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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

19.5.20

RELATO: Demencia al Roquefort

Juraría que había dejado todas las luces apagadas cuando salió de casa. Quizá, con las prisas de no llegar tarde al trabajo, se le había pasado la del pasillo, no sería la primera vez. Pulsó el interruptor sin prestarle más atención.
Deseaba irse a dormir lo antes posible, estaba agotada, se prepararía un picoteo rápido y a dormir. Abrió la nevera en busca de ese queso tan bueno que compró en el mercado, acompañado de un buen vinito, le sentaría de escándalo. ¿Dónde estaba? ¿Lo había acabado? Últimamente andaba despistada, el trabajo le ocupaba la mayoría de los pensamientos. En su lugar cogió un par de lonchas de chorizo y se las metió en un sandwich, no era lo mismo, pero al menos no se iría a la cama con el estómago vacío. Mientras masticaba, apuntó en la lista "Comprar queso", luego se fue a descansar.

Volvía a llegar a casa, un poco más tarde de lo normal, ¿De nuevo la luz del pasillo encendida? Meneó la cabeza negativamente, cualquier día la perdería si no conseguía centrarse. A la mañana se había acordado de comprar ese estupendo queso, hoy nada impediría que se quedara con las ganas. ¿No lo había metido en la nevera? Quizá con las bullas lo dejó en la despensa. Nada, ni rastro del queso. ¿Y si con el despiste se lo había llevado al trabajo? Seguro que estaba en la mochila. La vació entera, no había queso por ningún lado. Que extraño, aseguraba que lo había comprado. Estaba demasiado cansada para seguir pensando, así que se fue a la cama sin cenar, mañana iría a la tienda a ver si por casualidad se había dejado el queso allí.

Vaya chaparrón le había caído encima, justo se había tenido que poner a llover cuando ella salía del coche. Una duchita, quesito para cenar y a dormir. La luz del pasillo estaba apagada, menos mal, había controlado el despiste esta vez. Por lo visto no del todo, pues la luz del baño estaba encendida. Normal que luego le vinieran esas facturas tan excesivas...si se iba dejando la mitad de la casa iluminada. Relajada tras salir de la bañera, no conseguía quitarse la imagen del maravilloso queso de la cabeza. Tantos días de antojo y aún no había cumplido sus deseos. Por la mañana había tenido un pequeño percance con el tendero, el muy astuto intentó engañarla a cuenta del queso que se había dejado olvidado el día anterior, por suerte, la clientela que esperaba su turno, puso nervioso al dueño y entre regañadientes, la obsequió con un nuevo queso. Memorizó intensamente la posición del queso en la nevera, el despiste no ganaría la partida esta vez. Efectivamente, allí estaba, en la primera balda, junto al ketchup. Se relamió inconscientemente, al fin su paladar disfrutaría de tan preciado manjar. Lo desenvolvió, y al colocarlo en la tabla para cortarlo a trocitos, se percató de que el queso estaba empezado. Maldito tendero, se había salido con la suya, eso no quedaría así, mañana se presentaría de nuevo y la oiría, haría que se le cayera la cara de vergüenza. Saboreó hasta el último pedacito y se fue a dormir.
Se despertó en mitad de la noche, le pareció escuchar un ruido. Incorporada con la mitad del cuerpo levantado, escuchó atentamente. Todo en silencio. A lo mejor había sido un vecino, o lo habría soñado, hizo caso omiso y se quedó profundamente dormida en cuestión de segundos.

Dejó el coche justo en frente de su ventana, que suerte había tenido con el aparcamiento, a estas horas de la noche solía ser imposible encontrar hueco tan cerca de su casa. Alzó la vista buscando su ventana, y vió la luz que salía del domicilio. Golpeó su cabeza levemente, para darse una lección, se empezaba a plantear ir al médico, ya no era normal lo olvidadiza que se estaba volviendo. Antes de volver la mirada al suelo, una sombra cruzó la habitación. Con los nervios de punta, intentó calmarse, ¿Habían entrado a robar? Sin pensarlo más tiempo, llamó a la policía, quienes le indicaron que bajo ningún concepto entrase en su domicilio. Pero ella no podía esperar a que llegaran ¿Y si los ladrones escapaban? Cogió el bate de béisbol que escondía en el maletero del coche, y haciendo de tripas corazón, se dispuso a subir a su hogar. Le temblaban las piernas, jamás se había enfrentado a nadie, y mucho menos a un ladrón. La puerta no estaba forzada, habrían entrado por la ventana entonces. Introdujo la llave silenciosamente, quería pillarlos desprevenidos. Todas las luces encendidas. Primero la cocina, no había nadie; luego el salón, ni pizca de movimiento; el cuarto de baño, nada; su dormitorio, sin novedad; y por último, el cuarto de invitados. Empujó la puerta con sumo cuidado, el bate temblaba tanto que si hubiese tenido sonido incorporado, parecería una maraca. Un paso, otro paso y...Saltó en medio de la habitación mientras gritaba "Quieto todo el mundo" y nadie le hizo caso, porque no había un alma allí. Se rascó la cabeza, intentando comprender qué coño había ocurrido. En ese momento, unos fuertes golpes en la puerta de la entrada la hicieron dar un sobresalto "Policía, abran la puerta" Corrió sin perder el tiempo, lo mismo ellos tenían una teoría convincente.
Los agentes, observándola con cara de "esta tía esta loca" intentaron calmarla convenciéndola, que seguramente, no fue su ventana la que miró, si no la de un vecino, que debería de ir al médico, pues a veces el estrés podía crear alucinaciones. Minutos después, se marcharon medio enfadados, no les hizo ninguna gracia tener que desplazarse hasta allí para que todo resultase ser producto de la imaginación de una señora aburrida.
Algo extraño estaba ocurriendo. Ella estaba segura de haber visto esa sombra en su piso, como también de apagar las luces y comprar el queso...no le encajaba nada. ¿Se estaba volviendo loca como decían los policías? Quizá tantas horas trabajando le afectaba desorbitadamente y su mente, en señal de suplicarle un descanso, comenzaba a cavilar alucinaciones. No pegó ojo en toda la noche, los mismos pensamientos acudían a su atormentada cabeza, una y otra vez.
Al día siguiente telefoneó al trabajo diciendo que se encontraba mal y no se presentaría. Toda la noche en vela le había servido para trazar un plan y poder averiguar de una vez por todas lo que realmente estaba ocurriendo. Se tomó una enorme taza de café, necesitaba mantenerse despierta y alerta. Introdujo en una mochila agua, unos cuantos alimentos ligeros, un par de revistas y un cuchillo por si las moscas, acto seguido, y echando una última ojeada a la casa, se escondió en el armario de la entrada.
Habían pasado horas, y el aburrimiento comenzaba a limitar su paciencia. Comenzó a plantearse que diablos hacía allí metida, a la espera de nada, seguramente todo había sido causa del estrés y el cansancio que procesaba en los últimos días, y todo lo ocurrido lo había imaginado. Se sentía estúpida y la incomodidad acechaba a su cuerpo. Su plan había resultado ser una gilipollez, en lugar de estar descansando que era lo que realmente le pedía el cuerpo, no hacía más que perder el tiempo con chorradas. No lo soportaba más, saldría e intentaría olvidarse de todo aquello.
Justo cuando palpaba con sus manos la rendija para abrir el armario, el sonido de una llave entrando en la cerradura la hizo paralizarse. La puerta de la entrada se abrió. Agarró el cuchillo, preparada para salir en cualquier momento, pero algo la detuvo.

-Pasen señores. Como veis el piso está totalmente equipado para pasar el día. En la cocina disponen de alimentos frescos, os animo a que prueben el queso, está exquisito, nos lo traen exclusivamente de una granja en las afueras. Por lo demás, están ustedes en su propia casa. Sólo una cosita, deben abandonar la casa antes de las 11 de la noche, todo debe quedar impecable, tal y como está ahora, y las llaves me las dejan ustedes en el buzón. Que pasen una estupenda velada.

¡Hija de puta! No daba crédito a lo que veían sus ojos. Su casera, mientras ella trabajaba como una posesa, se había dedicado a alquilar su casa por horas, ahora lo entendía todo.
Otra persona, más cuerda y sensata, habría salido de su escondite desvelando toda la verdad, y le habría pedido explicaciones a su casera. Ella no era como los demás.
Aguardó escondida durante todo el tiempo que esos desconocidos estaban en su casa. Los observó, escuchó sus conversaciones, incluso llegó a sentirse entretenida. Cuando al fin se marcharon, salió del armario, lo más rápido que pudo, metió todas sus cosas en maletas y cajas, y las llevó al coche. Una vez que la casa quedó vacía de todas sus pertenencias, incluida la comida exceptuando el queso, volvió con el bate en la mano, y como la loca que le habían hecho creer que era, destrozó hasta el más mínimo detalle, suelos, paredes, ventanas, muebles...todo quedó reventado, inutilizable. Aquel pisito tan mono ahora parecía la chabola de un drogadicto. Pero...faltaba algo más para cumplir su venganza.
Era tanto el rencor que anidaba en sus venas que no solo le bastaba con haber destruído el piso, necesitaba una humillación, la misma que había sentido ella al saber que personas desconocidas habían utilizado sus pertenencias sin permiso. Dejándose llevar por la enajenación del momento, depositó sus heces en cada habitación, esparciendo restos por las paredes y suelos.
Ahora sí.
Cerró con un portazo y pegó una nota en la que decía "Que le aproveche el queso exclusivo de granja... zorra"