Mi hermano y su mujer, la madre de la niña, no están pasando por un buen momento, pensé que quizá Lucía presenciaba las peleas y por eso su actitud se había vuelto alejada. Conversé con mi cuñada la situación, pero al igual que mi hermano, negó rotundamente que su hija hubiese podido escuchar alguna pelea, que ellos mantenían un máximo cuidado cuando ella estaba en casa.
Acabé aparcando el tema, seguramente le estaba dando más importancia de la que tenía y a la niña no le ocurría nada, a lo mejor estaba pasando por un proceso natural y ella misma se había distanciado de la realidad. Con 7 añitos ¿Qué problemas iba a tener?
Una mañana telefoneó mi hermano para preguntarme si me importaba quedarme con Lucía hasta la tarde del día siguiente, le había surgido algo importante y no tenía con quien dejar a la niña. Evidentemente le dije que sí. Ansiaba estar con ella a solas, la echaba tanto de menos..

Durante la tarde, y sin darme por vencida, interrumpí sus juegos en numeradas ocasiones, que si le apetecía comer bizcocho, que si tenía sed, que si me dejaba jugar con ella, que si veíamos una peli...excusas desesperadas que se iban acabando sin dar con la acertada. El tiempo corría y apenas había disfrutado de su compañía. Ella negaba una tras otra cada una de mis peticiones, sin pronunciar ni si quiera un "no", se limitaba a regalarme una sutil negación gesticular. Hasta agotar mi paciencia. Me puse una peli y la dejé a sus anchas.
Faltaba poco para la cena y pensé que un baño divertido quizá la animaría. Llené la bañera con agua templada, eché un par de juguetes que tanto le gustaban cuando era más pequeña, y para hacerlo más emocionante, añadí algunos botes de sales, creando una espuma apetecible que incitaba a jugar sin descanso. Lucía entró en el baño tímida, apenas ojeó la rebosante bañera de espuma, dirigiéndose directamente a una de las esquinas del baño. Su cara reflejaba tristeza, y yo cada vez me desesperaba más, pues se me agotaban las ideas para animarla, llegando a pensar que el problema era yo.
Empecé a desvestirla, ella temblaba, su mirada clavada en el suelo, la besé en la frente y luego en la mejilla, y vi como dos lágrimas resbalaban por sus mofletes rosados. Me asusté. No llegaba a comprender que era lo que la desagradaba. El temblor de su cuerpo se hizo más intenso cuando se quedó completamente desnuda. La alcé por las axilas para introducirla en la bañera, Lucía no dejaba de temblar y el llanto mudo que producía, estremecía mi piel. La jabonaba con cuidado, dulcemente, mientras bromeaba con los juguetes flotantes que la rodeaban, pero ella seguía sumida en plena ignorancia. La puse de pie para frotarle las piernas, y entonces lo comprendí todo.
Una rojez un tanto extraña en sus partes alteró todo mis sentidos. La observé en silencio intentando sacar de mi mente aquellos pensamientos que enturbiaba mi percepción, no podía ser, eran alucinaciones mías, la imaginación distorsionaba mi realidad y solo estaba buscando un motivo para entender su actitud. Rocé la zona con el jabón para demostrarme a mi misma que todo era mentira, pero no.
Lucía se encogió rápidamente y entre llantos me apartó la mano. Me empujó haciéndome caer hacia atrás y ella salió corriendo, encerrándose en su cuarto.
Durante unos momentos me quedé en shock, sin reacción alguna, asimilando el duro golpe que me estaba dando la vida. ¡Mi pobre niña!
No sabía que hacer, ¿Llamar a su madre y explicarle lo que vi? ¿Intentar hablar con ella para sacarle alguna explicación? Y de lo único que verdaderamente tenía ganas era huir de allí. Algo tan repugnante como aquello, que daba náuseas, retorcía mi corazón, hervía furia en mi interior, ¿Quién coño podría haber hecho tal cosa? ¡Tan solo era una niña!
Con el mayor coraje que anidaba dentro de mi, hice de tripas corazón, respire profundamente acaparando toda la fuerza necesaria y entré en la habitación de una vez por todas.
Lucía se encontraba en un rincón, con la luz apagada, tiritaba y gemía, sus brazos rodeaban las rodillas y retorcía los dedos de los pies.
Pobre niña, lo que habrá tenido que pasar, tan inocente y buena, que injusta es a veces la vida.
Despacio, fui acercándome a ella, no sabía muy bien cómo empezar, no quería asustarla, debía hacer que hablara, encontrar al culpable y alejarlo de ella era mi prioridad.
"Lucía, cariño, sabes que a mi me lo puedes contar todo, somos las mejores amigas ¿Verdad? Solo quiero ayudarte"
Levantó la mirada hasta alcanzar mis ojos brillantes, que contenían lágrimas de ira, una conexión mágica nos envolvió, y al fin, se arrojó en mis brazos. Horas abrazadas, en completo silencio, podía sentir su respiración entrecortada, los latidos de su pequeño corazón, el olor de inocencia de su pelo, podía sentir su dolor, su miedo. Rodeada por mis brazos, se sentía segura, a salvo.
Coloqué mi albornoz sobre sus hombros y la arropé hasta tapar el último poro de su piel, la cogí en brazos y sin dejar de besarla, nos fuimos al salón.
Cuando sus valientes palabras fueron tomando forma y pudo narrarme hasta el más mísero detalle, sentí que me moría. Era tan duro oír a esa apocada niña pronunciando esas atrocidades, que remetí mis ganas de vomitar. Sus palabras, claras y rudas, perforaron mi aliento hasta convertirlo en mugre.
El mal nacido, hijo de puta, enfermo y miserable que había desatado aquella crueldad, arrebatando la infancia y dulzura de Lucía, era un tío lejano de su padre biológico, quien después de haber abusado repetidas veces de ella, se tomó las molestias de amenazarla si ella abría la boca para contárselo a alguien.
Cogí su mano con fuerza y jamás volví a soltarla.