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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

4.11.20

RELATO: Bajo Tierra


La humedad calaba en su huesos condescendientemente; el olor a barro y tierra mojada penetraba por sus fosas nasales creando una repetición de arcadas; y el aterrador silencio que envolvía el oscuro lugar, la desquiciaba. Largas horas encerrada en aquel desconocido paradero, sola, asustada y con la incertidumbre de si volvería a ver la luz del día, si alguna vez retornaría su vida, si una vez más, sentiría los brazos de su madre rodeando su cuerpo. Caos en su cabeza inmóvil, miedo en su estómago, sin embargo, no era capaz de rendirse sin más, aún le quedaban fuerzas en su interior para seguir luchando por estar viva.
Miraba hacia arriba, con cuidado, pues sin saber que daños había sufrido, sentía una enorme punzada en su cuello cada vez que respiraba. Negro era el color que sus ojos alcanzaban a ver, un largo túnel negro sobre su cabeza, infinito, interminable, por donde se había deslizado dolorosamente hacía unas horas. Desconocía si en el cielo predominaba la luna, o por el contrario, el sol. El agujero se había convertido en un bunker, aislandola de luz, aire y sonidos externos. Eso la hizo pensar que si ella no podía oír lo que ocurría fuera del zulo, quizá tampoco podrían oirla a ella dentro. Aterrada por lo que la situación acontecía, sintió que se quedaría allí para siempre, olvidada.
La posición que había adquirido su cuerpo tras la caída, no era cómoda, y sin poder evitarlo, sus piernas comenzaban a dormirse. Recuerda que al caer, un estrepitoso crac retumbó en sus oídos, el sonido se repetía una y otra vez en su cabeza, como cuando se te pega una canción y es imposible echarla de tu mente. Sabía que sus piernas no estaban rotas, pues antes de que se quedaran dormidas, pudo moverlas sin sentir dolor. Los brazos, situados a los laterales de su cuerpo, encajados como piezas de puzzle, no parecían estar dañados, unos simples rasguños y arañazos sin importancia, nada que no se pueda curar con facilidad. Pero ese crac había sido intenso, difícil de borrar de sus recuerdos, y la preocupaba.
Intentó moverse, aunque estaba encasquillada, quería hacer un último esfuerzo, al menos para ponerse en pie. Un tremendo pinchazo recorrió su espina dorsal, creando calambres y espasmos en su espalda, y la impotencia la hizo gritar de dolor. Era inútil.

Había perdido la noción del tiempo, se sentía aturdida, con la cabeza embotada, incluso llegó a pensar que todo era una pesadilla de la que despertaría pronto. Sin agua, sin comida, sin una voz que la alentara para seguir con esperanza, alguien que la calmara y le dijera que saldría de allí. Sólo se tenía a ella misma, a su propia voz, a su propio aliento.
Pasaban las horas y cada vez le resultaba más complicado mantener la esperanza al dente, la cabeza cuerda y el terror enjaulado. La incertidumbre era lo que la estaba matando. Ella sabía con certeza que sus amigos seguían ahí, preocupados, intentando contactar con ella, aunque no pudiese verlos, ni oirlos, sabía que estaban. Pero el miedo siempre consigue dominar a la mente, y el simple hecho de no saber absolutamente nada de lo que está fuera de su alcance, la hacía inventar patrañas sin sentido alguno. ¿Habría un equipo médico y de especialistas cavilando cómo sacarla de allí? ¿La habrían dado por muerta e incapacitado el protocolo de emergencias? 
Un fatídico accidente.
Comenzó a recordar lo feliz que se había levantado aquella mañana, la ilusión por hacer esa excursión con su hermana y sus amigos, las risas, los paisajes, la aventura, las fotos y la maravillosa sensación de ser libre rodeada por tanta naturaleza. ¿Cómo es posible que algo tan inocente, como es ir de excursión, acabe de una forma tan macabra? Hasta tal punto de que una chiquilla pueda perder la vida.
Ya no puede más, está cansada, agotada de tanta espera y abordada por tantas dudas, decide cerrar los ojos para que el sueño la atrape. No se rinde, solo quiere descansar.

Su madre pasa la mano por su frente, mientras la acaricia, le dice "Ya estás a salvo mi niña" Ella abre los ojos vacilante, aún no sabe que está en un hospital, que ya no está en ese hoyo del infierno, y que todo saldrá bien. 
Una caída de 15 metros, 26 horas bajo tierra, sin provisiones, sin ayuda y completamente sola, desembocan en un cuerpo magullado; una vértebra rota ,que la imposibilita a la inmovilidad hasta no ser operada; y un recuerdo de superación y valentía.

Postrada en la cama, una vez más sin poder articular movimiento alguno, es incapaz de quitar la sonrisa de su rostro, no solo porque su madre permanece junto a ella, si no porque ha vuelto a nacer.