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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

7.6.20

RELATO: Sueños Platónicos

Dudó si era ella, sin apartar la vista de su pelo. Contoneante y seductor, el viento lo mecía como a las hojas de un sauce, y él, absorto en sus sueños inalcanzables, se perdía entre su aroma lejano.
No había duda, era ella.
El tiempo había sido el verdugo de sus besos, y ahora, el destino benévolo, la ponía ante sus ojos. Esbelta, con curvas esculpidas por el mismo Miguel Ángel, de rostro aniñado con rasgos de mujer vivida, ojos grandes y oscuros recubiertos por pestañas infinitas, y unos labios dibujados, tan lejanos de los suyos, que casi le parecían inventados.
Se acerca, ocultándose entre la multitud para pasar inadvertido, como lo hace el puma cuando acecha a su presa, con sigilo y paciencia, esperando el momento cumbre para saltar sobre su cuello. ¡Cuánto ansiaba su cuello! Parecía seguir tan terso como siempre, incitando a sus deseos más ocultos, más inestables. Recordaba pasar la mano por su hombro, mientras le apartaba el cabello, y besar su cuello hasta dejar los labios marcados en su piel. Otros tiempos eran aquellos, donde la felicidad reinaba sobre sus cabezas, sin embargo ahora, la felicidad solo era un recuerdo enturbiado, que a veces, parecía ser producto de su imaginación, llegando a confundir los deseos con memorias pasadas.
Las obligaciones lo mantenían a raya, sin escapatoria, aunque su mente viajaba cada noche para estar junto a ella, y en el mundo de los sueños, el amor renacía, fundían sus almas para sobrepasar la realidad, y entre voces celestiales deambulaban con paso firme, construyendo un mundo nuevo, donde sus corazones adolescentes latian para crear esperanza.
¿Cuándo había dejado de ser un niño con libertad en el corazón? Cuando ella se marchó de su lado para alzar el vuelo, y desde lo más alto, lo miró por última vez, con los ojos cubiertos de lágrimas, y gritando al odio, lo olvidó para siempre.

Había olvidado para qué había ido al rastro, todo pensamiento salió escopeteado de su mente cuando vió su imagen de nuevo, y andaba como bobo sin cabeza, de puesto en puesto, siguiendo el rastro de belleza que marcaban sus tacones. Si ella giraba la cabeza, él se escondía entre vestidos. Tan cobarde seguía su instinto, que una vez más se escaparía de su alcance, como en aquella ocasión.
Años de lamento por una decisión tomada a la ligera, por no plantar temperamento y luchar por ella, sucumbió a los dimes y diretes de los familiares más atosigantes, de los que no escucharon sus plegarias, de los que enterraron sus lágrimas bajo el suelo de su hombría. Se dejó amordazar por el miedo desconocido, por palabras convincentes ajenas a sus emociones, y apartó de sí mismo la verdad que los hubiese hecho libres.
Cobarde, en eso se había convertido, en un cobarde.

Ya no era una niña, una adolescente a la que perseguir, ya no era aquel primer amor de las noches de verano, ni los besos escondidos y prohibidos, ni las escapadas a plena luz del alba, ya no era. Y la vida se la exponía de nuevo, para remediar sus actos acobardados, para volver a ser lo que fueron.

¿Lo recordaría ella? ¿Habría olvidado los silencios que producían sus besos? ¿La chispa que brotaba al contacto de sus manos? ¿Los ojos brillantes al decirle Te Quiero?
Del amor al odio existe un simple paso, y él, arrastrado por sus instintos varoniles, fue el que enmendó el desastre. Provocó la traición que secó el corazón de ella, la inestabilidad de aquella historia de amor, él fue el culpable de un desenlace tan desastroso, el que difuminó la confianza, el que no tuvo paciencia, el que embadurnó su mente con pensamientos carnales y cayó en los brazos de otra mujer, otra a la que no amaba, a la que ni siquiera conocía, otra con la que desfogó sus ganas de convertirse en hombre. Y tan pícara y descuidada es la vida, que sentenció su porvenir con un hijo, fruto de otro vientre, y no el de ella.

Casi puede oler su perfume, apenas los separan unos centímetros. La observa y añora esos años que ya no existen. Ella alcanza su mano hasta una prenda, él aprovecha la ocasión. Redirige su temblorosa mano a la prenda que palpan los dedos de ella, se produce el tacto inesperado. Colores invisibles llenan el lugar, rodean sus cuerpos, bailan con el canto del reencuentro, el amor suspira de alivio y el cielo les obsequia con nubes de pasión. El cuerpo activa su memoria y con la presencia de su mano, crea un cosquilleo en la piel. Él, con los ojos cerrados, como si quisiese disfrutar cada segundo, imagina que el tiempo vuelve atrás, que sus errores son corregidos, y que ella, es la mujer que duerme cada noche a su lado.
Ella, levanta la cabeza para averiguar a quién pertenece la mano que la acaricia, y encuentra, a un señor calvete, con los ojos cerrados, una sonrisa dibujada en el rostro, sumido en un extraño sueño que la vuelve incómoda, y se asusta, aparta su mano bruscamente, y da un paso atrás, girando sobre sí misma para esconderse entre la gente y hacer que el señor no la localice.
Pero él no está dispuesto a perderla de nuevo, quiere vivir el amor que les arrebató la vida, una nueva oportunidad.

-¡Paloma! ¿No me recuerdas? Soy Andrés
-Creo que se ha confundido señor
-¡Claro que no Paloma! ¡Soy yo! 
-Disculpe, me están esperando.

Ella solo desea salir de allí. Da media vuelta y desesperada, busca ayuda. Él, que no desiste, la agarra del brazo, con suavidad, no quiere asustarla, es normal que no lo recuerde, hace tantos años, y está tan cambiado, solo necesita explicarle lo que pasó, seguro que ella lo recuerda al momento.

-¡Espera Paloma! Tranquila, no te asustes, soy yo, Andrés, jeje, estoy un poco descuidado, pero mira, soy yo, fuimos novios hace muchos años, nos íbamos a casar y todo, ¡Venga! No puedes haberte olvidado de mi. Sé que sigues enfadada, no debí acostarme con aquella mujer, pero ¡Coño! También es mala suerte dejarla embarazada. Mira, espera, que te enseño a mi hijo. 
-Señor suélteme, por favor, se ha equivocada de persona. Sí sí, muy guapo su hijo, pero suélteme por favor.
-¿Es guapo verdad? Podría haber sido nuestro...aishh...que mala suerte tuvimos Paloma. No he podido olvidarme de ti, te quise tanto, ¿Lo sabías verdad? ¡Vayamos a tomar café! ¡Tenemos tantas cosas que contarnos! ¡Qué alegría haberte encontrado de nuevo!

Y en ese momento, ella lo recuerda. ¡Pobre hombre!¡Esta irreconocible! El físico no es lo único que ha empeorado, por lo que ella puede comprobar, también su mente.
Nunca fueron novios, y mucho menos se iban a casar. Andrés era un chiquillo que la perseguía a todas horas, le escribía cartitas de amor, le regalaba flores, pero jamás se acercaba a ella. Paloma intentó varias veces entablar conversación con él, pero el chiquillo era tan tímido, que era verla aparecer y huía. Con el tiempo se acostumbró a visualizarlo entre las sombras, siempre oculto, observando sus movimientos, ella llegó a tomarle un cariño extraño, por lástima.
Incluso la espiaba cuando ella se escapaba con sus novietes para besarse a escondidas, en las noches de verano, al alba, Andrés la acechaba fuese a donde fuese.
Hasta que un día llegó a sus oídos que había dejado embarazada a otra chiquilla del pueblo, no recordaba su nombre, y él de inmediato se puso a trabajar para sacar a la familia adelante. Paloma, a los pocos meses, se mudó, por cuestiones totalmentes ajenas a Andrés.

Compasiva, y envuelta por una nostalgia de aquellos años adolescentes, cedió a tomar el café, era lo menos que podía hacer, después de tanto tiempo, Andrés al fin, había dado el paso, y se atrevía a hablar con ella.