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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

17.9.21

RELATO: Araña La Vida

Se le escapaba de las manos, no había remedio, postrado en su cama recordaba todo cuanto quiso hacer, y no fue capaz, o no quiso hacerlo. Cuántas veces la vida le puso en bandeja oportunidades de volar, y él las desechó sin más, como bolitas de papel estrujadas en la basura de su habitación. 
Entraban los primeros rayos de luz, a través de esa ventana que tanto odiaba, esa ventana que se había convertido en su única compañía en las noches más extensas. Un nuevo día comenzaba, pero no para él, sí para el resto del mundo, para aquellos que habían sabido aprovechar las oportunidades. Para él simplemente era un día como otro cualquiera, un día como el de ayer, como el de anteayer, un día como el de mañana.

Jugaba con sus dedos a tapar esas lucecitas que se colaban por la persiana, qué forma más estúpida de matar el tiempo, pensó, que manera más inútil de vivir la vida, sentenció. Sin embargo, no cesaba el juego, y cuando se cansaba con la mano derecha, comenzaba con la izquierda, hasta que alguien se acordara de él y vinieran a levantar la persiana. No para disfrutar de la luz del sol, ni para empapar sus sentidos con los ruidos de fuera, no, todo eso ya no existía para él. Levantarían la persiana para iluminar la estancia, que al parecer, era importante.

Recorriendo con la vista cada centímetro de la habitación, quedó embobado al llegar a una esquina concreta del techo, una enorme telaraña adornaba aquel rincón a la vista de todos. Al trasluz, podía apreciar con delicadeza cada tramo construído, tan perfectamente diseñado que ni el mismísimo Miguel Ángel podría haberlo hecho mejor. Y solo era un insecto, un mísero insecto al que alguien mataría con un trapo en cuanto se percatase de su existencia. Él observaba con detenimiento la maravillosa obra de la araña, cómo un animal tan pequeño e insignificante para los ojos de los humanos, era capaz de construir, sin ayuda externa, algo tan complicado y perfecto. Giraba su cabeza de un lado a otro, y a cada movimiento, a pesar del dolor insufrible, encontraba un detalle más en aquella telaraña que tanto lo asombraba. 
Quedó perplejo al ver aparecer a la araña, con sus patas finas y largas, su cuerpo escueto y reducido, su parsimonia y elegancia, y tan campante, a sus anchas, como si la habitación fuese suya y él estuviese de invitado, claro está, no por mucho tiempo. La araña recorría la telaraña sin cesar, como reparando las imperfecciones para dejar más alucinado a su espectador, que desde la cama, no podía quitarle ojo.
Que forma más bella de vivir, ahí arriba, en todo lo alto, sola y sin preocupaciones, solo que su casa esté bien ejecutada, sin fisuras.
De repente, quedó quieta, y él se mantuvo alerta, porque se paró en seco, como cuando escuchamos un ruido en la casa y no sabemos de dónde proviene. Se quedó extrañado, qué habría provocado la parálisis de la araña que tanto deambulaba de un lado a otro. Y de repente lo vio. Un gran abejorro había aparecido de la nada, con su estrepitoso ruido, ese molesto zumbido que llega a ponerte la carne de gallina.
Volaba y volaba por toda la habitación, él lo seguía con la mirada, y suponía que la araña también.  
Tan ajetreado iba el abejorro, que incluso llegó a chocarse unas cuantas de veces con la pared, recomponiéndose al instante, como si no hubiese pasado nada. Volaba hacia un lado, pasaba por su cabeza, giraba e iba hacia el otro lado. No soportaba el zumbido por mucho más tiempo. Hizo el ademán de alcanzarlo con una mano, con la esperanza de poder atraparlo y matarlo, pero no hubo suerte. La araña seguía inmóvil, como si no quisiera levantar sospechas de que seguía ahí.
Y de pronto, un silencio, el zumbido dejó de sonar, la calma volvía a la habitación.
Miró hacia arriba, al lugar donde se encontraba la araña, y lo que sus ojos pudieron visualizar no se le olvidaría para el resto de sus días, que serían pocos.

El abejorro había caído en la trampa de la araña, y ella, sin perder ni un segundo, lo envolvía incesantemente. De vez en cuando, se escuchaba un leve zumbido, el pobre animal seguía intentando escapar, sin saber que era imposible. ¡Cómo te entiendo abejorrito! Musitó con ternura. La araña lo envolvía, le daba vueltas sin parar, toda una imagen de documental. Y ahí estaba él, observándolo todo minuciosamente, como si dejara la vida en ello, como si aquel momento marcara un antes y un después.
Finalmente, el abejorro murió, quedó una bolita blanca, pequeña, casi colgando de aquella telaraña que lo había engatusado. La araña había desaparecido.
Él, aceptando que había terminado el espectáculo, apartó la vista, miró a su alrededor, quizá en busca de una nueva aventura, quizá buscando una salida aún sabiendo que no existía, quizá con la esperanza de encontrar a la araña.
Quedó pensativo, dubitativo, ensimismado en un mundo paralelo a esa realidad, y sin querer, sonrió. Nunca hubiese imaginado que podría disfrutar tanto con algo semejante, durante unos momentos, había logrado olvidar todo lo malo que cernía sobre su pesar, lo que vendría a continuación, lo que el destino habría escrito con su nombre debajo. Por unos instantes, había sido capaz de apreciar la vida como nunca antes la había apreciado, había sido capaz de valorar el detalle mas insignificante y sentirlo grande en su interior.
Y entonces pensó; Manda cojones que sea el puto cáncer quien me haya tenido que enseñar lo bello que es vivir
Si al menos su muerte aportase tanto como la del abejorro, aceptaría morir de aquella manera tan cruel, pero no, su muerte sólo sería un sufrimiento innecesario del que nadie se beneficiaría, ni siquiera una insignificante araña.

Se le escapaba de las manos...no la vida, sino el entendimiento y la razón de ésta.