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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

27.5.20

RELATO: Al otro lado de la realidad

Faltaban tres días para salir de cuentas y ya empezaba a notar los típicos nervios de algo tan desconocido para ella.
El haberse quedado embarazada no fue una decisión predeterminada, mas bien un fallo propio de aquellos tiempos, en los que los métodos anticonceptivos no se estilaban como ahora. Ella aún era una niña, apenas con 17 años, pero la situación había surgido así y no le quedaba otro remedio que tirar para adelante. Tendría que hacerlo sola, pues el padre de la criatura se había desentendido con la rural excusa de no estar seguro de que ese bebé fuera suyo. Por más que intentó explicarlo ella, ese aprovechado nunca quiso creerla, o quizá la explicación más certera para evadir la situación, era que no quería ser padre, y como en aquella época la palabra del hombre, aunque fuera basura, valía mucho más que la de la mujer, ella acabó precediendo una reputación que para nada definía su personalidad, pues ni era una fresca que se atreviera a abrirse de piernas frente a cualquier gilipollas, ni mucho menos pensaba engatusar a nadie. Simplemente fue una estúpida al dejarse llevar por unas palabras zalameras que la habían llevado a aquel embrollo.
Una chiquilla enamorada de la persona incorrecta, que cedió simplemente por amor, apartando de su conciencia todas aquellas lecciones que un día le ofreció su madre. El caso era que había sucedido, y evidentemente ya no había vuelta atrás, ella enmendaría sus errores y se haría cargo de ese niñito, aunque fuese completamente sola.
Perteneciente a una familia humilde, que se ganaban la vida labrando el campo de un señorito, sabían a la perfección que una nueva vida traída a este mundo, requería poder económico, que no sería fácil, y que el trabajo forzoso ocuparía sus vidas enteramente. Aún así, la ilusión por ser madre no se la arrebataba nadie, fuese la circunstancia que fuese, a ese niño no le faltaría de nada, aunque ella prescindiera de su propia alimentación.

Sola, con la aportación mínima de la ayuda de sus padres, y una escasez económica protuberante, se había adentrado en una aventura tan compleja que ni ella misma sabía a donde la depararía. Era una chica fuerte, luchadora y persistente, de esas personas que entierran el miedo y luego escupen sobre él, para poder seguir hacia adelante y no dejarse amedrentar por las injusticias de la vida.

Apenas sin movilidad, se encontraba en medio del campo trabajando como una más. El cansancio se apoderaba de su cuerpo voluminoso y las faltas de vitaminas, la hacían perder el equilibrio en las horas más fuertes de sol. Sin embargo, ella seguía trabajando, nadie podía escuchar una sola queja de su boca, aunque el sufrimiento lo camuflase en su interior.
De buenas a primeras una sensación extraña invadió su cuerpo. Sentía que se descomponía y un dolor insoportable golpeaba sus partes bajas. Agarró el recipiente del agua, y con dificultad para sostenerlo, bebió hasta calmar su sed. Pero el malestar seguía estando ahí, y viendo que no se recuperaba llamó a su madre a gritos, pues ésta se encontraba en otra hectárea del campo. Inmediatamente su madre se colocó a su lado, le humedeció la frente y la nuca para aliviar la pesadez calurosa, su hija se había puesto de parto y no había tiempo que perder. Poniendo al tanto a su marido, le indicó que avisara al señorito, había que trasladar a su hija a un hospital o acabaría teniendo el bebé en medio de aquella explanada campera.
El señorito, mejor persona que otros terratenientes crueles, al llegar y ver a la pobre María desvalida y sin fuerzas, ofreció su auto para llevarla al hospital más próximo. Era tanta la bondad de aquel hombre, que conociendo los ingresos escasos de la familia y que todo en esos años, costaba dinero, se ofreció pagar los gastos correspondientes, obviando que no era lo normal, no permitiría que la criatura naciese en condiciones tan infrahumanas, y también teniendo en cuenta, la salud frágil de su madre.
La ingresaron en una habitación privada, el señorito no había escatimado en gastos, y allí obtuvo todos los lujos que una mujer dispuesta a dar a luz podría tener. Su madre a un lado, su padre al otro, ambos le agarraban las manos para tranquilizarla, pues María desprendía una preocupación propia de una madre primeriza. Por suerte, estaba en buenas manos.
El parto, asistido por uno de los mejores médicos de la ciudad, fue duro y largo, y María tuvo que esforzarse más de lo que ella había imaginado, sin embargo, todo fue bastante bien. Tras más de 12 horas de parto, al fin pudo dar a luz a un niño precioso, rosado y calvito, y con unos pulmones tan potentes, que el llanto se escuchaba en todo el hospital.
María quedó rendida, y después de enseñarle al bebé para crear el primer contacto, se lo llevaron para lavarlo, pudiendo ella descansar tranquila.

Al abrir los ojos, en lo primero que pensó fue en su hijo, tenía tantas ganas de abrazarlo y volver a ver esa carita inocente, que apenas sin poder hablar, balbuceó la petición de tener a su hijo entre sus brazos. Su madre, que no se había separado de ella, le explicó que aún no lo habían traído de vuelta, y para evitar preocupación a la chiquilla, le insinuó que era algo normal, pues el bebé tendría que pasar por algunas pruebas para la comprobación de su salud. María volvió a quedarse dormida.

La despertó la voz grave del médico. Soñolienta abrió los ojos en busca de su precioso bebé, pero una vez más no se encontraba en la habitación. Su madre dialogaba con el doctor, su cara reflejaba preocupación, María no entendía que estaba ocurriendo ¿Dónde estaba su hijo?
Al percatarse los dos que la recién parida estaba consciente, callaron a la vez. Se miraron y ninguno se atrevía a pronunciar palabra. Fue María, la que con una voz quebrada, insistió una vez más en ver a su hijo. Su madre rompió en llanto y salió de la habitación. El médico, con la mayor naturalidad que puede tener un doctor en estos casos, se acerco a la cama, e intentando poner una voz dulce y comprensiva, confesó a María que su hijo había muerto horas después de pisar este mundo.
María, con el corazón hecho trizas, negaba rotundamente que esa información fuera cierta, ella misma lo había escuchado llorar con una fuerza rompedora ¿Cómo iba un niño tan fuerte y sano morir así sin más? No podía ser real, quizá estaba soñando, quizá el personal sanitario se había confundido de bebé, y el suyo, estaba sano y salvo. El médico le verificó la noticia, intentando calmarla lo mejor que sabía. Pero María gritaba y lloraba con una rabia impropia de ella. Estaba segura de que su hijo estaba vivo, una madre sentía esas cosas. El doctor, armado de paciencia, le explicaba una y otra vez lo sucedido.
El bebé había nacido aparentemente sano, era verdad, todos lo habían oído llorar, pero cuando lo trasladaron para lavarlo, el pequeño comenzó a presentar convulsiones y de repente, dejó de respirar. Las enfermeras intentaron reanimarlo durante un tiempo extenso, pero el niño seguía sin dar señales de vida, y moradito como estaba, aceptaron que la criatura ya no se encontraba entre ellos. Era algo habitual, según seguía explicando el doctor, que un niño engendrado en una cuerpo que no recibía una alimentación en condiciones, no sobreviviera. La falta de nutrientes, el trabajo forzoso y continúo y el atraso de la medicina, eran factores fundamentales para que un recién nacido no consiguiera salir con vida.
Sedaron a María.

Al día siguiente, le dieron el alta. María quedó trastornada, pero tarde o temprano, lo superaría. La vida a veces te pone pruebas innecesarias, y el ser humano solo tiene dos alternativas, o las supera y sigue viviendo, o se estanca, rindiéndose y sucumbiendo a la locura que suele llevarlo a la muerte inminente. María era fuerte, acabaría por superar aquel mal trago. Era joven, por lo que quizá la vida le brindaba una oportunidad para poder empezar de nuevo, podría casarse con un buen hombre, e intentarían tener otro bebé. Seguro que todo acabaría siendo un amargo recuerdo.

Lo que María jamás supo, fue que ella no se equivocaba, su hijo estaba vivo, pero nunca sabría la verdad.
Mientras María salía del hospital por la puerta principal, en el mismo minuto, al otro lado, una monja entregaba un bebé recién nacido, rosado y calvito, que no cesaba de llorar con fuerza, a una pareja joven y de alto estatus económico, que habían pagado una cantidad minuciosa y secreta, por ese precioso bebé arrancado de los brazos de su madre.