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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

14.6.20

RELATO: Confieso, yo lo maté

Acaba de salir del bar, lo observo tras la farola, tampoco intento ocultarme mucho, va tan borracho que no sería capaz de verme aunque le gritara. Comienzo a seguirle.
La calle está desierta, apenas nos cruzamos con dos personas. Mi cabeza la he cubierto con la capucha de la sudadera, el calor me hace sudar, por un momento, pienso en quitármela, aparto la idea de mi mente, debo concentrarme en lo que voy a hacer.
Hemos llegado a su casa. Conozco donde vive, lo he perseguido durante semanas. Antes de que se cierre la puerta, corro para entrar en el portal. La luz está encendida, él ya se ha mentido en el ascensor. Subo las escaleras aprisa, debo llegar al tercero antes que la puerta del ascensor se abra, solo así, podré sorprenderlo.
Introduzco la mano en el bolsillo de la sudadera, y palpo el mango del cuchillo, me relaja sentirlo entre mis dedos. En pocos minutos acabará esta pesadilla y todo volverá a la normalidad, yo volveré a la normalidad, a mi vida de siempre, a mis amigos, a mi familia, y nada de esto habrá ocurrido jamás, quedará como un sucio recuerdo en el rincón de mis neuronas suicidas.
Tomo aire. Aún no ha llegado el ascensor. Miro a mi alrededor, busco un lugar oculto para esconderme, la sorpresa es mi mayor factor, solo así podré vencerle. Entre el ascensor y la escalera hay un hueco, no lo pienso, me meto ahí. El corazón parece salir del pecho, estoy apunto de cometer un crimen, sin saber si es la decisión correcta, sin embargo, sé que es la que necesito para poder seguir adelante.
Se abre la puerta, él sale dando tumbos, con dificultad para mantenerse en pie. Su simple silueta me da asco, me repugna el olor que desprende. No lo recordaba tan alto. La luz se apaga, se le caen las llaves. Es mi momento.
Me abalanzo sobre él, consigo tirarlo al suelo, el muy imbécil intenta quitarme de encima, con sus manazas sucias y grasientas me aparta la cara, me quita la capucha, es mucho más fuerte que yo, no puedo con él. Forcejeamos. Me ha agarrado las manos, no puedo sacar el cuchillo. Me bloqueo. Empiezo a pensar que todo esto ha sido una estúpida idea, nada saldrá como planeé y volverá a salirse con la suya.
En un instante, vienen a mi mente esas imágenes que me han estado torturando durante meses, y consecutivamente, no tarda en aparecer una furia incontrolable que me sube desde el estómago.
Esta es mi guerra y la pienso ganar.
Le atizo una fuerte patada en los huevos, y el dolor lo inmovilizada. ¡Ahora!
Con una rapidez improvista, agarro el cuchillo y lo saco del bolsillo. Lo apuñalo en el costado, se retuerce, lo saco, vuelvo a introducirlo un poco más abajo, grita. Lo acuchillo como si de un cerdo se tratara, una y otra vez; en los costados, en el pecho, me siento insaciable, no puedo parar. Grita, pide auxilio, nadie puede oírle. Sigo enseñándome con su cuerpo, deseo desangrarlo y darle el san martín que se merece.
Noto cómo su sangre embadurna mis manos, huelo el miedo en su cuerpo, y eso, me hace disfrutar, me hace sentir un placer inigualable. Ha cesado el grito, su cuerpo se estremece bajo mi peso. Me incorporo lentamente. Enciendo la luz, así podrá verme la cara.
Me mira a los ojos, sonrío. El pánico en su rostro me hace más fuerte, no hay marcha atrás, su suerte está en mis manos, hoy perderá la partida.
Vuelvo a colocarme sobre él, lo agarro fuertemente del pelo y lo obligo a mirarme a la cara, deseando que la recuerde para toda la eternidad, allá donde vaya a ir, espero que al infierno.
Mis labios están sellados, dejo a mi ira hablar por mi. Sé que él, lo lee en mi mirada; sé que sabe por qué estoy ahí; sabe porque voy a matarlo. Le coloco el cuchillo en el cuello, me suplica por su vida intentando inculcar algún tipo de remordimiento en mí, es tarde para ello. Con un movimiento suave, deslizo la hoja del cuchillo sobre la superficie de su garganta, veo cómo la sangre se abre paso en la brecha. Una imagen deliciosa para mis sentidos.
Me pongo de pie. Observo como se desangra lentamente, sin prisa, como si estuviese disfrutando el momento, aunque soy yo la única que disfruta. Sonrío nuevamente.
Ahora, solo tengo delante un trozo de carne sin vida, porquería sin etiquetar.
La luz se apaga de nuevo. Me quedo inmóvil, rodeada del silencio de la muerte, me abraza la venganza. Al trasluz de la penumbra me parece ver a la parca, me mira y se compadece de mí, pero resulta ser mi propia sombra que viene a sacarme de allí.
Se acabó, no volverás a violar.

Mi nombre es Cristina. Hace 10 meses fui violada por el despojo que yace en el suelo.

Recuerdo que ese viernes no me apetecía salir, la insistencia de mis amigas, finalmente, me hizo aceptar la petición. No me arreglé mucho, unos vaqueros sencillos y la blusa que me regaló mamá. Ni siquiera me puse tacones, tampoco me maquillé. Solo iba a dar una vuelta para callar a las pesadas de mis amigas, cuánto antes saliese de casa..antes llegaría.
Fuimos al garito de siempre, con la gente de siempre, ni siquiera bailé.  Era uno de esos días que me apetecía tanto quedarme en casa, que me pasé todo el tiempo preguntándome qué hacía allí. Pasadas unas horas, me despedí y me largué a casa.
Eran poco más de las 12, las calles estaban repletas de gente, incluso me crucé con varios conocidos a los que saludé distraídamente. Mi único pensamiento era llegar a casa, encerrarme en mi cuarto y poner una peli. Triste que solo se quedara en eso, un pensamiento.
Cuántas veces he pensado, después de lo ocurrido, por qué no llamaría un taxi; por qué no me quedé con mis amigas; por qué no pedí a nadie que me acompañara a casa. Supongo que nunca pasó por mi cabeza la desgracia que estaba a punto de ocurrirme.
Crucé la calle, aprovechando que el semáforo estaba en verde, al girar la esquina, sentí una presencia, como si alguien me siguiese. Miré hacia atrás, no vi nada. El miedo comenzaba a acecharme y aligeré el paso. En 5 minutos estaría en casa y el mal rato habría cesado. Esto fue lo último que pensé, cuando, de repente, un fuerte apretón en el brazo me hizo parar en seco. Sin mirar quién era, intenté zafarme de aquellas garras, me agarraba con fuerza y con el forcejeo, caí al suelo. Se tiró sobre mí. Su aliento, una mezcla entre whisky y putrefacción, golpeaba mi cara. Era como si se estuviese descomponiendo lentamente.
Intenté gritar, me tapó la boca. Sin rendirme le mordí, dejándome un sabor agrio en los labios, acto seguido, me dió un tortazo. Recuerdo que la cabeza me retumbaba y los sentidos parecían distorsionados. Movía mis piernas severamente para intentar liberarme de ese cuerpo pesado, era imposible, pesaba bastante más que yo y poseía una fuerza descomunal. Me pegó una vez más, en esta ocasión un puñetazo, y todo se volvió negro.
Ahora, agradezco esa oscuridad, pues el momento más denigrante y doloroso, no quedó aparcado en mi cerebro.
Desperté en mitad de la calle, entre un coche y un bidón de basura. Todo me daba vueltas y la confusión limitaba mis movimientos. Recuerdo el silencio aterrador.
Aturdida, intenté incorporarme, pero un dolor atroz, me hizo quedarme en el sitio. Busqué a mi alrededor, con la esperanza de que alguien pudiese ayudarme. La calle era un desierto sin arena.
Palpé mi cuerpo con delicadeza para descubrir de dónde provenía tan inmenso dolor. Los brazos; el abdomen; la cara. Todo parecía en orden, hasta llegar a mis partes. Ardían como si tuviese una antorcha recién encendida, repleta de gasolina.
Sin más, empecé a llorar. Un llanto agudo, como si de un gato se tratase. Lloraba de rabia, de dolor, lloraba de miedo. Lloraba porque pensaba que era lo único que sabía hacer.
Al cabo de un buen rato, tumbada en aquel lugar imborrable en mi memoria, apareció una pareja de chicos, venían riendo y cantando, casi pasan de largo sin verme, pensando que era basura. No iban mal encaminados, así me sentía, basura podrida y desechada.
Alcé la voz. Se asustaron. Comprobaron que tan solo era un chiquilla tirada en medio de la calle. Me llevaron al hospital, desde donde llamé a mis padres.
Mis padres, desolados por lo ocurrido, morían en vida, y yo, avergonzada, no podía mirarlos a la cara, por alguna razón, me sentía la culpable de todo aquello.
Llegó la policía. Con un enorme esfuerzo y apartando la ignominia que me acechaba, tuve que hacer de tripas corazón y contar lo ocurrido. Me hicieron mil preguntas, a las que respondí con inseguridad. El deshonor marcaba mi ritmo cardíaco y mi inocencia gritaba escondida.

Por las noches, despertaba entre sudores fríos, gritando hasta quedarme sin voz, y al abrir los ojos, lo veía en mi habitación, a los pies de la cama, esperando para volver a violarme.
Mi peso bajaba descaradamente, mi estómago no aceptaba ningún tipo de alimento, todo lo que ingería me hacía vomitar. El sueño me abandonó por completo, fugándose con mi vanidosa mocedad. Mi habitación se convirtió en el refugio más preciado, un fuerte, construído a pruebas de sacrilegios inmortales.

Se celebró un juicio, donde volvimos a encontrarnos. Las piernas me temblaban como si no perteneciesen a mi cuerpo. El temor que navegaba por mis venas, hizo que me orinase encima.
Finalmente, la sentencia fue una multa considerablemente alta, que le susodicho pagó sin dificultad, obteniendo una libertad poco merecida, pues él seguiría teniendo una vida plena, mientras que a mí, me lo habían arrebatado todo. Mi candor, mi virginal prudencia, mis ganas de vivir, mi esperanza, y lo que más anhelo: mi persona.

Encerrada, subyugada por el pánico a volverlo a ver, mi vida se limitaba a cuatro paredes, dónde me retorcía de sufrimiento y el coraje sentenciaba mi destino. Una injusticia imperdonable se había cometido con mi caso, ese mal nacido, andaba por ahí, a sus anchas, como si no hubiese ocurrido nada, y por el contrario, yo, ahí me encontraba, aislada de un mundo que no estaba hecho para mí.
Pasaban los días, y la rabia, alimentaba cada centímetro de mis células. Confiar en la justicia no había servido de nada. Aprendí que el dinero tapona a la humanidad y que los valores se desvanecen mediante palabrería económica.
Fue entonces cuando decidí actuar por mis propios métodos.
Tan solo tenía 16 años, pero la maldad no decide en que mente desea echar sus raíces, y tras un trauma espacioso, los pensamientos y las decisiones, se vuelven inconexas.
La negatividad ahondaba en mi corazón, convirtiendo cualquier pizca de bondad en martirios perspicaces. Encontré una solución. O lo mataba a él, o moría yo.
Sí, mis pensamientos llegaron a ser tan negros y fúnebres, que habían desaparecido las demás salidas.
Lo maté, mentiría si dijese que no disfruté al hacerlo.

Actualmente, soy juzgada, mi juicio tendrá lugar en 3 días. Sinceramente, ni me importa, ni me perturba lo que me pueda ocurrir, pues ya he estado en las puertas del Hades, nada puede ser comparado con aquel sufrimiento. Nada.
Quizá vaya a la cárcel, mas no me afecta, pues mis actos hicieron justicia y confieso que lo volvería hacer, en cuantas vidas me tocase vivir.
Cuando vinieron a interrogarme sobre el asesinato, no negué nada. Es curioso, me sentí avergonzada cuando fui violada, no obstante, me he sentido orgullosa al cometer un asesinato, incongruencias de la vida.

Pasé de ser una chiquilla cuya preocupación era aprobar exámenes, a convertirme en una mujer déspota y sanguinaria, carente de sentimientos.
Mis padres, mis amigos y familiares, incapaces de comprender mis actos, se aferran a dictar mi destino, utilizando palabras convencidas que me revuelven el alma: "¿No te das cuenta que has arruinado tu vida?" Repiten una vez tras otra.
Lo que no saben, lo que no entienden y lo que nunca serán capaces de sentir, es que mi vida se arruinó aquella noche que debí quedarme en casa, aquella noche que fui asaltada sin ningún motivo, solo los asquerosos deseos de un violador. Aquella noche que actuaron en contra de mi voluntad, que me forzaron y me anularon como persona. Aquella noche en la que me obligaron a abandonar mi inocencia para convertirme en una asesina.