RELATO: Sonrisas De Contrabando(Segunda Parte)

Clara entraba en su casa, ansiosa por leer la nota que le acababan de pasar, cerró con llave, bajó las persianas hasta obtener una claridad tenue. Desdobló el papel con finura "Sonrisas de Contrabando. C/Manantial Nº3. 02 horas" 
Así funcionaba. El interesado/a se ponía en contacto con Clara mediante una nota, ésta informaba a Luz a través de un lenguaje de signos escritos que ambas habían construído y que solo ellas conocían, y Luz era la encargada de visitar el domicilio y efectuar el contrabando. A cambio de los servicios prestados solo pedían discreción y silencio, nada de dinero u ofrendas materiales. Las hermanas no practicaban el contrabando de sonrisas con un fin económico, mas bien moral. El papel, una vez comunicada la información, debían destruirlo.

Las dos menos cuarto de la madrugada, un silencio aterrador inundaba las calles oscuras, Luz, con paso parsimonioso, se dirigía a la casa del interesado. Golpeó la puerta con los nudillos, con la suavidad suficiente para que los golpes fueran oídos. Al otro lado la esperaba un hombre de mediana edad, la invitó a pasar. Como regía el procedimiento, debían encaminarse al baño, una vez dentro, el hombre, excusándose torpemente, le advirtió que volvería en seguida, cerrando la puerta tras de sí y dejándola sola. Luz no estaba nerviosa, ya no, las primeras veces quedaban muy atrás, había adquirido una experiencia deslumbrante y cada vez resultaba más sencillo hacer reir a la gente.
Cuando regresó el hombre, parecía ajetreado, intranquilo, Luz intentó calmarlo explicándole que era más sencillo y rápido de lo que parecía. Abrió los grifos y comenzó a dar instrucciones.
La puerta se abrió fuertemente haciendo que los dos saltaran del susto. Luz quedó paralizada, inmóvil ante aquella imagen. De pronto, el interesado la señaló con el dedo, huyendo después de la escena. Los dos hombres armados que habían irrumpido la estancia se abalanzaron sobre ella, tirándola al suelo bruscamente. Luz gritaba pidiendo ayuda, intentando deshacerse de las garras que la tenían presa, hasta que uno de ellos la golpeó dejándola inconsciente en el suelo.

Despertó en una habitación sin ventanas, con paredes de cemento y olor a humedad. Tumbada, podía escuchar voces al otro lado, voces graves que soltaban palabras inentendibles para ella. Su cabeza recibía pinchazos esporádicos, insoportables, que la hacían gemir de dolor. Un cerrojo abriéndose la hizo intentar incorporarse, siendo vanas sus intenciones. Sus ojos estaban casi cerrados por la hinchazón, su vista era turbia y confusa, y el simple hecho de pestañear, le arañaba el cerebro.
Ya no estaba sola, una sombra corpulenta la rodeaba. La obsequió con un punta pie y ella respondió con un quejido, acto seguido la cogió en un puñado y la arrastró hasta la pared, quedando sentada de mala manera.
Tras un interrogatorio cruel, en el cual Luz no soltó más que sollozos y lágrimas, averiguó que le habían tendido una trampa. Sin saber cómo, el Gobierno se había enterado del contrabando y para poder cazarla debían cogerla con las manos en la masa, de ahí el interesado, un pobre hombre al que amenazaron con matarlo si no colaboraba.
Pregunta sin respuesta..paliza, pregunta sin respuesta..paliza, hasta que la sombra corpulenta se cansó.
Tirada como una mísera porquería, cubierta de sangre y moratones, apenas sin poder respirar, solo podía pensar en su hermana. Quizá ella hubiese conseguido escapar, quizá el Gobierno solo tenía conocimiento de ella pensando que trabajaba sola, quizá Clara tendría una segunda oportunidad...
Días, semanas o incluso meses, Luz perdió la noción del tiempo, la tuvieron encerrada en esa habitación, sin ver la claridad del sol, sin darle ninguna explicación, sin informarla de su destino, comidas a base de pan podrido y arroz con gusanos, agua marrón que parecía haber salido de los charcos de la calle. Olvidada completamente.

Un señor vestido con traje y chaqueta azules, la visitó en su último día. Apareció con un extenso papel en las manos, estirado, con voz de pito y un bigotillo ridículo que se movía cada vez que articulaba palabra, leyó hasta la última letra, luego, se marchó sin más. "...ejecución inmediata para la acusada.." Fue lo que entendió Luz a la perfección.

Clara se mantenía escondida. Una voz amiga la había advertido de la detención de su hermana y sabía que no tardarían en ir a por ella. La culpa la devoraba, no quería ni imaginar lo que le estarían haciendo a su pobre hermana, si aún seguía con vida. Todo aquello..las notas, las risas, el contrabando..todo había sido un error estúpido. ¿Cómo iba a cambiar la sociedad? ¿En qué estarían pensando? ¿Y para qué tanto esfuerzo? Por unos instantes experimentando la felicidad, las risas a carcajadas, la libertad..
Había huído de su casa, instalándose en unas ruinas a las afueras de la ciudad, echa pedazos y apenas sin paredes. No deseaba involucrar a nadie más. ¡Ojalá la hubiesen pillado a ella y no a su hermana!
Se abastecía de insectos y algún que otro conejo que encontraba en las trampas de los cazadores, pero apenas ingería alimento y se debilitaba por días.
Una noche, apesadumbrada por la culpa incesante, se aventuró en los campos en busca de una salida a su sufrimiento, y la encontró.
Ató la cuerda a uno de los árboles que la rodeaban, escaló como pudo a la rama más próxima, se relió la soga al cuello y saltó sin pensarlo. Semanas más tarde encontraron su cuerpo colgante y sin vida. No la bajaron, la impotencia de no haberle adjudicado el castigo que merecía, llevó al Gobierno a la cruel decisión de dejarla allí, recordando y recalcando a cada ciudadano que todo aquel que se atreviese a corromper las normas, tendría un destino similar.

A Luz le quedaban horas de vida, sabía que en el momento menos esperado acabarían con ella. Iban a finalizar su vida simplemente por reir, por enfocar sus pensamiento desde otra perspectiva, por hacer a las personas libres de unas normas estúpidas, iban a matarla porque no eran mejores que ella. 

Luz sonrió, podrían quitarle la vida pero no la libertad.

Nuevamente la puerta del cuartucho donde estaba encerrada se abrió, entraron cinco hombres, cuatro de ellos trajeados, el quinto con un mono negro y un hacha en la mano. Los cuatro enchaquetados se colocaron en una de las paredes, un gesto de asentimiento al verdugo y éste procedió con su labor.

Aposentó la cabeza de Luz en una pequeña banqueta y levantó el hacha. Justo en el momento de la ejecución, Luz comenzó a reir a carcajadas, cada vez más fuertes, trepidantes, incontrolables, sonoras e imparables, rebotaban de una pared a otra, rebozando la habitación de una alegría insuperable. El verdugo bajó el hacha atónito a lo que presenciaban sus oídos, con la mirada exigió indicaciones a sus superiores, que taponaban sus oídos y gritaban para silenciar a Luz, pero ella no cesaba, nunca se había sentido con tanto poder, ni tan libre.

Moriría, sí, pero feliz hasta el último momento. 

El Gobierno tenía el poder, un poder conseguido a base de infundir miedo, de privatizar los sentimientos, de fuerza y extorsión, pero jamás podrían borrar el pasado, y ella, Luz, había conseguido cambiar la historia, había inculcado alegría, amor y esperanza quedando grabado en las mentes para la posteridad. Ella seguiría viva en el recuerdo y eso la hacía reír.

El verdugo dejó caer el hacha sobre el cuello de Luz, en un instante, su risa calló. 

RELATO: Sonrisas De Contrabando (Primera Parte)

En una vida, anterior o posterior a ésta, existía una comunidad  heterogénea, donde a las personas se les prohibía ser felices. Todos debían reflejar pesadez y tristeza en el rostro, y nada de intercambiar expresiones o sentimientos con los demás. Quedaba totalmente prohibida la positividad y los pensamientos libres, todos los seres humanos regidos por un mismo patrón de ideas. Tan estricto era el Gobierno que los dirigía, que al mínimo incumplimiento de la normativa, decapitaba sin sanción previa, al acusado. Una humanidad apática, era una humanidad controlable.

Su vida era monótona y solitaria, envuelta en el aburrimiento más obsoleto, donde la principal diversión residía en controlar el estado de ánimo.
Luz recordaba haber vivido siempre así, la educación inculcada tanto por sus padres como por el sistema, había sido severa y eficaz. Sin embargo, ella albergaba en su interior una cualidad diferente. A veces, en su soledad, sentía un fuego interno que alteraba sus sentidos. Era una corriente de energía formada en el estómago, que iba adquiriendo fuerza mientras avanzaba por su garganta, y que incitaba a su rostro a cambiar el semblante, pero el miedo a lo desconocido, hacía que frenase ese impulso fugaz.
Llegó a casa después de un duro día de trabajo, se sentía extraña, un cosquilleo en su abdomen no había dejado de acosarla, creando una incomodidad que alteraba su saber estar. Se encerró en su habitación, a pesar de vivir sola, echó el pestillo y se tumbó en la cama. Comenzó a respirar profundamente con la intención de evacuar al cosquilleo. Una vez, otra, y otra..el nerviosismo no la abandonaba. El agobio acechaba cerca y Luz se veía incapaz de seguir controlando la situación, así que dejándose llevar por lo que nacía en su interior, y atemorizada por lo que pudiese pasar, abandonó sus esfuerzos controladores y desató al cosquilleo.
El torbellino salió disparado de su vientre hasta alcanzar los pulmones, absorbió todo el oxígeno resguardado y se impulsó, con más fuerza aún, hasta llegar a las cuerdas vocales. Luz, perpleja por el cúmulo de las nuevas sensaciones que experimentaba, abrió la boca inconscientemente, cerró los ojos, y de repente, sonidos estrepitosos abandonaron su garganta. Carcajada tras carcajada, jocosas, acaloradas e intensas, rebotaban por la habitación como si buscasen una salida. Luz reía por primera vez.

Pasadas unas horas, su risa al fín cesó. Su cuerpo estaba relajado, y a la vez, repleto de vida, de ganas de vivir. Sentía una liberación dudosa, experimental, un choque frontal contra la realidad. Entonces, una ocurrencia llegó a sus pensamientos.

Las calles, adornadas con reflejos dorados, estaban repletas de una multitud cabizbaja. Luz se mezcló entre ellos, sin llamar la atención y con máxima precaución, observaba detenidamente a cada persona con la que se cruzaba. Su intención, en un principio, era reconocer a alguien. Vagaba siguiendo el ritmo que marcaba la marea de personas, y entonces la vió.
En dirección contraria, su hermana se encontraba a pocos metros de distancia. Caminaba mirando al suelo, como todos los demás. Luz sacó el papel doblado de su bolsillo y lo agarró fuerte. Tendría que ser rápida y aprovechar el momento perfecto. El corazón le latía más rápido que nunca, y sus esfuerzos por controlar la nueva sensación de la risa, se le escapaba de las manos. Estaba tan emocionada que la concentración se distorsionaba por segundos.
Ya casi podía olerla. Se colocó a la izquierda, el papel en la mano derecha, frenó el paso, respiró hondo para controlar el pulso, y una vez que su hermana se puso a su altura, alcanzó su mano con suavidad, dejando caer el papel sobre su palma. Su hermana alzó la vista, alterada por el contacto físico, y se disponía a comunicar a los guardianes la falta producida, cuando en una décima de segundo, advirtió que se trataba de Luz. Tan solo bastó un simple cruce de miradas para que ambas se entendieran. Luego, como si no hubiese ocurrido nada, cada una siguió su camino, indiferente a los ojos ajenos.

Luz esperaba impaciente, las farolas que alumbraban las calles ya estaban apagadas, señal de que su hermana no tardaría en llegar.
Golpecitos leves en la puerta provocados por unos dedos temblorosos, hicieron a Luz abrirla sigilosamente. Su hermana entró rápido, casi traspasando la puerta, y en un contacto primerizo, se abrazaron
La explicación debía ser concisa y fugaz, no había tiempo que perder, y sobretodo, evitar ser descubiertas o perderían la cabeza, literalmente. En el baño y con los grifos abiertos, Clara seguía las instrucciones de su hermana hasta experimentar la sensación ignota de la risa. Y un mundo nuevo se presentó ante ellas.

Primero empezaron con los seres más allegados, luego con amigos o compañeros de trabajo, y por último, cualquier persona que hubiese escuchado el rumor. Conquistaron, siempre a través de las notas de papel, a más de media comunidad. El boca a boca recorría la ciudad de un extremo a otro, y todos los interesados buscaban desesperadamente a las hermanas que enseñaban a reír. Luz y Clara, clandestinamente, llenaban las vidas tristes y vacías de sus conciudadanos, con risas y alegría, creando un nuevo estilo de sociedad, alumbrando esperanzas perdidas, y reencontrando una vida que había sido ejecutada y enterrada por un Gobierno déspota.

Bien se sabe que el poseedor del poder controla todo a su alcance, y que a veces, aún combatiendo interminables luchas, siempre resultará vencedor.


CONTINUARÁ...