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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

12.6.20

RELATO: Salvavidas

Dejándome llevar por el balanceo de la barca, absorta en mis pensamientos, intentaba recordar cómo era mi vida antes de llegar aquí. Sé con certeza que era feliz. Poseía todo cuanto una niña de 8 años puede desear: familia, amigos, un parque donde pasar las tardes, juguetes que me distraían en mis horas de soledad...Y ahora, lo único que me quedaba de todo aquello, era un dudoso recuerdo, un amargo deseo de cerrar los ojos y volver, una angustia incesante que tapona mi esperanza.

Mamá me abraza para protegerme del frío, casi no recuerdo la última vez que comí, mi estómago ruge para despertar a mi memoria. Sin que ella me vea, la observo por debajo de su barbilla, la veo triste, cansada, con la mirada perdida hacia el gran manto azul por el que nos deslizamos cautelosamente.
Todos estamos callados, dejando que sea la brisa marina quien nos susurre para mantener la calma. La barca es muy pequeña, aún así, pudimos entrar los 15 que conseguimos cruzar el país. Ahora somos 13. Mi hermano pequeño murió hace dos días, unos dijeron de hambre, otros de frío, yo creo que simplemente murió por miedo. Mi madre lo sostenía en brazos cuando se dió cuenta que ya no respiraba, los gritos de auxilio retumbaban en el ancho océano, ella lo golpeaba una y otra vez, mientras chillaba su nombre, pero mi hermano ya no estaba con nosotros. Al estar navegando en medio de la nada, no podíamos cargar con el pequeño cuerpo, pues según explicó uno de los hombres que nos acompañan, empezaría a oler en poco tiempo, y traería enfermedades. Mi madre lo envolvió en la única manta que teníamos, y casi obligada, lo echó al mar. La última imagen que tengo de él, formando parte de un ecosistema cruel, engullido por aguas saladas.
El primero en morir fue un anciano, hace ya una semana. Apenas llevábamos horas en la barca, el pobre hombre venía herido y se ve que tanta pérdida de sangre le causó la muerte. Nadie lloró por él, sólo subió a la barca, y sólo se marchó.

Abrazo a mamá para que no se sienta sola, ella ni si quiera me mira. Sus labios están secos, su piel, que siempre ha sido oscura, comienza a tener un color amarillento; sus ojos cansados, no han dejado de llorar desde que mi hermano se fue. Reprimo mi llanto, es todo tan cruel y triste, que a veces pienso si no es mejor morir.

El sol ha amanecido radiante, espléndido, ignorante de nuestro calvario, ajeno a la guerra de la que intentamos escapar. Lo miro fijamente, me da igual quemarme las retinas, casi lo agradecería, para no volver a ver toda la maldad que el ser humano es capaz de provocar.
Salgo de los brazos de mamá, con cuidado, le apoyo la cabeza en el borde de la barquita, con suerte podrá descansar. No tengo mucho espacio para moverme, ando con cuidado de no pisar a nadie, casi todos siguen descansando, menos Aanisa, su sueño es escaso. Me ha visto levantarme y dirigirme a ella, me hace un hueco a su lado, nos abrazamos.
Aanisa era mi vecina, la encontramos desmayada en su casa cuando nos disponíamos a salir. Con los primeros bombardeos, la ciudad, se convirtió en un infierno real. Los soldados, entraban en las casas, robaban, violaban y mataban. Por suerte a Aanisa solo la violaron. Papá, que aún seguía con nosotros, la cogió en brazos, cargó con ella casi todo el camino, hasta que pudo valerse por sí misma. A los pocos pasos de Aanisa, comenzaron a disparar, todos corrimos y pudimos salir con vida, todos menos papá. Aanisa cogió mi mano y huímos rápidamente. Una noche entera estuvimos las dos solas, escondidas, hasta encontrar a mamá y el hermano, que ya estaban integrados con el grupo que viajamos ahora.
Desde entonces, Aanisa se ha convertido en mi hermana mayor.

Acaricio su piel, aún magullada, ella, me besa la frente y me dice: "Todo va a salir bien, pequeña" Me gustaría creerla...

Navegamos sin rumbo alguno, dejándonos llevar por la corriente, deseando que nos aleje de la costa de Siria, sin importar a dónde nos lleve, cualquier lugar será mejor que del que venimos.
Cuando lo has perdido todo, absolutamente todo, incluso la dignidad, solo esperas algo mejor, ya solo puede venir algo mejor, o eso, o moriremos todos, y no me equivoco al pensar que la muerte es lo mejor que nos podría pasar.

Una mujer, poco más mayor que mi madre, destapa una cesta colocada en sus pies, ha llegado la hora de desayunar. La comida, escasa desde que salimos, la repartimos a partes iguales, y es en estos momentos, donde aprecias la bondad de las personas, la solidaridad nos protege a todos. Ésta mujer ha sido la única que ha podido salvar la mísera comida que nos abastece, y ella es la encargada de repartir las porciones. Para alargar el alimento, acordamos hacer una comida al día, el desayuno. Reparte un poco de pan, húmedo y podrido; y queso, apenas da para saborearlo, pero ayuda a bajar el asqueroso pan. Comemos lentamente, masticando despacio, alargando con penurias un alimento casi inexistente. Luego, volvemos cada uno a nuestros pensamientos, deseando que un nuevo sol nos alimente.
El agua, tampoco sobra, y esto resulta más complicado, jamás pensé que la sed fuese más tortura que el hambre, pues cuando vivíamos en tiempos de paz, apenas bebía agua. La misma señora nos proporciona gotitas de agua, calma el escozor de garganta durante unos segundos, luego, es como si no hubiésemos bebido nada, la boca se seca, araña al tragar, quema, una sensación que solo se puede explicar viviéndola.

No le quito ojo a mamá, sufro mucho por ella, en cuestión de días ha perdido a la mitad de su familia ¿Cómo una persona, que lo tenía todo, puede superar algo así? Creo que mamá no lo superará nunca.
Yo, por el contrario, no me siento tan afectada, no porque no quisiera a papá y al hermano, lo amaba tanto como mamá, es el miedo y la inseguridad lo que me frena para echarlos de menos.
Es todo tan irreal que me parece estar soñando, guardo la esperanza de despertar de un momento a otro, en mi cama de siempre, en mi habitación de siempre, y que todo esto quede en una horrible pesadilla. Quizá, sea esa la razón por la que no pienso en papá y el hermano, una parte de mi, piensa que al despertar, los volveré a ver.

La noche vuelve a caer sobre nuestras cabezas, las estrellas han huído, dando paso a la oscuridad autoritaria. El frío se introduce en mis frágiles huesos, cala hondamente, desintegrando cualquier fortaleza que anide en mi. He vuelto junto a mamá, ni siquiera se ha dado cuenta. Cierro los ojos para volver al mundo real, los sueños.
Un fuerte balanceo de la barca me despierta. Aturdida, aún por el sueño profundo, escucho gritos enturbiados, chapoteos en el agua. Todo sigue oscuro y apenas veo nada. Busco a mamá, no está a mi lado, en la barca solo me encuentro yo, y cuatro siluetas a las que no distingo. Disparos cercanos me ponen alerta, no sé qué está ocurriendo, la sombría noche confunde mis sentidos, no sé dónde estoy, ni qué debo hacer, las respuestas pasan de largo sin rozarme y entro en ataque de pánico.
Sonidos estridentes provocan fogonazos de luz, el miedo se enquista en mi corazón, paralizando mi sentido común. Grito, grito hasta dejarme la garganta, nadie responde a mis plegarias. Todos están ajetreados, nerviosos, intentando escapar de una incógnita armada.
La desesperación me hace romper a llorar, necesito despertar de esta interminable pesadilla, necesito que alguien me ayude. Grito y grito, hasta quedarme sin cuerdas vocales.
Una voz conocida, muy lejana, me dice que salte. Lo repite una y otra vez, yo, paralizada por el terror, no puedo saltar. La voz sigue "¡Salta, salta o te matarán!" 
No puedo, la barca se mueve bruscamente, me agarro a ella como si formara parte de mi, me hago daño en las uñas, pero no me suelto, de fondo, la voz sigue hablándome, más cercana a mis oídos. Fogonazos salteados pasan por encima de mi cabeza, unos hombres corpulentos y armados, suben a la barca, sus siluetas se ven tan marcadas, que me parece que alguien los ha dibujado allí.
Una mano me agarra el brazo, tira de mi, pero sigo anclada a la barca. La mano jala aún más fuerte, hasta que consigue tirarme al agua.
No veo nada, me ahogo, apenas se nadar y el tumulto que me rodea, me prohíbe salir a flote. Muevo las piernas y los pies para no hundirme, algunos se apoyan en mi cabeza, impulsando mi cuerpo hacia el fondo. No puedo más. No quiero seguir. Ceso en el movimiento de piernas, me abandono a mi destino, y siento, como lentamente, me voy hundiendo a un lugar sin salida. De repente, todo queda en silencio, y un frío helado envuelve mi cuerpo. Ya está. Llegó mi fin. Papá, hermanito, pronto estaremos juntos.
El pelo me tira fuerte hacia arriba, abro los ojos bajo el agua, sigo sin ver nada, el dolor es insoportable, con mis manos, intento deshacerme de lo que provoca tanto dolor. No me da tiempo, al instante, salgo a la superficie y arranco una bocanada de aire que me devuelve a la vida. Un brazo me rodea por debajo de mi pecho, alguien impulsa con sus piernas, y nos aleja de toda la acción. Vuelvo a cerrar los ojos, me dejo arrastrar.

Los primeros rayos del alba, me permiten ver lo que la noche me arrebató. Muerte. A lo lejos, la barquita pertenece al fuego, y a su alrededor, nuestros compañeros de viaje, inertes, boca abajo, flotando sin dirección, como nuestras esperanzas.
A mis espaldas se encuentra Aanisa, que me sujeta por el pecho y nada suavemente, alejándose cada vez más de aquella masacre.
No sabemos exactamente qué ha pasado, todo fue muy rápido, intenta explicarme ella procurando no tragar agua.
Un pedazo, de lo que hace pocas horas, era nuestro hogar, flota junto a nosotras. Aanisa me engancha como puede al trozo de madera, ella se coloca frente a mí. Extasiada por el esfuerzo, recobra el aliento. Me sonríe forzosamente, me dice que estamos a salvo, que todo irá bien, acto seguido, apoya la cabeza en lo que nos queda de barca, y el silencio nos arropa a las dos.

He perdido la cuenta de los días que llevamos flotando en este trocito de barca, sin comida, sin bebida, sumergidas  de cuerpo entero en el mar, sin apenas fuerzas para seguir agarradas. No hablamos, tampoco nos atrevemos a mirarnos, asustadas y derrotadas, solo deseamos una muerte rápida. El espesor de mi mente, me hace tener alucinaciones, hablo y río como si estuviese en una fiesta de cumpleaños, Aanisa me da pequeños golpes en la mano para devolverme a la realidad. A veces funciona, otras no.
No saldremos de esta, moriremos a la deriva de un océano cualquiera, sin que nadie nos eche de menos, sin que nadie pueda llorar. Me reconforta saber que no moriré sola,  mi alma se unirá con la de Aanisa, y emprenderemos un nuevo viaje juntas hacia la eternidad.

El agua comienza a vibrar, me asusto, puede que los monstruos que nos atacaron, nos hayan encontrado. Tengo ganas de hundirme para que no me vean, no me quedan fuerzas, si me suelto será para rendirme, y no volveré a subir. Como no puedo pronunciar palabra, pues mi boca se ha sellado por la sequedad, golpeo el brazo de Aanisa, que tarda en reaccionar. Levanta la cabeza y me mira. También siente la vibración del agua, sin embargo, no se asusta. Creo que se ha rendido.
Miro hacia atrás, no veo nada; hacia un lado, sigo sin ver nada; hacia el otro. La adrenalina explota en mi estómago, un gran barco, con la bandera española, se acerca. ¡Estamos salvadas!
Con un megáfono, nos llaman, ninguna de nosotras puede alzar la voz para contestar, la debilidad se ha adueñado de nuestro ser. Vuelven a llamar con insistencia. Abro la boca con intención de pronunciar algo, aunque sea un extraño sonido. Imposible. ¡No puedo abandonar ahora! Si no les hago una señal, es probable que pasen de largo, pensando que estamos muertas. ¡No lo permitiré!
Mis músculos están entumecidos, del cuello para abajo, es como si no tuviese cuerpo, aún así, reuno la mínima fuerza que me queda, y con todo el valor, que ésta guerra me ha enseñado, levanto el brazo izquierdo. Seguidamente, oigo como los tripulantes del barco se ponen en marcha para ayudarnos. Los escucho dar órdenes, moverse de un lado a otro, discutir, aplaudir...Estoy tan confusa, que temo estar alucinando de nuevo.
Nos arrojan una cuerda con un salvavidas al final, hago el amago de alcanzarlo, me cuesta. Vuelven a lanzarlo. No sirve para nada. Aanisa y yo no podemos movernos.
Cuando ya pienso que nos van a dejar allí, abandonadas a nuestra suerte, unos brazos fuertes me agarran y tiran de mi, abro los ojos y me veo volar sobre el mar verdoso, me han salido alas. Aanisa sigue agarrada a la tabla pero no mira.
Me sueltan en el suelo del barco, me rodean infinidad de personas que rápidamente me arropan con mantas, me traen agua, me abrazan y besan. Siento como si para ellos fuese un regalo, no obstante, el regalo me lo han proporcionado ellos. El regalo de una oportunidad. El regalo de una nueva vida.