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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

14.12.20

PABLITO CLAVÓ UN CLAVITO

 CARTA A UN POLÍTICO

Querido Pablo, a pesar de las contradicciones que sufren últimamente mis neuronas, me he aventurado a escribir esta carta, aún a sabiendas que jamás llegará a tus manos, mas mis deseos por expresar lo que anida en mi interior, superan cualquier excusa barata para no escribir.

Por suerte, crecí en una parte de la historia donde los libros apenas tendrán nada interesante que contar, exenta de guerras, de sufrimientos y de hambre. No viví en mis carnes todo aquello que te hace escribir un libro, no presencié con mis propios ojos la calamidad humana, ni la desolación social, ni siquiera actos vandálicos que secuestran la bondad humana. No. Mi infancia fue feliz y próspera, inculcada de valores reales que conciernen la vida misma.

La política siempre existió en mi conocimiento, o eras de un bando o eras de otro, hablando en plata, querido Pablo, o eras de izquierdas o de derechas, no había más, o quizá, no se conocía más. Evidentemente, yo pertenecía a tu bando, a ese que defiendes, según expresas, con uñas y dientes; al trabajador, al pueblo pobre y mal asalariado que lucha con el trabajo y apenas tiene para vivir. 
Luchaba por una España libre, sin yugos del poder, por un ciudadano honrado, luchaba para que el proletariado usara sus ventajas con dignidad y respeto. Jamás me callaba, si algo no era justo, ahí estaba yo, con mis palabras bien ejecutadas, mi sabiduría temprana y mi fuerza en la lucha. ¡Gilipollas de mi!
No me atormento por esos años, pues la política era otra cosa, y no una especie de programa telebasura donde unos señores, supuestamente preparados, se tiran tierra unos a otros en lugar de hacer su trabajo, que es mirar por el ciudadano y por su país. En fin, que me voy por las ramas y aún tengo mucho que decirte Pablo. 

Cuando mi conciencia llegó a la madurez de una persona adulta, y observó que existían otros problemas más importantes e individuales, aparté la política de mi vida. ¿Para qué? Para qué iba yo a defender a un señor, el cual casi ya ni compartía mi defensa, y mucho menos representaba mis ideales. ¿Para qué? Si cada mañana me tocaba madrugar para poder llevarme algo de comer a la boca, para pagar mis facturas, para vivir, con limitaciones, pero vivir. Empecé a visualizar el tema político como algo absurdo, un asunto sin pies ni cabeza que no servía de nada, bueno sí, para crear conflictos entre las personas que se disponían a intercambiar pensamientos, pero ojo, no sus propios pensamientos, no, los que el partido se disponía a defender y por consiguiente, inculcaba a sus votantes. 
Evadía cualquier conversación que contuviese política, me producía arqueadas, una pérdida de tiempo. Dejé mi voto en el fondo del cajón, cogiendo polvo, y ni siquiera me digné a recordarlo. La vida sin política era...como más feliz. Que el mundo se dejase convencer si quería, que yo vivía adoctrinada por mis propios pensamientos, nadie me representaba, ni hablaría por mi. Pasé a convertirme en una persona apolítica.

Y de buenas a primera, apareciste Tú. Con tu melena despeinada, tu ropa inusual, apartando de tu vestimenta cualquier traje de chaqueta. Apareciste con tus palabras embaucadoras, hablabas de libertad, de un pueblo azotado por recortes e impuestos. Nos contabas tu infancia, tus estudios, nos alentabas con un "Sí se puede" Tu vocabulario, exento de terminología incomprensible para la gente de a pie, nos hipnotizaba, nos hacías creer que eras el salvador de una nueva era. Llegaste con fuerza, con las ideas claras, en busca de un pueblo cansado y perdido, y tú, querido amigo traidor, supiste desde un primer momento qué palabras e intenciones utilizar para engañarnos una vez más. 
Creabas manifestaciones, te posicionabas del lado de los menos favorecidos, y hablabas y hablabas de un cambio. Un cambio que no sería posible sin la unión del pueblo. Un cambio que reflejaba el despido inminente de políticos corruptos, de esas personas insensibles y ricas que desconocían la vida normal del ciudadano. Un cambio beneficioso para todos.

Tu comportamiento, tu forma de dirigirte a los que serían futuros votantes, tu honestidad, y todo lo que abarcaba ese pensamiento libre que te representaba, me convencieron para volver a ese cajón olvidado donde yacía mi voto mugriento. Y creí en ti.
Defendía cada palabra que salía de tus labios, luchaba con garras hasta convencer una opinión, que en aquel entonces, para mi era equivocada. Intentaba hacer entender que tú no eras como los demás, que provenías de una familia humilde, que no te cegaría el poder, que realmente te importaba España, y que eras la clase de político que necesitaba este país.
Incluso llegue a hacer algo que jamás pensé que sería capaz de hacer, convertirme en militante de tu partido. Aún me duele.
Cada debate que presenciabas, cada aparición pública, ahí estaba yo, al otro lado del televisor, expectante, incrédula, estúpida, como una boba, deseando escuchar todo lo que tenías que contar. Y siempre te aplaudía, te vitoreaba, porque Pablo, yo te admiraba, y lo peor de todo, confié en ti.
Las primeras votaciones en las que pude elegir a tu partido fueron mágicas, pues la ilusión que abordaba mi ser era invencible. Creía tanto en ese cambio, que estaba cegada por una realidad cruel. Recuerdo ir gritando por la calles, hasta quedarme sin voz, "Sí se puede" Seguir tus pasos hasta alcanzar el objetivo.

Sí Pablo, fuiste una bocanada de aire fresco en medio de un hedor a heces. Convertiste el bipartidismo en algo más semejante a una democracia, o al menos eso nos hiciste creer.

¿Y ahora? ¿Qué ha sido de todo eso? ¿Dónde está tu indumentaria inusual? ¿Tu humildad? ¿Dónde quedó aquel chico con valores irrompibles? 

¿Te asocias con partidos que no comparten tu lucha? ¿Besas una constitución a la cual aborreciste unos años atrás? ¿Das la mano a una monarquía en la que no crees? ¿Y nosotros Pablo? ¡Dónde quedamos nosotros! 

Has olvidado quién te puso ahí, en ese puesto que tanto te gusta, lo has olvidado todo. Ahora solo eres capaz de ver el poder en tus bolsillos, y te gusta, lo adoras, tanto, que tiraste por el retrete los objetivos, para al final, convertirte en uno de ellos, un político más.

Déjame decirte algo más Pablo, déjame contarte lo que verdaderamente define a una persona que cree en la política. Es una persona que nunca venderá sus valores con tal de llegar al poder, una persona honesta y con vocación para gobernar un país, anteponiendo el bienestar del ciudadano ante uno mismo. Una persona que no deja que el viento se lleve sus palabras, porque pesan tanto y poseen tanta creencia, que ni todo el oro del mundo hará que se corrompa. Una persona que no olvida quien fue, y que recuerda día a día cómo ha llegado hasta la cima. Una persona humilde, sensata, coherente, y justa, que ame a su país, y que sufra por los males que la atacan. En definitiva, todo lo que no tiene un político en la actualidad.

No poseo ningún tipo de odio hacia tu persona, ni mucho menos, simplemente estoy decepcionada, creí en algo que ni siquiera existía, una cortina de humo que se evaporó al primer suspiro. 
No obstante, amigo Pablo, tengo que darte las gracias, pues tras tu subida al poder, y al verte codearte con tus amiguitos y convertirte en uno más, no solo comprendí qué clase de política teníamos en España, si no que me hiciste ver al mismo perro con distinto collar.
Y gracias a esta maravillosa decepción que nos regalaste, encontré a personas, no muy conocidas, que sí luchan por un país libre de corrupción, un país con libertad, y con una constitución donde todos los ciudadanos seamos tratados con los mismos derechos e igualdad. 
(Una de estas personas de las que hablo es Ruben Gisbert, jurista y abogado, que intenta inculcar unos conocimientos desconocidos entre la población. Os dejo aquí el enlace de su canal, para aquellos que quieran saber de verdad qué pasa en España.)


Total, que con los años te das cuenta que salga el partido que salga, todo sigue igual. Actualmente, debido al virus, más aún nos tenemos que concienciar que los señores que tenemos como responsables y representantes de un país, no tienen ni puta idea, no les importamos un comino, y mucho menos miran por nuestro bienestar. A ellos solo les interesa el dinero y el poder, y no lo digo yo, lo dicen los hechos.

Mi lucha no cesa, mi convicción no se rinde, y mi libertad está más viva que nunca.

Pablito clavó un clavito, sí, en mis esperanzas.




25.11.20

FEMINISMO NO, GRACIAS

No pensaba escribir sobre esto, no sé, me resultaba evidente comentar algo así, ilusa de mí al pensar que la humanidad piensa con racionalidad. Total...al final no me puedo quedar callada ante tanta injusticia, y como era de esperar (sobretodo para los que me conocen) he acabado dedicando mi tiempo a esto.

Voy a empezar por el principio para que todos nos vayamos enterando de una vez, que al parecer, hay algunos que les cuesta.
Definición de la RAE, en el año 2001, de la palabra feminismo:


Se lee bien ¿No? Pues bien, veamos ahora la definición del año 2020:



¿Dónde quiero ir a parar? Os preguntaréis. Es muy sencillo, el problema es que tengo tanto qué decir, que no sé exactamente por dónde empezar.
Este movimiento que hay ahora tan popular y apoyado por las masas, llamado feminismo, no es más que un movimiento lleno de falsedad y victimismo, sí, como lo estáis leyendo señores, VICTIMISMO, en el que se promueve hacer a la mujer víctima de unos hechos que cualquier persona, incluidos hombres(porque aunque no os hayáis parado a pensar también son personas) pueda experimentar. 
Yo, soy mujer, y siempre he luchado por conseguir los derechos que me pertenecen en la sociedad, ¡ojo! los derechos que me pertenecen de forma igualitaria, como PERSONA, que no tiene nada que ver con lo que busca este movimiento, cuyas preferencias son que la mujer tienda a tener más protección, y por tanto, más derechos que los hombres. ¡Qué falsedad más grande! 
Tranquilos, que ya sé por dónde me vais a salir, tranquilos que me explico.
En ningún momento estoy diciendo nada de todas las mujeres asesinadas por maltrato, ni de las violaciones incontables, ni de todos esos sucesos que hemos tenido que vivir las mujeres durante toda la historia, no, yo no estoy nombrando nada de eso. ¡Claro que no estoy de acuerdo con todas esas fechorías inhumanas! Pero coño...de ahí a que saquen una ley, en la cual se defiende, por encima de todo, la palabra de una mujer que dice que ha sido maltratada por un hombre, sin ni si quiera comprobar los hechos...hay un tramo bastante largo ¿No creéis?

A ver si poniendo ejemplos más cercanos, llegamos a entender el verdadero problema de todo esto.

1. Tu hermano, hijo, padre o abuelo (Me da igual que figura masculina imagines de tu entorno) convive con otra persona, de género masculino también, y es maltratado continuamente, ya sea a través de agresiones físicas, verbales o mentales; hasta que finalmente, lo asesinan. En el juicio, el presunto asesino, será juzgado y penado por un asesinato a secas, no sin antes comprobar que él ha sido el que ha cometido el crimen, que como todos sabemos, a falta de las pruebas necesarias, queda impune. Bien, aquí todo parece normal, una convivencia y un asesinato, que pague el culpable y el dolor para la familia que sufre la pérdida.


2. Figura masculina de tu entorno, pasea por la calle una noche de verano, pasea solo, necesita despejarse. Al cruzar la esquina lo asaltan, hay un forcejeo, él pide ayuda, con la mala suerte que nadie lo escucha, y finalmente, lo matan. El asesino, al que nadie ha visto, puede que se escape de la justicia, pero en el caso que diesen con él y fuese procesado, sería acusado de asesinato, siempre y cuando las pruebas sean exactas e inequívocas . Volvemos a lo mismo, culpable paga, y la familia llora su pérdida.


3. Un matrimonio como otro cualquiera, con sus dimes y diretes, nunca ha habido agresión entre ellos, y las discusiones, pues son, como las que puede tener todo el mundo con su cónyuge. Una noche en la que se han ido de fiesta los dos, vuelven a casa pasados de rosca. Hay unos celos por parte de su mujer, por lo visto él ha mirado a la camarera de más. Discuten, se levantan la voz, se echan cosas en cara, y en uno de estos movimientos dudosos que te provocan el alcohol, la mujer, presa de los celos e inyectada en ira, sin controlar ni pensar sus impulsos, coge un cuchillo de la cocina, las amenazas son más fuertes, sin embargo, su marido que la conoce y sabe que no va a hacerle daño, sigue con la discusión, como si no hubiese cambiado nada. Ella se abalanza hacia él, amenazándolo con el cuchillo, pero siempre manteniendo un límite de distancia, está claro que solo quiere asustar. En uno de esos forcejeos, a ella se le va de las manos y le clava el cuchillo a su esposo, con tal mala suerte, que le raja el cuello. Él muere a los pocos minutos. En el juicio, ella es procesada, pero el abogado alegará, o bien que fue un acto de defensa propia, o por el contrario, que ella no estaba en sus facultades psíquicas, quedando en una pena minoritaria, si va a la cárcel, serán pocos años, y eso, si entra.


4. Un matrimonio, un poco mas peculiar que el anterior. La mujer entra y sale de su casa sin dar explicaciones, hace y deshace sin consultar con su marido, y cuando él se pone tonto, lo amenaza con dejar de ver a sus hijos. Un día cualquiera, discuten, la pelea se ve envuelta en gritos y reproches, hasta que ella, que ve que no se puede salir con la suya, recae en la maldad más cruel que puede caer un matrimonio que antaño tuvo amor. Se araña a sí misma, se choca contra la pared, y por último, coge un cuchillo, con el que se hace leves cortes en los brazos. Poco después, llama a la policía, que llega en una brevedad indiscutible, pues ella ya ha advertido que se trata de un caso de malos tratos. La policía llega, y sin preguntar por los hechos, pues les basta con ver a la mujer ensangrentada y golpeada, directamente esposan al hombre y se lo llevan, a la espera de que ella ponga o no una denuncia. El hombre en ningún momento puede explicar qué ha pasado, y en el caso que lo hiciera, ¿Alguien le creería?


Cuatro situaciones totalmente diferentes y basadas en hechos reales (o bien por historias cercanas a mi que me han contado, o porque lo he buscado en los periódicos) En los 3 primeros se comete un asesinato, sin embargo, el asesino pasa por un juicio para demostrar su inocencia o culpabilidad. En el ejemplo número 4, donde se conoce desde un principio la inocencia del hombre, es el único que sin ser expuesto a un juicio previo para demostrar su culpabilidad o inocencia, lo juzgan directamente, lo esposan y lo sentencian culpable, simplemente por ser una supuesta agresión de malos tratos, y evidentemente, por la situación en la que encontraron a la mujer. ¿No os parece un tanto ilógico?

Pues el movimiento feminista que muchos apoyáis, defiende este tipo de leyes, es más, ya existe una ley en la cual, por el simple hecho de ser mujer, en estos casos, tu palabra vale más que la de un hombre. ¿Os parece justo? A mi desde luego no.

Con todo esto, lo que quiero decir, el verdadero mensaje que quiero transmitir, es que todos somos PERSONAS, y existen personas buenas y personas malas, indiferentemente de ser mujeres u hombres. Que sí, que la mujer es más propensa a sufrir agresiones, pero eso no significa que todas las mujeres que dicen ser maltratadas o agredidas, están diciendo la verdad, también sabemos mentir ¿Sabéis? y que gracias a leyes así, se benefician muchas hijas de puta que lo que desean es hundir a sus maridos por puro placer. ¿Es este otro tipo de maltrato del que nadie habla? Existir, existe, y si no me creéis, investigar por vosotros mismos.

VIOLENCIA de género, qué pasa, que las demás violencias son inferiores o cómo. A mi entender, la violencia es violencia, da igual que sea de mujer a mujer, de hombre a hombre, de hombre a mujer, de mujer a hombre. VIOLENCIA ES. ¿Desde cuando la violencia tiene grados según el sexo que la ejecute? ¡Qué gilipollez es esta por dios! 
ASESINATO por violencia de género. Ah, espera, que un asesinato normal...¿No cuenta igual? ¡Manda cojones la situación! Un asesinato es y será siempre un asesinato, la misma crueldad y el mismo dolor para aquellos que pierden a un ser querido. 

Un dato curioso: En el siglo XV y XVI, todos los delitos eran penados con el mismo castigo, la pena de muerte, daba igual si robabas, asesinabas o violabas, hasta la aparición del liberalismo, donde unos pensadores y estudiosos, comprendieron que cada delito debía tener su pena según su gravedad, es decir, el ladrón tendría un castigo más leve que el asesino. (Muy resumido todo)


Todo esto de la defensa de la mujer...se nos está yendo de las manos, a mi parecer. ¿Por qué siempre tiene que existir una guerra entre ambos sexos? ¿Por qué tenemos que defender a un bando u a otro? Soy mujer, pero no defiendo a todas las mujeres, defiendo a las personas que crean en una igualdad, como yo. Defiendo a las personas que luchen por un mundo mejor, donde dejemos anclados en el pasado esa rivalidad absurda entre sexos, que esta visto y comprobado, que no nos llevan a ningún lado.
¿Cómo voy a defender a una mujer que lucha por unos derechos que pueden perjudicar a mi padre, o a mi sobrino, o a mi primo, o a...etc? Pues no, evidentemente no, yo defenderé unos derechos iguales para todos, que no se definan por lo que ponga en mi DNI, si no en una constitución que supuestamente se hizo para crear la igualdad.
¡Qué no os engañen más! 

Cada vez tengo más claro que el ser humano tiende a provocar más guerras que paz, que somos vengativos por naturaleza, y que da igual los años que pasen, no evolucionaremos nunca.
Es como si de repente, las mujeres buscáramos una venganza exhaustiva por todas aquellas que murieron de forma injusta, y en lugar de buscar un punto intermedio, que favorezca a todos, queramos que los hombres, todos, paguen por todos esos años de oscuridad que han tenido que vivir ellas. Para nada la vida es así. Lo único que se consigue con esa actitud es no frenar las injusticias. Seamos inteligentes, y demostremos al mundo que hemos aprendido de nuestro pasado, si antes un marido tenía derecho a pegar a su esposa por el simple hecho de ser su esposa, no convirtamos esa ley al efecto contrario, que una mujer tenga derecho a denunciar a su marido por el simple hecho de ser su marido, joder, que existen jueces y leyes para demostrar los hechos, agarremonos a ello. 

Y por último, a todas esas mujeres feministas, pensad en vuestros hijos, ¿Qué futuro les espera con una ideología así? ¿Y si es vuestro hijo, en un futuro, el que se ve amenazado por una mujer que se aprovecha de esta ley? ¿La defenderíais igual? No se trata, y repito, de crear bandos, se trata de saber diferenciar entre las personas buenas y las persona malas, y si alguien comete un delito, que sea juzgado y procesado según dictamine la ley, una ley igualitaria para todos los seres humanos.

Se me han quedado muchos argumentos en el tintero, lo sé, creo que lo más esencial queda expuesto, ya cada cual que juzgue por sus propios pensamientos, al fin y al cabo, vivimos en un país libre...¿No?


4.11.20

RELATO: Bajo Tierra


La humedad calaba en su huesos condescendientemente; el olor a barro y tierra mojada penetraba por sus fosas nasales creando una repetición de arcadas; y el aterrador silencio que envolvía el oscuro lugar, la desquiciaba. Largas horas encerrada en aquel desconocido paradero, sola, asustada y con la incertidumbre de si volvería a ver la luz del día, si alguna vez retornaría su vida, si una vez más, sentiría los brazos de su madre rodeando su cuerpo. Caos en su cabeza inmóvil, miedo en su estómago, sin embargo, no era capaz de rendirse sin más, aún le quedaban fuerzas en su interior para seguir luchando por estar viva.
Miraba hacia arriba, con cuidado, pues sin saber que daños había sufrido, sentía una enorme punzada en su cuello cada vez que respiraba. Negro era el color que sus ojos alcanzaban a ver, un largo túnel negro sobre su cabeza, infinito, interminable, por donde se había deslizado dolorosamente hacía unas horas. Desconocía si en el cielo predominaba la luna, o por el contrario, el sol. El agujero se había convertido en un bunker, aislandola de luz, aire y sonidos externos. Eso la hizo pensar que si ella no podía oír lo que ocurría fuera del zulo, quizá tampoco podrían oirla a ella dentro. Aterrada por lo que la situación acontecía, sintió que se quedaría allí para siempre, olvidada.
La posición que había adquirido su cuerpo tras la caída, no era cómoda, y sin poder evitarlo, sus piernas comenzaban a dormirse. Recuerda que al caer, un estrepitoso crac retumbó en sus oídos, el sonido se repetía una y otra vez en su cabeza, como cuando se te pega una canción y es imposible echarla de tu mente. Sabía que sus piernas no estaban rotas, pues antes de que se quedaran dormidas, pudo moverlas sin sentir dolor. Los brazos, situados a los laterales de su cuerpo, encajados como piezas de puzzle, no parecían estar dañados, unos simples rasguños y arañazos sin importancia, nada que no se pueda curar con facilidad. Pero ese crac había sido intenso, difícil de borrar de sus recuerdos, y la preocupaba.
Intentó moverse, aunque estaba encasquillada, quería hacer un último esfuerzo, al menos para ponerse en pie. Un tremendo pinchazo recorrió su espina dorsal, creando calambres y espasmos en su espalda, y la impotencia la hizo gritar de dolor. Era inútil.

Había perdido la noción del tiempo, se sentía aturdida, con la cabeza embotada, incluso llegó a pensar que todo era una pesadilla de la que despertaría pronto. Sin agua, sin comida, sin una voz que la alentara para seguir con esperanza, alguien que la calmara y le dijera que saldría de allí. Sólo se tenía a ella misma, a su propia voz, a su propio aliento.
Pasaban las horas y cada vez le resultaba más complicado mantener la esperanza al dente, la cabeza cuerda y el terror enjaulado. La incertidumbre era lo que la estaba matando. Ella sabía con certeza que sus amigos seguían ahí, preocupados, intentando contactar con ella, aunque no pudiese verlos, ni oirlos, sabía que estaban. Pero el miedo siempre consigue dominar a la mente, y el simple hecho de no saber absolutamente nada de lo que está fuera de su alcance, la hacía inventar patrañas sin sentido alguno. ¿Habría un equipo médico y de especialistas cavilando cómo sacarla de allí? ¿La habrían dado por muerta e incapacitado el protocolo de emergencias? 
Un fatídico accidente.
Comenzó a recordar lo feliz que se había levantado aquella mañana, la ilusión por hacer esa excursión con su hermana y sus amigos, las risas, los paisajes, la aventura, las fotos y la maravillosa sensación de ser libre rodeada por tanta naturaleza. ¿Cómo es posible que algo tan inocente, como es ir de excursión, acabe de una forma tan macabra? Hasta tal punto de que una chiquilla pueda perder la vida.
Ya no puede más, está cansada, agotada de tanta espera y abordada por tantas dudas, decide cerrar los ojos para que el sueño la atrape. No se rinde, solo quiere descansar.

Su madre pasa la mano por su frente, mientras la acaricia, le dice "Ya estás a salvo mi niña" Ella abre los ojos vacilante, aún no sabe que está en un hospital, que ya no está en ese hoyo del infierno, y que todo saldrá bien. 
Una caída de 15 metros, 26 horas bajo tierra, sin provisiones, sin ayuda y completamente sola, desembocan en un cuerpo magullado; una vértebra rota ,que la imposibilita a la inmovilidad hasta no ser operada; y un recuerdo de superación y valentía.

Postrada en la cama, una vez más sin poder articular movimiento alguno, es incapaz de quitar la sonrisa de su rostro, no solo porque su madre permanece junto a ella, si no porque ha vuelto a nacer.



1.10.20

Quiero Ser Libre y Llamarte Libertad



Y ella, acongojada por el amor que residía en su interior, queriendo desafiar a los tabúes de sus propios miedos, agarró su mano, sometiéndose al temblor de sus pulsaciones, y sin coger apenas aire para no darle opción a la boca de pensar las palabras, comenzó su monólogo, dejando que sus ojos guiasen los renglones de una carta que jamás se atrevió a escribir.


"Quiero ver mundo contigo. El mundo que tanto criticamos. Que tanto nos sorprende. El mundo que nos ilusiona y desilusiona a la vez.
Nuestro mundo.
Quiero que hablemos con sabiduría, con certeza, sin miedo al don de la palabra.
Quiero vivir la vida contigo, y que la vida, nos enseñe a vivir sin soltarnos de la mano. Que conectemos entre nosotros hasta llegar a un nivel desconocido por la mente humana, y así, alcanzaremos una verdad tan absoluta y desconcertada, que podremos desconectar de lo que nos rodea, y quedarnos solos tú y yo.
Quiero que las horas nos obliguen a despedirnos y que el mañana se convierta en hoy. Que la debilidad y la cobardía que se burló de nosotros, nos miren desde lejos y aprendan de nuestro amor. Quiero ser libre y llamarte libertad, construir unos pilares tan flexibles que jamás se rompan. Que cada noche la confianza sea nuestra oración.
Te quiero a ti.
No quiero borrar el dolor y el sufrimiento que se arrastran tras nuestras sombras, pues el pasado se convertirá en nuestra doctrina, formando un futuro plagado de aprendizaje y sueños por cumplir. No quiero olvidar a las lágrimas secas de mi piel, ellas nos han hecho más fuertes. Ni tampoco quiero enterrar a los recuerdos amargos en una cajita de cartón, bajo una tierra seca que impida crecer vida, para ser olvidados. No. 
Dicen que lo único certero en la vida, es la muerte, y ahora sé, que también es amarte."


Él se derretía, igual de rápido que se derrite el hielo al caerle agua, sin embargo, jamás se había sentido tan entero, tan compacto.
Aquellas palabras, sonoras en el aire como música celestial, labraban un futuro en su corazón, una esperanza extinguida por el transcurso del tiempo, y que ahora, parecía haber estado enquistada bajo su alma desde que nació.
Y ese aura negra, que tanto tiempo los había envuelto, se evaporó. Sus dedos entrelazados, sus labios unidos, y sus corazones exentos de rencor. 
Despojados de un torbellino de reproches e inmadurez sentenciada, subieron un peldaño más en la escalera de la relación, sin mirar atrás, sin mirar adelante, fijando sus miradas exclusivamente en el otro, para no volverse a perder.



31.8.20

Tan viva como una piedra

Miraba al infinito buscando una respuesta, sin pararse a pensar que la respuesta reposaba en sus manos. El silencio mecía al olvido escondido en sus ojos, y sin embargo, ella se anclaba al recuerdo.

El sol se apagaba, y las ganas de volver al ayer, la incitaban a liberar las lágrimas, aferrándose al dolor como la droga más adictiva.
El horizonte la acompañaba sin querer dejarla sola, sujetando sus instintos de saltar hacia el abismo, y en cierto modo, ella lo agradecía.

La imagen de la felicidad se posó en su risa, rememorando momentos pasados, y ahora, alejada de aquellos años embarcados en el velero del olvido, se fustigaba con el presente que ella misma había construído. 
Lanzó una de las piedras que la rodeaban, apenas voló, cayendo como un peso plomo a pocos metros de sus pies, y se sintió inútil; ni siquiera era capaz de controlar el lanzamiento de una simple piedra. Y con el sonido provocado al chocar contra el suelo, despertó su impotencia. Gritó, quién sabe si a la piedra. Nadie respondió, abandonada por su propio eco.

Para obtenerlo todo, pagó el alto precio de perderse a sí misma, y aunque buscaba en lo más hondo de su corazón, ni los rescoldos de su esencia quedaban. Vacía. Ella se había quedado vacía de sí. 
Asumiendo los errores cometidos, entendió que el valor que se procesa, o se debe procesar, a uno mismo, jamás serán equivalentes e igualitarios al mismísimo amor propio, pues las circunstancias que acontecen a los hechos realizados, conllevan consecuencias que la mente no puede asimilar. 

Se dejó abrazar por los suspiros que su aliento desprendía, y sintió en las mejillas de su alma las caricias de sus propios dedos. 

Recogió la piedra y la guardó en su bolsillo, algún día, la lanzaría tan lejos que jamás volvería a encontrarla. Exactamente como había hecho con ella misma.

7.7.20

Y me llegó el momento

Varios días sin escribir...y me duele. Me duele como cuando un amor se acaba, o como cuando alguien, por el que lo has dado todo, se va.
La razón, sin embargo, es pura alegría. Sí, estáis leyendo bien. Una circunstancia buena provoca que me duela el alma, porque mi esencia la construyen mis palabras, y al prescindir de ellas, es como si arrancaran un trocito de mi corazón.
Durante seis meses, he tenido el privilegio y la libertad de dedicarme, en cuerpo y alma, al mundo de las letras y la imaginación, hasta que me llegó el momento. El momento de trabajar.
Como algunos sabéis, siempre me he dedicado a la hostelería, el sector que me ha permitido pagar las facturas y poder disfrutar de una estabilidad económica, y ella, una vez más, es la culpable de mi precipitado abandono.
Esto no quiere decir que jamás vuelva a escribir, eso no podría ocurrir en la vida. Para mi escribir es como respirar, si no lo hago, muero. Intento decir, aunque verdaderamente me cuesta muchísimo, que esta rutina maravillosa que había tomado, de escribir casi diariamente, tiene que cesar por el momento.
El verano, y los que curran en la hostelería como yo lo sabrán, es para trabajar y trabajar sin parar. Es cansado, no lo niego, no obstante, ansiaba volver tras la barra, añoraba las conversaciones con los clientes y las carreras precipitadas para mantenerlos a todos atendidos. Porque amigos, aunque me cueste reconocerlo, la hostelería también forma parte de mi vida, también me hace crecer como persona, y por supuesto, también me regala momentos de felicidad.
Intentaré llevar ambos, el trabajo y el blog, a la vez, pero no prometo nada jeje.

Algunos se sentirán decepcionados por verme, de nuevo, caer en las garras de este sector, y lo sé con certeza, pues de mi boca salieron aquellas palabras lejanas: No volveré a ser camarera.
Existe una explicación para tan tremenda contradicción.
Debido al maldito Covid-19, el trabajo, que ya estaba limitado anteriormente, ha caído en picado. Empresas cerradas, despidos incesantes y una desesperación sobre la sociedad.
Yo, una ciudadana más en paro, veía mi futuro envuelto en un papel de fumar, al que en cualquier momento, le prenderían fuego, y desaparecería para siempre. Sin embargo, la vida poseía un As en la manga para mi, y sin querer, o sin buscar, o ni tan siquiera planteármelo, apareció este trabajo ante mis narices.
Un trabajo hecho a medida para mi.
En otras palabras, una oportunidad que no podía dejar escapar. No, no podía, sé que me arrepentiría toda la vida.

Me despido con un hasta luego, y no con un adiós, porque sé que volveré, y lo haré con más fuerza.

Hasta entonces, queridos lectores, no os olvidéis de mi, pues yo no podría hacerlo de vosotros aunque me lo impusieran, ya que me habéis enseñado una parte de la vida maravillosa, y me habéis inculcado el gran valor  que tiene luchar por tus sueños.
¡Gracias a todos!




26.6.20

RELATO: La Leyenda de la Hierba Negra

De un salto, se levantó de la cama, casi como si tuviese alas, y corrió directa al exterior. Mientras, en su cabeza, solo rezaba porque algo hubiese crecido en su huerto, una insignificante lechuga, una patata podrida...le daba igual, solo deseaba ver crecer un atisbo de tanto esfuerzo labrado desde que llegó a aquel lugar. A veces dudaba de su cometido allí, aunque en el fondo, sabía que era la mejor opción.
En tiempos de guerra, lo más fácil y llevadero, era vivir en el campo, ella lo sabía a la perfección. Tras la muerte de su marido y sus tres pequeños ángeles, la ciudad se le había antojado una cárcel cruel, con sonidos escalofriantes al anochecer, que le perturban el sueño; gritos inocentes ahogados con disparos; miedo en cada esquina iluminada y desconfianza de la propia sangre. Nadie podía dar por sentado seguir con vida, no desde que estalló la maldita guerra civil.
Al encontrarse absolutamente sola y sin ayuda, fue la única solución que apareció en su mente. Los franquistas estaban tan obsesionados con limpiar la ciudad, que apenas circulaban por los campos; y ella, tan joven y vulnerable, ansiaba sobrevivir. Su vida era para aquellos asesinos sin piedad, como un envoltorio de un caramelo, fácil de tirar a la basura, sin que nadie lo echara de menos.
Huyó sin mirar atrás, sin coger nada de su casa, nada que pudiese involucrarla en una disputa política o de cualquier otra índole que sentenciara su vida. Se llevó consigo sus recuerdos, lo que nunca podrían robarle, ni quemarle, ni destruir, recuerdos de su esposo e hijos, que lamentablemente, habían sido fusilados. Seguían vivos en su interior, nadie podría arrebatarle el amor de su familia.
Pasó días deambulando por caminos inciertos, cargando el hambre, el frío y mucho miedo; hasta encontrar la casita, casi en ruinas, en medio de una explanada de tierra sin cultivar.
Quizá en otras circunstancias no la hubiese visto como su nuevo hogar, pero en aquel momento le pareció la casa más acogedora que había visto en su vida.
Los primeros días se abastecía de animales muertos que encontraba por los alrededores; de flores con bonitos colores, insípidas y sin ningún nutriente para recobrar fuerzas, aún así, se las comía para intentar engañar al hambriento estómago.
El agua no fue un problema, a pocos kilómetros había un pozo. Teniendo agua, tenía vida.

Un día más sin que el huerto se pronunciara. Se agachó, cogió un puñado de tierra, la palpó, la olió, y enfadada la arrojó lo más fuerte que pudo. No entendía cuál era la desgracia que en aquel campo residía, sabía cultivar, lo había aprendido de su padre y su abuelo a lo largo de su vida, y al parecer, su conocimiento de agricultura se reía a sus espaldas.
Comenzaba a anidar en su interior una frustración, que si no conseguía dominar, acabaría con ella antes que los temidos franquistas.
Volvió a la casita cabizbaja, se sentó derrumbada en lo que ahora llamaba cama, una manta mugrienta colocada de mala manera sobre tierra de su propio huerto; y dejó que la esperanza se marchara de su lado.
Durante días estuvo tumbada en la cama, sin comer, sin beber, y a ojos de algunos, sin vivir. Abandonando cualquier intento de sobrevivir, sentenciándose a si misma con una muerte lenta. Hiciese lo que hiciese, un mínimo intento de supervivencia, se desintegraba como los cuerpos yacentes que ahora habitaban en este país en guerra.
La lucidez, que había permanecido en ella como un bastón de hierro, desaparecía. Nada parecía real, ni la guerra, ni las muertes, ni siquiera pensar la hacía existir. La locura fue arropándola poco a poco, engatusando como un dulce a un niño, mimándola como la verdad absoluta, creando en su corazón una túnica sombría que le arrancaba la ilusión. Hasta su Dios parecía pisotearla, hincándole el talón en la cabeza, enterrándola en la creencia más absurda.
Finalmente, abdicó en su otro yo, el cruel, el loco, ése alter ego que te convierte en un ser rastrero y moribundo, que te encierra en la oscuridad de tus más temidos miedos e inseguridades.

Abrió los ojos y comenzó a reír a carcajadas. Sin explicación alguna, se dispuso a bailar una cancioncilla que ella misma tarareaba, chocando con las paredes de madera, cayendo al suelo. A cada paso alzaba más la voz, y se sentía feliz, después de mucho tiempo, era feliz.
El día se adornaba con un radiante sol que iluminó sus mejillas al instante, se sintió dichosa. Su canto, sin ritmo y con voz malsonante, resonaba en la lejanía, contestado por cuervos que salían de la nada. Algo la hizo parar en seco. Su semblante se transformó, de pura alegría pasó a una seriedad inquietante. No muy lejos de donde se situaba, había un bulto en el suelo. Con el trasluz del sol, apenas divisaba de qué se trataba, su locura inminente la hizo danzar hasta el bulto desconocido. Un muerto. Un hombre de unos 30 años yacía en la tierra, si no fuese por el tremendo disparo en la sien, parecía estar descansando al aire libre, y eso debió pensar ella, pues se puso a entablar conversación con el pobre hombre. A tal extremo había llegado su locura, que daba a entender que el muerto le contestaba, ¡hasta la hacía reír! Si no fuese por lo macabro que pudiese parecer, muchos asegurarían que ella flirteaba con el cuerpo sin vida. La delataba esa sonrisita que sueltan las señoritas cuando un caballero es de su agrado. Sus mejillas se sonrojaron, y cómo miraba ella a su conquistador mudo, con ojillos de muchacha enamorada.
En un instante, su amabilidad enamoradiza se volvió déspota, con un llanto atronador, gritaba sin piedad al difunto, que en sus pies descansaba en paz. Regalándole fuertes patadas, gritaba y gritaba sin obtener respuesta alguna. Corrió hacia la casita, desesperada, registró cajones, de los pocos muebles que adornaban su hogar, enloquecida, con la mirada cubierta de un fuego imaginario, rompía y tiraba todo lo que a su paso encontraba. Ni ella misma sabía lo que buscaba. Incontenibles sus ansias de encontrar algo, saltó por una de las ventanas de la parte trasera, y sus ojos se iluminaron de maldad al visualizar un hacha apoyada en la pared. Al cogerla, sintió una perversidad imparable, aterradora para cualquier persona cuerda, que se apoderaba de ella hasta hacerla suya.
Con el hacha sujeta por las dos manos, corrió hacia el que fue su pretendiente. Con la poca bondad que aguardaba en su alma, le formuló una amable pregunta, sin embargo, el silencio era el dueño de aquel terreno. Su rostro enrojeció, la ira se apoderó de su subconsciente, y ella misma acogió a la irracionalidad, dejándose llevar por sus impulsos más tétricos.
Clavó el hacha en el cuerpo inerte, una y otra vez, la sangre, aún caliente, caía en la tierra infértil, manchaba su cara, su ropa, no obstante, ella seguía sin dudarlo un segundo, como si ese fuese su cometido, su razón de vivir, lo hacía con tanta naturalidad que llegó a pensar que había nacido para ello. Al fin terminó su trabajo, y lo que antes fue un cuerpo fusilado, ahora eran trozos de carne mal cortada. Los recogió, tantos como le cabía en los brazos, y fue llevándolos al interior de la casa. Una vez que todos los pedazos estaban junto a ella, los introdujo en una especie de cacerola, encendió el fogón y dejó que los restos de aquel pobre hombre, se desintegraran lentamente. El olor era nauseabundo, insoportable, sin embargo, a ella parecía encantarle, removía los restos igual que había removido guisos a lo largo de su vida, con destreza y felicidad.
Al asomarse a la cazuela, después de horas, encontró un líquido rojo ennegrecido adornado con trozos irreconocibles, que pululaban un hedor capaz de sepultar al alma más viviente. Ella sonrió satisfecha. Alcanzó su regadera, con la que cada mañana regaba su huerto, y la rellenó con el mejunje que había cocinado.
En el huerto, colocada en un lateral, mientras canturreaba a saber qué, inició el regadío, abasteciendo cada centímetro de tierra con los restos maltratados de aquel miserable hombre. Una vez hubo terminado, volvió a su casita, se tumbó en la cama y riendo se quedó dormida.
Una pesadilla mal encaminada la hizo despertar al alba, poco le duró el desasosiego, la risa esquizofrénica volvía a su garganta como regresan las golondrinas cada febrero.
Entusiasmada, salió al exterior, gritos de alegría y júbilo rebosaron el silencio de la guerra. Su huerto, esa tierra que mataba cada vida que se dispusiera a crecer en ella, estaba cubierto de hierba. Hierba negra como el carbón. La incógnita que a cualquiera de nosotros nos habría perturbado, a ella parecía encantarle, nada se extrañó al ver el color oscuro de lo que ahora adornaba su huerto.
Una hierba alta, fuerte y brillante, pero negra. Era como si alguien hubiese tintado cada brote con especial cuidado, dando lugar a un hermoso campo moreno. El sol bañaba el huerto, haciéndolo aún más fúnebre, viéndose desde lo alto como un agujero negro.
Cuando el viento mecía aquella extraña hierba, creaba un olor a muerte imposible de esquivar, un olor capaz de reavivar los sentidos más crueles, más cínicos, un olor que hacía vomitar solo con respirarlo, llegando a pudrir cada órgano sano del cuerpo.
Ella, contenta y orgullosa de su huerto cultivado, bailaba una melodía sin letra mientras atravesaba aquella aberración rural. Palpaba cada hoja con la misma sensibilidad con la que acariciaba a sus hijos antaño, la besaba tan dulcemente, que era hermoso observar tal extraño acto.

A los pocos días volvió a aparecer en sus tierras otro cuerpo inerte, en este caso una mujer, no mucho mayor que ella, tumbada boca abajo, casi desnuda, con la piel magullada y arañada. Al darle la vuelta y poder observar su rostro, se estremeció, un escalofrío recorrió su espalda, pero nada impidió que volviese a practicar su ritual. A pesar de ser la segunda vez que descuartizaba un cadáver, se podía leer en su mirada la satisfacción que le producían sus actos, la locura se acomodaba cada vez más en sus sienes, y ella, solo se limitaba a aceptarla.
Como la primera vez, hirvió los trozos del cuerpo, y acto seguido, regó el huerto, cantando y bailando, como si de una fiesta tradicional se tratase.
Habiendo pasado cuatro días, creció un hermoso árbol justo en medio de toda la hierba negra. Un árbol negro. Negro su tronco, negras sus hojas, negros sus frutos y negras sus raíces, aunque no se vieran.
Ella, contenta por toda la belleza que ahora decoraban su hogar, no dudó en comer un fruto de su nuevo árbol. El fruto, similar a una manzana, totalmente negro por fuera, al pegarle el primer mordisco, observó que su interior era rojo, rojo como la sangre derramada por tantos inocentes.
Comía un fruto tras otro, para desayunar, para almorzar, merendar y cenar, o simplemente para disfrutar de tan tremendo manjar.

Transcurrían las semanas, apareciendo cada pocos días, un nuevo cuerpo fusilado. Mujeres, hombres y hasta niños, a todos los desmontaba con su hacha para luego regar su huerto. Crecieron más árboles, arbustos y plantas de diferentes tamaños. Una vegetación diversa en sus formas y todas del mismo color, negro.

En la ciudad comenzaron a surgir rumores, leyendas, habladurías de gente sin recursos mentales, incapaces de comprender a nuestra humilde agricultora. La apodaron la loca negra, la agricultora fúnebre, la bruja negra, o incluso, el ángel sepulcral. Unos decían que la misma guerra la había llevado a perder la cabeza, que el mal anidaba en sus adentros y todo lo que tocaba lo volvía negro. Otros, cuchicheaban que al perder a toda su familia huyó sin más y topó con una casa repleta de carbón, por eso toda la vegetación era negra, ella misma la tintaba para alejar a los franquistas.
Una minoría la veneraban, creían en sus prácticas inadecuadas, afirmaban que sus actos solo eran un culto para pedir perdón por tanta sangre derramada, que salvaba las almas de los muertos matados a traición, y que gracias a ella, podían volver a vivir en forma de plantas para que nadie lo pudiese fusilar. Ella les brindaba una segunda oportunidad.
El caso fue, entre dimes y diretes, que se creó una nube de incertidumbre y miedo hacia su casa, su huerto y a ella misma. El miedo a lo desconocido nos hace juzgar lo que no somos capaces de entender, inventando circunstancias y dando por hecho realidades subjetivas que se alejan bastante de la verdad.
Era tanto el miedo y pudor que se difundió acerca de ese terreno, que ni los franquistas se atrevían a pasar por allí, eso le vino a ella como anillo al dedo. Era tan grande el temor que sentía frente a un uniforme de tal envergadura, que su cuerpo temblaba como vibra el suelo al caer una bomba.

Había olvidado al mundo, más allá de su huerto no existía nada. Ya no recordaba su pueblo, ni a sus amigos, ni las calles por las que paseaba en tiempos de paz cogida de la mano de su marido. Todo aquello había envejecido en su cabeza, aparecía como un recuerdo borroso e inverosímil, como un sueño.
Lo que no había conseguido olvidar era la guerra, las muertes, huir sin motivo, y el tenebroso recuerdo de la muerte de su familia.
No estaba sola, al menos no se sentía sola. Tumbada en su huerto, rodeada de sus plantas negras, conversaba con ellas, reía, cantaba, bailaba, ahora eran su familia.

Después de tanto sufrimiento que le había tocado vivir, como a muchos otros debido a la guerra, el resto de su vida fue pura felicidad. Rodeada de tranquilidad y silencios, de melancolía y sonrisas, de charlas infinitas, de amor incondicional.

Pasaron años y años, hasta llegar a la vejez. Cansada y con dolores por todo el cuerpo, sus movimientos estaban limitados. Había días que le era imposible levantarse de su lecho, y tumbada, soportando los sufribles pinchazos de su ancianidad, dejaba que el viento arrastrara los susurros de su huerto, que le hablaban, le cantaban y la arropaban con sonidos musicales que la hacían levitar.

Se levantó de la cama con esfuerzo, y se dejó caer sobre la hierba negra, Cerró sus ojos, cansados por el peso de la edad, y dejó que la oscuridad se cerniera sobre ella.
Allí, entre tanta oscuridad vegetal, decidió dar su último suspiro, para convertirse en parte de ese ecosistema rural, al que ella misma había dado vida, y al fin, formaría parte de él.
Murió como lo marca la naturaleza, en una vejez sana y pura. Murió porque la vida cedió el paso a la muerte, y no porque nadie decidiera arrebatársela. Murió leal a la naturaleza, a su huerto negro. Murió porque todos tenemos que morir, es ley de vida. Esquivando una guerra ausente a ella, una guerra que solo trajo sufrimiento y dolor, desconcierto y temor.
Ella murió libre, mientras que a muchos otros, les arrebataron su libertad.

23.6.20

Mi Persona Favorita

Existen dos tipos de conexión entre dos personas. Una, es la que se crea con el paso de los años, a base de vivencias y experiencias que reconfortan y endurecen la relación. Y la otra, la más inexplicable, es la que reside en el interior de ambas personalidades, siempre ha estado ahí, siempre ha existido, y requiere menos esfuerzo, pues fluye con normalidad, creando un vínculo especial entre ambas partes, imposible de explicar para mentes ajenas, pero tan sincero y puro, que incluso llega a poner en duda de su verdadera existencia.

Analicemos el segundo tipo de conexión, la que crea magia.

¿Sabéis  a lo que me refiero? Esa conexión tan fuerte, incapaz de romperse pase lo que pase, ésa que aunque la forma física se aleje de nosotros, la química queda anclada en nuestro ser, tanto, que forma parte de nuestro organismo, y que si algún día, por cuestiones alejadas a nuestra decisión, desaparece, queda un enorme vacío en nuestro corazón, imposible de rellenar jamás.
Esa conexión única, inigualable e inimitable, que sabes, sin saber, que ningún tipo de conectividad será tan sincera. Habrá algunas que casi lleguen, y otras que quizá la sobrepasen, pero ninguna podrá igualarla. Aquí entraríamos en los diferentes tipos de amor, sin embargo, no es eso lo que quiero reflejar, pues el amor está en un canal, y la conexión en otro, aunque a veces vayan ligados.

¿Habéis sentido esa unión con otra persona hasta el punto de parecer compartir las mentes? Saber, con un simple gesto, o mirada, lo que piensa, siente y padece, la otra persona. Estar alejados por kilómetros, y sin embargo, sentir en vuestro interior qué algo no va bien, que la otra persona está en peligro, o pasando un mal momento, y algo, se os mueve dentro con tanta potencia, que os incita a investigar si todo va bien. Le habláis, preguntáis, y de pronto, descubrís que estábais en lo cierto, que esa sensación de intranquilidad que os atormentaba, era verdadera, y que la otra persona os necesita. ¡Esa es la conexión a la que me refiero! La unión entre dos mentes, encerradas en cuerpos distintos, entrelazadas por el subconsciente, por una energía desconocida y no por ello ficticia, que abarca mucho más de lo que conocemos, y que por mucho que se intente buscar las palabras exactas para definirla...nunca se acierta del todo.

No controlas tu carácter, ni meditas tus palabras; no moldeas tus acciones, ni reprimes tus actos más locos; eres tú al 100%. Sientes la libertad de poder decir y hacer lo que te venga en gana sin ese miedo que, con otras personas, aparece por pensar que la estás cagando. No importa nada, porque sabes que no serás juzgado/a. La tranquilidad y comodidad se asientan, y prescindes de dar tantas explicaciones, no es necesario, pues la otra persona siempre te entenderá.
Dialogar cualquier tipo de tema, sin tabús, sin restricciones, sin censuras que limitan tu verdadera forma de ser.

Los momentos de risas se convierten en una prolongación de felicidad, que os envuelven como a un mismo alma, que solo vosotros dos podéis entender. Y las horas se transforman en minutos, y los días en horas, porque con esa persona todo se vuelve sencillo.

Cuando pasas por un mal momento, de esos que explicas pero nadie entiende, y te sientes solo/a, incomprendido/a, aparatado/a de la sociedad, de la vida, dispuesto a tirar la toalla, a dejar que el hoyo te sepulte en una eterna oscuridad. De pronto, viaja por tu mente esa maravillosa frase que tanto te reconforta: "Menganito/a me entenderá" y seguidamente, como por arte de magia, recopilas en tu mente todas las imágenes necesarias de esa persona, y tu estado de ánimo comienza a mejorar, porque la idea de poder compartir esas preocupaciones que tanto te atormentan con la única persona que te sientes libre, te dan las fuerzas necesarias para seguir adelante.

¿Almas gemelas? No, es mucho más que eso. Es el mismo alma partido en dos y colocada en cuerpos distintos. La distancia deja de ser un problema, no os hace falta, habéis traspasado la línea de la confianza, permitiendo que viváis en la mente de la persona, no como un inquilino, si no como un compañero/a de piso.

La sinceridad establece la norma principal, cada palabra que salga de sus labios se convertirá en una doctrina para ti, y confías ciegamente, dejándote caer hacia atrás con los ojos cerrados, no te preocupa caer, eso no ocurrirá, pues sus brazos agarran tu cuerpo sujetando tus inseguridades.
Os envuelve una energía tan poderosa que se hace palpable; tan real, que podéis verla y sentirla, y ni quiera os hace falta utilizar el tacto.
Un vínculo irrompible, la esencia de la pura verdad.

Estoy segura que cuanto más habéis avanzado en la lectura, más clara se ha vuelto la imagen de esa persona que os hace sentir así. En mi caso, he tardado años en percatarme de que esa persona era ella, desde el primer momento, pero mi mente no estaba preparada para asimilar algo así, hasta hace unos cuantos años, cuando la madurez, el tiempo y las experiencias vividas, te enseñan la pureza y el amor de una relación tan especial.

¿Nunca os habéis planteado de dónde proviene esa conexión tan fuerte? ¿Llevamos la misma sangre? ¿Fuimos inseparables en vidas anteriores? ¿El destino nos colocó en el mismo camino? Dudas, reflexiones y misterios que jamás te obsequiarán con una respuesta exacta. Para aquellos/as que se obsesionan con buscarle una explicación a todo, como yo, os aconsejo que indaguéis hasta encontrar lo que queréis hallar, no porque os vaya a solucionar la vida, o quizá sí, si no para poder llegar a la clave que os une de verdad.
Con todas la vueltas que le doy a la cabeza, he podido llegar a una conclusión, no sé si será verdadera o simplemente que mi cerebro ha llegado a rozar la locura, el caso es que he conseguido llegar a la clave, al punto de partida, y descubrir la razón de la existencia de esa conexión monumental que, a veces, me produce miedo.
Mi persona favorita y yo, disfrutamos de esa conectividad tan profunda por el simple hecho de haber vivido en el mismo útero. Ambas fuimos creadas con las mismas células, en el mismo lugar, y durante 9 meses los mismos órganos nos protegieron hasta estar preparadas para vivir.
Estar hablando con ella es como estar hablando conmigo misma, pero con una pizca de otro ingrediente qué es lo que la diferencia de mi. Los mismos pensamientos, los mismos miedos, el mal humor que a veces nos acecha, las risas extraordinarias que surgen sin motivo, los mismos sentimientos, recuerdos conjuntos que moldeamos con detalles. Si me falta algo, ella me lo aporta; si le falta algo, yo se lo aporto; compaginando nuestras emociones hasta llegar a la cima de la montaña.
Mi otra mitad, que rellena un vacío hecho exclusivamente para su alma.

Siempre dijimos: "Somos gemelas a destiempo" Ya que ella nació tres años más tarde.
Primero, unidas por el mismo cordón umbilical, y ahora, unidas por el cordón de la vida.
Mi tesoro más preciado, mi diamante en bruto, mi alma extendida y mi mayor apoyo. Nunca sabré que hubiese sido de mi vida sin ti, sin embargo, lo que si sé con certeza, es que gran parte de mi vida...ERES TÚ.

19.6.20

RELATO: Mis hijos por encima de todo

-Yo que tú, lo pensaba
-No sé...podría esperar un poco más, buscar por otro sitio...
-Llevas 3 meses sin ingresos, tus hijos tienen que comer. Os hace falta una estabilidad económica ¿A qué más piensas esperar? ¿A estar completamente en la calle? 
-Ya...pero lo que me ofreces...no es fácil de asimilar, nunca he pensando dedicarme a ello, no sé, necesito dinero pero...¿Tan desesperada estoy?
-Bueno mujer, tu sabrás. Es una opción como otra cualquiera, te sacaría de todas las deudas, y podrías empezar a vivir bien. No serás la primera ni la última que se mete en este mundo.
-¿Tú estás metida?
-Lo estuve

Ambas quedan calladas, absortas en sus pensamientos. Verónica, que en sus manos sujeta las fiambreras de comida que le ha proporcionado su amiga, medita sobre la proposición. En parte le parece una buena idea, se acabarían sus problemas, al menos durante un tiempo, siempre cabe la posibilidad de dejarlo cuando vea necesario. Sin embargo, no se siente cómoda, introducirse en ese mundo, es para ella, rendirse del todo, y aún guarda una esperanza en su corazón.
Vanesa, su amiga, la observa. Sus intenciones son buenas, solo quiere ayudarla. No le importa seguir rellenando tuppers para que puedan comer, si está en su mano, su amiga y su familia no pasarán hambre. Pero ¿Qué hay de las facturas que pagar? ¿Y la hipoteca? En breve vencerá el plazo y si no aportan la cantidad debida, los desahuciarán.
Se despiden con un abrazo.

Verónica llega a casa. Los niños juegan en su habitación, su marido, en pijama como todos los días desde que se quedó en paro, sujeta el mando de la televisión, apenas advierte la llegada de su mujer.
Abre la nevera e introduce las fiambreras. Una nevera austera de alimentos, parece recién comprada. Verónica se lamenta para sus adentros, no le gusta vivir de la caridad humana, tener que depender de otras personas para alimentar a sus hijos, no entraba en sus planes, pero a veces la vida te pone ese tipo de pruebas, y hay que adaptarse a las circunstancias.
Se sienta en la mesa de la cocina y revisa las cartas, casi todas del banco. Se niega a abrirlas, ya sabe lo que encontrará dentro. Apoya su mano en la frente y rompe a llorar, la situación comienza a ser insostenible.
Su hijo, el mayor, aparece por la puerta de la cocina.

-¿Cuando comemos mamá?

Ella se limpia las lágrimas de inmediato, y con una sonrisa forzada, intenta contestar con naturalidad.

-Ya sabes que hasta las cinco no estará la comida lista cariño.
-Pero hoy no hemos desayunado mamá, y tengo mucha hambre.
-¿Papá no os ha dado la leche? 
-No quedaba, dijo que cuando volvieses, podríamos almorzar.

Desde que descartaron la compra semanal y vivían de los alimentos que Vanesa les cocinaba, Verónica había planteado una nueva fórmula para administrar bien la comida. Ella y su marido no desayunaban, aportando un vaso de leche, a veces con galletas, a sus hijos. El almuerzo se realizaba a las cinco de la tarde, pues la cena solo la ejecutaban sus hijos. Así ella y su marido, realizando solo una comida al día, podían subsistir.
Desolada, mira con ternura a su hijo, que con prudencia, se acaricia la barriguita insinuando que tiene hambre.
Abre de nuevo la nevera, pensando que por arte de magia, aparecerá en su interior un cartón de leche. Su hijo, paciente, no pierde esa mirada de ilusión.
Verónica permanece situada frente a la nevera vacía, sin saber que responder a su hijo. Mira el reloj, son las dos de la tarde ¿Obligará a sus hijos a estar tres horas más sin poder llevarse nada al estómago? Ni hablar. Sus hijos no deben sufrir los males que han provocado sus padres, ellos no tienen la culpa de nada. Cierra el frigorífico, besa al pequeño y susurrando, más bien conteniendo el llanto, le dice que irá al mercado a por leche.
Al salir de casa, no puede contener más su ira, y se derrumba cayendo al suelo. ¿Cómo va a comprar leche? Ni tan siquiera tiene céntimos, de esos que no quiere nadie, en la cartera. Pero sus hijos siguen teniendo hambre.
En lugar de bajar las escaleras para ir al supermercado, las sube, y acaba llamando a la puerta de su vecina de arriba. Se muere de vergüenza, es la primera vez que va a mendigar algo para que sus hijos puedan comer. Nadie en su edificio sabe por lo que están pasando, quizá si lo contara, recibiría más ayuda. Las personas suelen ser solidarias cuando existen niños de por medio. No obstante, Verónica lo ha mantenido en secreto, no quiere que nadie sienta pena por ellos.
Llama al timbre, le abre Charo, una mujer mayor que vive sola con la que mantiene una relación exclusivamente vecinal, pero es a la única que se atreve a pedirle ayuda sin pasar por el mal trago de ser juzgada.

-¡Hola Verónica! ¿Qué te trae por aquí?
-Hola Charo. Mira es que estaba cocinando y me he dado cuenta que no me queda leche. Iría al supermercado, pero hija no puedo apagar el fuego, ni dejar a los niños solos, mi marido ha salido. ¿Te importa dejarme un litro de leche? Te prometo que en cuanto vaya al súper te lo devuelvo.
-¡No mujer! ¡Cómo me va a importar! Ahora mismo te lo traigo.

Verónica odia mentir, pero esta ocasión es diferente. ¿Podría contarle a Charo la verdad? ¡Claro que podría! Es el orgullo el que frena a su sinceridad. Quizá el miedo.
Charo aparece con una caja, en su interior, seis briks de leche.

-Toma mujer, no hace falta que me devuelvas nada. La compré por equivocación y se iba a echar a perder. 
-Muchas gracias Charo.
-¿Necesitas alguna otra cosa? 
-No, no. Con la leche voy servida, muchas gracias. Me voy que se me quema la comida.
-¡Espera! Me acabo de acordar que ayer compré unas galletas y unos cereales también por equivocación. Seguro que a tus niños les encanta. Voy por ellos y te los llevas también.

Sin saber con exactitud si su vecina decía la verdad, no se opuso. Cogió la bolsa, y sin decir nada, entre miradas se entendieron.
Al llegar a casa, lo primero que hizo fue llenar dos vasos de leche, con eso bastaría para calmar el hambre hasta la hora del almuerzo. Se los ofreció a sus hijos. Cuando se dispuso a guardar las galletas y los cereales que transportaba en la bolsa, observó que Charo había introducido más alimentos. Colacao, bollos, pan, arroz, aceite y embutido. Definitivamente su vecina se había dado cuenta de lo que ocurría en realidad. Se emocionó. A veces las personas te sorprenden y son sus actos lo que te enseñan una lección de la vida.

¿Cuánto tiempo más seguirían así? No podrían estar eternamente viviendo de la caridad humana. Daba vueltas y vueltas en su cama, sin poder dormir. Los pensamientos atormentaban su mente, agotándose cada vez más. Las palabras de su amiga Vanesa rondaban por sus pensamientos como una cortina de humo. Ni siquiera quería pensar en ello, sin embargo, en el fondo, sabía que tenía razón. Era eso o acabar en la calle, le quitarían a sus hijos, y tanto su marido como ella, acabarían siendo unos vagabundos olvidados por la sociedad. ¿Había luchado y trabajado durante toda su vida para acabar así? ¡Por supuesto que no! Habían llegado al límite. Estaban en el precipicio de la pobreza absoluta, o tomaban medidas, o tendrían que saltar, y entonces ya no habría vuelta atrás.
Boca arriba, con la mirada perdida en el techo, visualizaba la proposición de su amiga. Le repugnaba la idea, no se veía capaz de realizar aquello. En cierto modo era sencillo, solo debía desprenderse de sus escrúpulos y su aprensión, sabía que la primera vez sería duro, pero era cuestión de acostumbrarse.
En una balanza imaginaria, situó aquel trabajo escabroso, y al otro lado, su dignidad. Sin embargo, la balanza era sujetada por el hambre y la desolación de sus hijos.
Tomó una decisión.

Esperaba impaciente a su primer cliente. No podía creer lo que iba a hacer. Paseaba nerviosa de un lado a otro, asegurando que entre la multitud que la rodeaba no hubiese ninguna cara conocida.
Cada vez que el miedo se apoderaba de sus piernas, incitándolas a salir corriendo, la conciencia le estampaba la imagen de sus hijos, y era lo que la mantenía estática, lo único que la hacía aferrarse a esa absurda idea de conseguir dinero.
Un contacto de un contacto de otro contacto que conocía Vanesa, la habían llevado hasta allí. Estaba atemorizada. Por mucho que había intentando visualizar los hechos y aceptar lo que acabaría ocurriendo, era imposible dar nada por sentado. ¡Podría ocurrir de todo! Que llegara la policía, que le robaran, que la engañaran...Todo lo que pasaba por su mente era negativo. ¿Acaso su amiga le iba a recomendar algo que le hiciera daño? Pero Verónica se dejaba avasallar por las malas vibraciones. No era fácil, sin embargo, allí estaba.
Una mujer, que por su forma de vestir, aparentaba una edad que no era correspondida por las facciones envejecidas de su piel, le indico que pasara, su cliente la esperaba.
Llegó el momento. Sin creer en Dios, se persignó, y sus rezos se convirtieron en una tabla donde agarrarse si el navío se hundía.
La habitación, alumbrada con una lamparita de noche, presentaba una decoración ostentosa. El cliente, casi con el rostro enturbiado, la esperaba sentado en la cama. Ella no habló, se dirigió directamente hacia el lavabo, cumpliendo las indicaciones recomendadas con anterioridad. Los nervios acribillaban su inseguridad, sin embargo, se mantenía firme.
Se tumbó en la cama, y antes de comenzar a prostituirse por primera vez para sacar adelante a su familia, se dijo para sí en señal de ánimos:
-Mis hijos por encima de todo.

14.6.20

RELATO: Confieso, yo lo maté

Acaba de salir del bar, lo observo tras la farola, tampoco intento ocultarme mucho, va tan borracho que no sería capaz de verme aunque le gritara. Comienzo a seguirle.
La calle está desierta, apenas nos cruzamos con dos personas. Mi cabeza la he cubierto con la capucha de la sudadera, el calor me hace sudar, por un momento, pienso en quitármela, aparto la idea de mi mente, debo concentrarme en lo que voy a hacer.
Hemos llegado a su casa. Conozco donde vive, lo he perseguido durante semanas. Antes de que se cierre la puerta, corro para entrar en el portal. La luz está encendida, él ya se ha mentido en el ascensor. Subo las escaleras aprisa, debo llegar al tercero antes que la puerta del ascensor se abra, solo así, podré sorprenderlo.
Introduzco la mano en el bolsillo de la sudadera, y palpo el mango del cuchillo, me relaja sentirlo entre mis dedos. En pocos minutos acabará esta pesadilla y todo volverá a la normalidad, yo volveré a la normalidad, a mi vida de siempre, a mis amigos, a mi familia, y nada de esto habrá ocurrido jamás, quedará como un sucio recuerdo en el rincón de mis neuronas suicidas.
Tomo aire. Aún no ha llegado el ascensor. Miro a mi alrededor, busco un lugar oculto para esconderme, la sorpresa es mi mayor factor, solo así podré vencerle. Entre el ascensor y la escalera hay un hueco, no lo pienso, me meto ahí. El corazón parece salir del pecho, estoy apunto de cometer un crimen, sin saber si es la decisión correcta, sin embargo, sé que es la que necesito para poder seguir adelante.
Se abre la puerta, él sale dando tumbos, con dificultad para mantenerse en pie. Su simple silueta me da asco, me repugna el olor que desprende. No lo recordaba tan alto. La luz se apaga, se le caen las llaves. Es mi momento.
Me abalanzo sobre él, consigo tirarlo al suelo, el muy imbécil intenta quitarme de encima, con sus manazas sucias y grasientas me aparta la cara, me quita la capucha, es mucho más fuerte que yo, no puedo con él. Forcejeamos. Me ha agarrado las manos, no puedo sacar el cuchillo. Me bloqueo. Empiezo a pensar que todo esto ha sido una estúpida idea, nada saldrá como planeé y volverá a salirse con la suya.
En un instante, vienen a mi mente esas imágenes que me han estado torturando durante meses, y consecutivamente, no tarda en aparecer una furia incontrolable que me sube desde el estómago.
Esta es mi guerra y la pienso ganar.
Le atizo una fuerte patada en los huevos, y el dolor lo inmovilizada. ¡Ahora!
Con una rapidez improvista, agarro el cuchillo y lo saco del bolsillo. Lo apuñalo en el costado, se retuerce, lo saco, vuelvo a introducirlo un poco más abajo, grita. Lo acuchillo como si de un cerdo se tratara, una y otra vez; en los costados, en el pecho, me siento insaciable, no puedo parar. Grita, pide auxilio, nadie puede oírle. Sigo enseñándome con su cuerpo, deseo desangrarlo y darle el san martín que se merece.
Noto cómo su sangre embadurna mis manos, huelo el miedo en su cuerpo, y eso, me hace disfrutar, me hace sentir un placer inigualable. Ha cesado el grito, su cuerpo se estremece bajo mi peso. Me incorporo lentamente. Enciendo la luz, así podrá verme la cara.
Me mira a los ojos, sonrío. El pánico en su rostro me hace más fuerte, no hay marcha atrás, su suerte está en mis manos, hoy perderá la partida.
Vuelvo a colocarme sobre él, lo agarro fuertemente del pelo y lo obligo a mirarme a la cara, deseando que la recuerde para toda la eternidad, allá donde vaya a ir, espero que al infierno.
Mis labios están sellados, dejo a mi ira hablar por mi. Sé que él, lo lee en mi mirada; sé que sabe por qué estoy ahí; sabe porque voy a matarlo. Le coloco el cuchillo en el cuello, me suplica por su vida intentando inculcar algún tipo de remordimiento en mí, es tarde para ello. Con un movimiento suave, deslizo la hoja del cuchillo sobre la superficie de su garganta, veo cómo la sangre se abre paso en la brecha. Una imagen deliciosa para mis sentidos.
Me pongo de pie. Observo como se desangra lentamente, sin prisa, como si estuviese disfrutando el momento, aunque soy yo la única que disfruta. Sonrío nuevamente.
Ahora, solo tengo delante un trozo de carne sin vida, porquería sin etiquetar.
La luz se apaga de nuevo. Me quedo inmóvil, rodeada del silencio de la muerte, me abraza la venganza. Al trasluz de la penumbra me parece ver a la parca, me mira y se compadece de mí, pero resulta ser mi propia sombra que viene a sacarme de allí.
Se acabó, no volverás a violar.

Mi nombre es Cristina. Hace 10 meses fui violada por el despojo que yace en el suelo.

Recuerdo que ese viernes no me apetecía salir, la insistencia de mis amigas, finalmente, me hizo aceptar la petición. No me arreglé mucho, unos vaqueros sencillos y la blusa que me regaló mamá. Ni siquiera me puse tacones, tampoco me maquillé. Solo iba a dar una vuelta para callar a las pesadas de mis amigas, cuánto antes saliese de casa..antes llegaría.
Fuimos al garito de siempre, con la gente de siempre, ni siquiera bailé.  Era uno de esos días que me apetecía tanto quedarme en casa, que me pasé todo el tiempo preguntándome qué hacía allí. Pasadas unas horas, me despedí y me largué a casa.
Eran poco más de las 12, las calles estaban repletas de gente, incluso me crucé con varios conocidos a los que saludé distraídamente. Mi único pensamiento era llegar a casa, encerrarme en mi cuarto y poner una peli. Triste que solo se quedara en eso, un pensamiento.
Cuántas veces he pensado, después de lo ocurrido, por qué no llamaría un taxi; por qué no me quedé con mis amigas; por qué no pedí a nadie que me acompañara a casa. Supongo que nunca pasó por mi cabeza la desgracia que estaba a punto de ocurrirme.
Crucé la calle, aprovechando que el semáforo estaba en verde, al girar la esquina, sentí una presencia, como si alguien me siguiese. Miré hacia atrás, no vi nada. El miedo comenzaba a acecharme y aligeré el paso. En 5 minutos estaría en casa y el mal rato habría cesado. Esto fue lo último que pensé, cuando, de repente, un fuerte apretón en el brazo me hizo parar en seco. Sin mirar quién era, intenté zafarme de aquellas garras, me agarraba con fuerza y con el forcejeo, caí al suelo. Se tiró sobre mí. Su aliento, una mezcla entre whisky y putrefacción, golpeaba mi cara. Era como si se estuviese descomponiendo lentamente.
Intenté gritar, me tapó la boca. Sin rendirme le mordí, dejándome un sabor agrio en los labios, acto seguido, me dió un tortazo. Recuerdo que la cabeza me retumbaba y los sentidos parecían distorsionados. Movía mis piernas severamente para intentar liberarme de ese cuerpo pesado, era imposible, pesaba bastante más que yo y poseía una fuerza descomunal. Me pegó una vez más, en esta ocasión un puñetazo, y todo se volvió negro.
Ahora, agradezco esa oscuridad, pues el momento más denigrante y doloroso, no quedó aparcado en mi cerebro.
Desperté en mitad de la calle, entre un coche y un bidón de basura. Todo me daba vueltas y la confusión limitaba mis movimientos. Recuerdo el silencio aterrador.
Aturdida, intenté incorporarme, pero un dolor atroz, me hizo quedarme en el sitio. Busqué a mi alrededor, con la esperanza de que alguien pudiese ayudarme. La calle era un desierto sin arena.
Palpé mi cuerpo con delicadeza para descubrir de dónde provenía tan inmenso dolor. Los brazos; el abdomen; la cara. Todo parecía en orden, hasta llegar a mis partes. Ardían como si tuviese una antorcha recién encendida, repleta de gasolina.
Sin más, empecé a llorar. Un llanto agudo, como si de un gato se tratase. Lloraba de rabia, de dolor, lloraba de miedo. Lloraba porque pensaba que era lo único que sabía hacer.
Al cabo de un buen rato, tumbada en aquel lugar imborrable en mi memoria, apareció una pareja de chicos, venían riendo y cantando, casi pasan de largo sin verme, pensando que era basura. No iban mal encaminados, así me sentía, basura podrida y desechada.
Alcé la voz. Se asustaron. Comprobaron que tan solo era un chiquilla tirada en medio de la calle. Me llevaron al hospital, desde donde llamé a mis padres.
Mis padres, desolados por lo ocurrido, morían en vida, y yo, avergonzada, no podía mirarlos a la cara, por alguna razón, me sentía la culpable de todo aquello.
Llegó la policía. Con un enorme esfuerzo y apartando la ignominia que me acechaba, tuve que hacer de tripas corazón y contar lo ocurrido. Me hicieron mil preguntas, a las que respondí con inseguridad. El deshonor marcaba mi ritmo cardíaco y mi inocencia gritaba escondida.

Por las noches, despertaba entre sudores fríos, gritando hasta quedarme sin voz, y al abrir los ojos, lo veía en mi habitación, a los pies de la cama, esperando para volver a violarme.
Mi peso bajaba descaradamente, mi estómago no aceptaba ningún tipo de alimento, todo lo que ingería me hacía vomitar. El sueño me abandonó por completo, fugándose con mi vanidosa mocedad. Mi habitación se convirtió en el refugio más preciado, un fuerte, construído a pruebas de sacrilegios inmortales.

Se celebró un juicio, donde volvimos a encontrarnos. Las piernas me temblaban como si no perteneciesen a mi cuerpo. El temor que navegaba por mis venas, hizo que me orinase encima.
Finalmente, la sentencia fue una multa considerablemente alta, que le susodicho pagó sin dificultad, obteniendo una libertad poco merecida, pues él seguiría teniendo una vida plena, mientras que a mí, me lo habían arrebatado todo. Mi candor, mi virginal prudencia, mis ganas de vivir, mi esperanza, y lo que más anhelo: mi persona.

Encerrada, subyugada por el pánico a volverlo a ver, mi vida se limitaba a cuatro paredes, dónde me retorcía de sufrimiento y el coraje sentenciaba mi destino. Una injusticia imperdonable se había cometido con mi caso, ese mal nacido, andaba por ahí, a sus anchas, como si no hubiese ocurrido nada, y por el contrario, yo, ahí me encontraba, aislada de un mundo que no estaba hecho para mí.
Pasaban los días, y la rabia, alimentaba cada centímetro de mis células. Confiar en la justicia no había servido de nada. Aprendí que el dinero tapona a la humanidad y que los valores se desvanecen mediante palabrería económica.
Fue entonces cuando decidí actuar por mis propios métodos.
Tan solo tenía 16 años, pero la maldad no decide en que mente desea echar sus raíces, y tras un trauma espacioso, los pensamientos y las decisiones, se vuelven inconexas.
La negatividad ahondaba en mi corazón, convirtiendo cualquier pizca de bondad en martirios perspicaces. Encontré una solución. O lo mataba a él, o moría yo.
Sí, mis pensamientos llegaron a ser tan negros y fúnebres, que habían desaparecido las demás salidas.
Lo maté, mentiría si dijese que no disfruté al hacerlo.

Actualmente, soy juzgada, mi juicio tendrá lugar en 3 días. Sinceramente, ni me importa, ni me perturba lo que me pueda ocurrir, pues ya he estado en las puertas del Hades, nada puede ser comparado con aquel sufrimiento. Nada.
Quizá vaya a la cárcel, mas no me afecta, pues mis actos hicieron justicia y confieso que lo volvería hacer, en cuantas vidas me tocase vivir.
Cuando vinieron a interrogarme sobre el asesinato, no negué nada. Es curioso, me sentí avergonzada cuando fui violada, no obstante, me he sentido orgullosa al cometer un asesinato, incongruencias de la vida.

Pasé de ser una chiquilla cuya preocupación era aprobar exámenes, a convertirme en una mujer déspota y sanguinaria, carente de sentimientos.
Mis padres, mis amigos y familiares, incapaces de comprender mis actos, se aferran a dictar mi destino, utilizando palabras convencidas que me revuelven el alma: "¿No te das cuenta que has arruinado tu vida?" Repiten una vez tras otra.
Lo que no saben, lo que no entienden y lo que nunca serán capaces de sentir, es que mi vida se arruinó aquella noche que debí quedarme en casa, aquella noche que fui asaltada sin ningún motivo, solo los asquerosos deseos de un violador. Aquella noche que actuaron en contra de mi voluntad, que me forzaron y me anularon como persona. Aquella noche en la que me obligaron a abandonar mi inocencia para convertirme en una asesina.