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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

16.5.20

RELATO: Adiós Compañero

No podía dejar de pensar en lo mismo, una y otra vez, no importaba el lugar, ni la hora, los pensamientos acudían a su mente como un bumerán. En casa, alejada de las malas lenguas, evadida de las miradas lascivas, lamentaba sin remedio la sentencia que la obligaban a cumplir. No tenía elección, habían desaparecido todas las salidas.
Desde la silla donde se sentaba cada mañana antes de ir a trabajar, no le quitaba ojo, se le veía tan feliz, tan ajeno a la realidad, que agradecía no tener que dar explicaciones. Sería rápido, ella lo había exigido así, sin sufrimiento prolongado, a pesar de todo, él no tenía la culpa de nada, ni tampoco pudo intervenir en la decisión, ojala hubiese podido defenderse, pero no fue así.
Jugueteando con la pelota, corría de un lado a otro, derrumbando todo lo que se interponía a su paso, siempre fue así de bruto, lo llevaba en los genes, ese instinto criminal que tanto le había costado pulir a ella, tantos años basados en una educación ejemplar, una doctrina severa, todo tirado por la taza del váter, y lo más escéptico de todo aquello era que la obligaban a tirar, a ella misma, de la cadena.
15 años juntos, inseparables, recordaba la primera vez que lo sostuvo en sus brazos, casi era un bebé y su peso ya alcanzaba los 5 kilos. Cómo intentaba buscar su pecho añorando alimento, y ella, con esa cara de idiota que se te pone cuando empiezas a enamorarte de otro ser, colocaba la boquilla del biberón cerca de su boca, ¡ay cómo absorbía la leche! Sus ojillos, aún cerrados, incitaban a comerlo a besos. No parecía el mismo, había crecido tanto, su tamaño impresionaba a cualquier persona que se lo encontrara por la calle, a ella siempre le divirtió aquella escena, cómo la gente se cruzaba de cera guiados por una apariencia agresiva, y sin embargo, él era incapaz de matar una mosca, todo lo que tenía de grande, lo poseía de bondad. No había más que mirarle a la cara, radiante de felicidad, intentando saludar a todo el mundo, expresando simpatía sin ton ni son. Y ella, siempre tan prudente, controlaba sus embestidas para evitar una colisión indeseada. En el fondo, era obediente, una sola advertencia de ella, con esa voz firme que le salía sin ensayar, y él quedaba paralizado de inmediato.
Pero de nada servía recordar todo aquello. Una serie de infortunios mal colocados en el tiempo, los había llevado a ese tiránico desenlace .
Incansable, jugaba y jugaba sin ser consciente de lo que acontecía. La miraba, y sus ojos parecían hablar por él. Un atisbo de tristeza se marcaba en sus pupilas, o a lo mejor no, y era ella la que imaginaba su dolor. El silencio que ella le regalaba hizo que se acercara cabizbajo, sumiso ante sus pies, como si estuviese pidiendo perdón, pero ya era tarde para las lamentaciones. Sin soltar la pelota, se tumbó en la alfombra, cerca de ella, y sin emitir ningún ruido, la observaba desde la ignorancia.
Pasa los dedos por su pelo, tan brillante y sedoso, y él, al sentir su tacto, se gira para estar más cerca de ella. ¡Cuánto te voy a echar de menos!
Le sirve ese gran chuletón que había elegido exclusivamente para él, al menos que se marche con el sabor de una buena comida, un último manjar que saborear en su espléndido paladar. Mastica con prisas, engullendo cada bocado como si fuese el último, y en realidad lo es, aunque él no lo sepa.
Lo ha cocinado y cortado en trozos para facilitarle el mordisco, no porque a él le hiciese falta, su dentadura sigue siendo tan fuerte y sana como el primer día, si no más bien por proporcionarle una auténtica comida de reyes, ella así lo ve, el rey de su casa.
Se relame satisfecho, extrañamente saciado.
Salen a pasear por última vez, uno junto al otro, como si el mundo les perteneciera solo a ellos. Lo lleva a la playa, ¡Ay la primera vez que pisó la arena! ¡Cuántas montañas y hoyos hizo! Esta vez no corrió efusivo por la orilla, se mantuvo quieto en la arena mojada, atónito con las olas del mar, despidiéndose de su lugar favorito.
Siente lástima por él. Si hubiese permitido que aquel bandido le robase, todo esto no tendría lugar, pero no, él, tan fiel y leal como era, tuvo que atacar sin pensar en las consecuencias, y ahora, siendo inocente, había sido culpabilizado de la estupidez humana.

La sala, blanca como la cal, infundía paz. Dos policías custodiaban la puerta, ¿Acaso era un asesino? Pasivo bajo sus piernas, aguardaba su destino. Ella ni si quiera se había atrevido a dedicarle una palabras de despedida, él notaría en su voz esa rama de nostalgia y sufrimiento que tanto reprimía.
"Perdona viejo amigo, siempre velaste por mi, y no he sido capaz de hacer lo mismo por ti" Pensaba mientras lo acariciaba por última vez. Él lamió su mano, parecía estar exculpando sus palabras, parecía entender todo lo que acontecía a su alrededor, quizá era cierto, siempre parecía entenderlo todo aún sin hablar el mismo idioma.
El veterinario, con su bata blanca y la jeringuilla en la mano, entró en la habitación sin presentar sentimiento alguno, como si sus actos los practicase diariamente, como si quitarle la vida a un animal por el simple hecho de defender a su dueña fuese lo normal, como si se sintiese orgulloso de su trabajo, de sus méritos, de sus asesinatos.
Se negó a colocarlo en la camilla de metal, Turco moriría en sus brazos, se lo debía. Costosamente lo tumbó sobre sus rodillas, siendo un mastín de pura raza, enorme y con un porte elegante, se veía tan indefenso entre sus brazos, que todo aquello parecía sacado de una novela negra. Lo daría todo por ocupar su lugar, él abarcaba todo lo bueno que poseía en su vida, si desaparecía, aniquilarían su razón de vivir.
El veterinario inyectó el veneno. Dos lágrimas espesas circularon por su mejilla, y ese incómodo nudo en la garganta le robaba la respiración. Los policías se giraron, para darles intimidad, o porque eran incapaces de presenciar un acto tan malvado. Su mirada se fue apagando como la luz de una vela consumida, sus pulmones dejaron de inflarse, la cabeza se desplomó en su regazo y aquel cuerpo gigantesco que tantas alegrías le había regalado, dejó de ser su perro.
Adiós Turco, descansa en paz fiel amigo