad, divertida y alegre, se había convertido en un carácter apagado y sin luz. Le hizo ver lo preocupada que estaba por ella, que aquel tipo no la quería y mucho menos la respetaba. Sin saber exactamente cómo, su hermana la había hecho abrir los ojos. Alberto no era el hombre de su vida, se estaba engañando a sí misma. Ella lo amaba pero eso no era una excusa para dejarse tratar así, sin respeto.
En toda pareja existen los pros y los contras, y ambos deben adaptarse al otro, aceptando sus defectos y virtudes. Sin embargo, Alberto, no se había adaptado a ella, todo lo contrario, la había cambiado radicalmente, controlando al máximo cada uno de sus movimientos. Alberto era un maltratador psicológico.
Nunca le había tocado un pelo, todo hay que decirlo, pero para maltratar a alguien no es necesario utilizar la fuerza, basta con humillar y controlar a la persona, arrebatándole su propia voluntad. El maltratador psicológico va acaparando poco a poco la mente de su víctima, haciendo que se sienta débil, desprotegida, e inculcándole pensamientos falsos, como que no encontrará a nadie que la quiera como él, que no puede trabajar, que no sirve para nada, que no puede vestir como a ella le da la gana, que no puede engordar, que sus amistades no son buenas...cualquier cosa que bloquee a la persona de sus propios intereses. No es fácil detectar a un maltratador psicológico, la mayoría de ellos ni siquiera saben que lo son, pues verifican su comportamiento como que es lo correcto, que lo hace por el bien de su pareja, sin tener en cuenta lo que verdaderamente desea la otra persona. Siguen un ritmo ascendente, al principio no dan a conocer su verdadera cara, son personas respetuosas, generosas, entierran con halagos a su pareja, hasta conseguir que se enamoren. Luego, detenidamente y sin que se les vea el plumero, comienzan a controlar todo sus actos. Lo primero que hacen, es alejar a la persona de sus seres queridos; el maltratador juega un papel fundamental en apariencia, por encima de todo tiene que quedar como una persona incapaz de hacer daño. Si su pareja se relaciona con personas que la aprecian y la quieren, pueden desvalijar sus intenciones y hacerla ver, que el maltratador, en este caso él, le está haciendo daño. Cuando ya la ha apartado totalmente, empieza el juego sucio, absorbiendo su dignidad y autoestima hasta dejarla completamente indefensa. Es decir, la convierte en una marioneta y él pasa a ser el titiritero. Más o menos, resumido queda la actitud de un maltratador psicológico, me encantaría dar más detalles, pero la historia se me pasa de extensa, así que prosigamos.

Alberto se encontraba en el trabajo. Julia aprovechó la ocasión. En lugar de echarlo a él de la casa, había meditado sobre ello, y pensó que la mejor opción sería que se marchara ella, así evitaría más problemas. No le importaba comenzar de cero, ya lo había hecho otras veces. Con ayuda de su hermana, había recuperado las agallas que le habían quitado, se sentía más fuerte que nunca.
No le daría ninguna explicación, se marcharía sin más. Por precaución, y porque conocía a Alberto demasiado bien, había decidido marcharse de la ciudad. Una amiga se había ofrecido a acogerla en su casa hasta que encontrara algo, no era gran cosa pero se apañarían bien.
El novio de la hermana, osea su cuñado, esperaba abajo con el coche, mientras ella y su hermana bajarían las cajas y demás trastos.
El cuñado apareció por la puerta excitado y nervioso. Había visto a Alberto aparcar el coche, no tardaría en llegar. Todos se pusieron nerviosos. No esperaba nada de eso ¿Qué pasaría cuando subiera y encontrar aquel panorama? A Julia le temblaban hasta las pestañas. Intentaron calmarse. No había marcha atrás, lo que tendría que pasar..pasaría.
Alberto entra confuso, mira a su alrededor y luego fija su mirada en Julia. Por sus facciones se entiende que esta molesto, tonto no es, se huele lo que esta sucediendo. La hermana y su pareja se mantienen al lado de Julia, todos preparados por lo que pueda ocurrir.
-Qué coño es todo esto
-Me voy Alberto
-¿Cómo? Eso no te lo crees ni tú. No te vas a ir a ningún lado. Anda deja todo como estaba y dile a tu hermanita que se largue
-No
-Me vas a hacer enfadar y les ensañaré qué clase de persona eres ¿Es eso lo que quieres Julia?
-Alberto, no lo pongas más difícil por favor. Voy a marcharme, esto se ha terminado. Coged esas cajas, nos vamos
Alberto se acerca a Julia, tremendamente desorbitado, y la agarra del brazo con fuerza
-He dicho que ni hablar, no te mueves de aquí. ¿Pensabas largarte sin decirme nada? He salido antes de trabajar para arreglar la pelea de ayer contigo, ¿A qué eso no se lo has contado a estos? ¿Y me encuentro con esta encerrona? No, no. No te vas. Vosotros marchaos, todo esto no va con ustedes. ¡Marchaos he dicho! Llamaré a la policía
-Es lo mejor que puedes hacer, llama a la policía y le contaremos que me estás reteniendo en contra de mi voluntad
-¿La estais escuchando? ¡Qué tonterías estás diciendo Julia
Comienza un forcejeo, Alberto la agarra ahora por los dos brazos y la zarandea, ella intenta zafarse de sus garras pero tiene demasiada fuerza. Su hermana grita. Alberto, sin controlar su histeria, la empuja y Julia cae al suelo. Cuando se dispone a abalanzarse sobre ella, el cuñado, movido por un impulso, se interpone entre los dos, sujeta a Alberto y lo desliza hacia atrás. La hermana levanta a Julia del suelo y se alejan de la escena. El cuñado, sin perder los papeles y con una serenidad propia de un mediador, le indica que se vaya o se verá comprometido en avisar a la policía. Alberto, rojo por la furia y dominado por la impotencia, se marcha.

Julia consiguió escapar. Tuvo que mantener, durante un tiempo, oculto su paradero, cambió de móvil y comenzó una nueva vida.
Alberto, para no variar, se convirtió en la víctima. A todos les decía que Julia se había marchado con otro, que le había sido infiel, que era mala, que nunca lo había querido cuando él lo había dejado todo por ella, en fin..mentiras y más mentiras que nunca revelarán lo que realmente sucedió, al menos para los oídos incrédulos que se limitaron a escuchar solo una parte de la historia.
Julia fue feliz. Todo lo ocurrido la enseñó a ser más fuerte, a no dejar que nadie decidiera por ella y mucho menos, no consentiría que nadie más volviese a humillarla.
Alberto, sigue sumido en su hipócrita vida, dando pena a todo aquel que no lo conoce, y como no, engatusando a niñas a las que poder manejar. Él jamás será feliz.
En definitiva, lo que no te mata, te hace más fuerte. Nunca permitáis que nadie os limite, seguir vuestros instintos, y sobretodo, quereros mucho, porque si no lo hacéis vosotros..nadie lo hará.

21.5.20

RELATO: Lagunas en la humanidad

Aupé la silla de ruedas, ese incómodo escalón de la entrada siempre conseguía enfadarme, tal vez debería plantearme buscar una rampa, ahora que todo parecía volver a la normalidad, supondría un problema al salir de casa. Por la falta de costumbre, o que mis huesos ya protestaban por todo, pasamos un buen rato intentando subir el escalón. Ella no rechisto en ningún momento, aguardaba plácidamente a que yo solucionara el conflicto, en silencio, paciente, con sus manos sobre las rodillas, ni siquiera se inmutaba de las palabras mal sonantes que escupía mi boca. Intenté no perder los estribos, habíamos esperado tanto a que llegara esta ocasión que me parecía irresponsable formar una montaña de un granito de arena, Fátima no lo merecía. Finalmente, conseguí dejar al incordiante escalón atrás.
Quité el pestillo superior del gran portón, luego el inferior, abriendo las dos partes para obtener más espacio a la hora de salir. No habíamos hecho más que empezar, y mi frente estaba empapada de sudor. Demasiado tiempo sin practicar esfuerzos.
Un sol despejado de nubes se encontraba en mitad del cielo, abrazando los pigmentos azules con sus extensos rayos, recreando un lienzo acabado, dispuesto a ser colgado en una pared austera de decoración.
Sujetando la silla por la parte trasera, empujé, las ruedas chirriaron levemente, y como si le hubiese puesto un filtro amarillento a la imagen, la claridad fue poseyendo la figura de Fátima. Al fin en el exterior.
Los ojos cerrados, disfrutando cada detalle que la rodeaba, inspiraba el aire puro alimentando a sus pulmones. Escuchaba su respiración profunda, ansiosa, libre de las cuatro paredes que la habían privado de la realidad.
Era temprano, las calles, desiertas de mascarillas andantes, nos ofrecían la amplitud con la que tanto habíamos fantaseado. El ambiente caluroso palpaba nuestra piel, y la brisa mañanera refrescaba esa pesadez mental que había surgido con el estado de alarma. A cada paso, se disipaba la presión craneal, haciendo que el olvido acampara en nuestros recuerdos, y un manto de felicidad, arropaba aquellos días en los que la luz del sol estuvo censurada.
El trozo de tela, perfectamente cosida, que había tenido que fabricar para poder salir, me ocultaba la mitad del rostro de Fátima, sin embargo, las arruguitas que se formaban en los extremos de sus ojos, me hacían entender que sonreía.
Había llegado a quererla igual que a una madre. Cuando todo esto comenzó, reconozco que dudé en cuidarla. Se me hacía muy dura la idea de tener que abandonar mi vida, para anteponer a la suya. Fátima siempre estuvo ahí cuando la necesité en mi juventud; con sus caramelos a escondidas; su propinilla por mis buenos actos; sus historias, que tanto me enseñaron de la vida; su defensa incondicional ante las riñas de mi madre cuando me metía en un lío; su regazo, que tantas lágrimas infantiles soportó...De niña, siempre la recuerdo sola, sin familiares que la visitaran, sin un marido que le hiciera compañía, pero por aquel entonces, ella estaba ágil, y los tormentos provocados por la edad aún no habían hecho estragos en su cuerpo.
Recuerdo estar en el sofá cuando el Gobierno implantó, por la seguridad general, la normativa de quedarnos en casa. Fátima apareció en mi mente, la imaginaba completamente sola, apenas sin poder moverse, y encerrada. ¿Cómo haría la compra? ¿Cómo mataría el tiempo para mantenerse distraída? Me reconcomía la dura idea de abandonarla a su antojo, como si no significase nada. Y entonces, cambié lo roles de la imaginación, inventándome que era yo la necesitada de ayuda y repleta de soledad ¿Qué haría Fátima? Ella ni siquiera lo habría puesto en duda, hubiese reaccionado de inmediato, convirtiendo los pensamientos, a los que  tantas vueltas le daba yo, en hechos.

El paseo, nos había encaminado hasta el mar. Situadas en el mirador, la playa, en su inmensa totalidad, se lucía bajo nuestras siluetas, deleitando su grandeza a nuestra visión afortunada. Me situé en el banco más cercano, dejándola a sus anchas, para hacerla creer que había llegado hasta allí con sus propios pies, dejando que la intimidad le hiciese compañía.
Ella observaba el paisaje, yo, la observaba a ella. Cuánta sabiduría y experiencias se concentraban en esa mujer. Su vida se había ido forjando por etapas escritas en libros de historia, leídas por una generación totalmente diferente a lo que ella había conocido. El hambre acechó su niñez, marcada por cartillas de racionamiento; la guerra educó su moral, adoctrinada con bombas y muertes; un dictador privatizó sus sueños, sentenciados con fusilamientos; la pobreza siempre la acompañó, esposada a su sombra con grilletes sin llaves; comprendió el dolor a una temprana edad, y con inquina, lo aceptó como amigo; y ahora, cuando ya pensaba que la vida se habría cansado de atosigarla, los últimos años de su vida se veían truncados por una pandemia mundial.
Pero a Fátima parecía no importarle nada de lo que estaba ocurriendo. 70 días encerradas, limitadas social y económicamente, amoldandonos a un nuevo estilo de vida impartido por un virus. No obstante, ella ha sabido mantenerse serena, impasible, sosteniendo la esperanza con el puño en alto. Para mi ha sido eterno, insufrible, desesperante. Días en que la ansiedad ha sustraído enteramente a mi personalidad, el estrés ha despedido a mi cabello y el mal humor  predominando en mi carácter.
Ahora, absorta por la paz que nos envuelve, comienzo a pensar quién ha cuidado realmente de quien. Hemos formado un buen equipo, mientras yo me he dedicado a abastecer físicamente su reducida movilidad, ella se ha encargado de fortalecer mi mente.

La gente empieza a aparecer buscando su momento de libertad. Pasan por su lado, sin mirarla, como si fuese una estatua incapaz de entablar conversación. Indiferentes, sumidos en sus propias expectativas, nadie se interesa por ella, a nadie se le enternece el corazón al verla tan mayor, contemplando embobada el mar, ninguno de los paseantes se anima a interactuar con la voz de la experiencia. Y comienzo a pensar que la humanidad no ha cambiado nada, que el virus, no nos ha enseñado nada, que el egoísmo sigue presente en los corazones y que la solidaridad sólo estuvo presente cuando no le quedó más remedio. Se me encoje el pecho al pensar que esa mujer, que ha demostrado durante toda su vida que es más fuerte que las penurias que le ha tocado vivir, no será recordada por nadie, no se hablará de ella en los libros, ni se le dedicará canciones o poemas, no se convertirá en ejemplo de supervivencia, ni será un modelo a seguir; su presencia habrá pasado de largo por el mundo, como alguien corriente, sin méritos que admirar, sin momentos que destacar. Su recuerdo será arrastrado al olvido, como las olas que vuelven al océano para dar lugar a otras nuevas, borrando su rastro en la arena.

Volvemos a casa. Mientras se queda dormida, le cojo la mano, y sin pronunciar palabra, le hago saber que su paso por la vida, será recordado; sus esfuerzos por luchar y el valor que han constituido los años vividos, no quedarán en vano.
Agarro la pluma y comienzo a escribir: "Lagunas en la humanidad"