Libertad de expresión

Datos personales

Mi foto
Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

31.5.20

RELATO: Recetas Peligrosas

Marta amaba la repostería. Nació con ese don, era capaz de convertir en dulce cualquier alimento que pasara por sus manos. Esto le había llevado a la apertura de su pequeño negocio, no le daría para mucho, pero al menos trabajaría en lo que más le apasionaba. Se conformaba con poco, no obstante, los gastos del negocio habían superado las ganancias, y si no remontaba, se vería obligada a cerrar el local.
Pasó noches enteras pensando en la solución apropiada para sacar el negocio de la ruina. Sus pastelitos estaban deliciosos, de eso no tenía dudas, pero la gente del pueblo era reacia a probar cosas nuevas, y ella, lo era.
Para engatusar a un público, solo bastaba con encontrar la clave correcta, luego, todo rodaría sin necesidad de empujar. ¿Cuál podría ser el enganche? Y entonces, la misma palabra le ofreció la solución.

Permaneció una semana cerrada. La nueva cara que le daba al negocio lo merecía, y tampoco le resultó fácil encontrar los nuevos ingredientes. Al fin, al día siguiente sería la nueva inauguración.

La tiendecita, decorada con tonos rosados, crema y algunos toques azulados, estaba repleta de estanterías, bandejas y recipientes, todos llenos de pastelitos, sabores y colores distinguidos. Una extensa gama repostera capaz de abrir el apetito de cualquier estómago, solo con su olor.
Había pegado carteles por todo el pueblo, resaltando la palabra "Gratis" para captar la atención de sus futuros clientes. Ese era el primer paso, hacer que la gente probara su trabajo, luego, no sería necesario practicar ningún esfuerzo más.

Se aseguró de que todo estuviese en orden, y sin pensarlo mucho más, abrió las puertas del negocio. De inmediato, el espacio comenzó a llenarse de personas curiosas e interesadas. Al principio entraban dudosas, tímidas, pero ahí estaba Marta, tras el mostrador, con una amplia sonrisa que los invitaba a degustar sus productos. Los individuos no tardaron en invadir sus paladares con sabores dulces, los actos eran mecánicos, agarraban un pastelito y sin esperar a terminarlo, con la otra mano, agarraban otro. Marta, orgullosa de su éxito, explicaba los innovadores sabores, les incitaba a seguir probando, guiándolos en un ambiente atestado de azúcar y edulcorantes. Cuánto más comían, más deseaban, hasta dejar la tiendecita vacía por completo. A las 12 de la mañana se vió obligada a cerrar las puertas, debía ponerse a elaborar de nuevo, pues a la tarde, sabía con certeza que volverían. Se encerró en el obrador, colocándose su delantal y gorro, ojeó las recetas para asegurarse de elaborar bien los pasteles, y...manos a la masa.

A la tarde, antes de volver a abrir, se entretuvo en colocar los precios. La degustación gratuita matutina solo había sido una estrategia para adquirir clientes, ahora, debía beneficiarse de ello. No le tembló el pulso a la hora de adjudicar los precios, sabía que no podrían resistirse, y quizá por ello, se aprovechó de la situación.

Listado de Precios

  • Magdalenas: 12 euros
  • Croissants: 14,50 euros
  • Tartas: 35 euros la porción
  • Donuts: 9,50 euros la unidad
  • Pastas: 25 euros la bandeja
  • Surtido de bombones (Seis bombones por caja): 30 euros
  • Especialidad del Día (Una especie de palmera gigante, posada en una base de helado de vainilla): 45 euros

Colocó meticulosamente un listado en la entrada, otro junto a la barra y otro en una pizarra en mitad del local.

Una extensa cola esperaba en la puerta de la tienda. Impacientes, nerviosos, aseguraban llevar efectivo en sus carteras. Marta los observaba desde la puerta del obrador. Su plan había surgido efecto. Se frotaba las manos en señal de victoria, su maravillosa idea acabaría con sus deudas, solo tendría que mantenerse recelosa y hacer de la precaución su doctrina más preciada.
Casi es aplastada al abrir las puertas. La multitud se abalanzaba sobre los dulces, acaparando el máximo número posible entres sus manos, mientras con dificultad, buscaban ansiosos las carteras y bolsos. Mecánicamente, como instituida por un robot, Marta sumaba rápidamente, en la calculadora del mostrador, los productos que transportaba cada cliente, los metía en una enorme bolsa, y se agenciaba el dinero. Algunos, tan cegados por el ansia del azúcar, ni recogían el cambio, lo que llevó a Marta a colocar un frasco de cristal junto a su derecha, para ingresar el bote recaudado.
A las 9 de la noche, se extinguió la mercancía, y tuvo que pedir amablemente a los rezagados, que abandonaran el establecimiento, invitándolos a volver a la mañana siguiente.
6500 euros de caja en tres horas.

En el pueblo no se hablaba de otra cosa. Sus pastelitos habían encandilado a los ciudadanos hasta tal extremo, que se habían vuelto obsesivos y dependientes, obligando a Marta a contratar seguridad para prohibir la entrada a los más alterados.
Su éxito incrementaba por días, incluso el alcalde había decidido obsequiarla, por su gran labor y esfuerzo, poniendo su nombre a la plaza principal del pueblo. Una locura desorbitada. Parecía que todos habían sustituido sus neuronas por terrones de azúcar.
Marta, en vista de su rápido crecimiento, no se detuvo al abrir tres negocios más, y contratar un equipo de trabajo.
El personal había sido traído de otra comunidad, y por supuesto, tenían completamente prohibido probar los productos confeccionados. Ellos se encargaban, fundamentalmente, de dar forma a los pasteles y dulces, atender a la clientela y cobrar, pero jamás elaboraban la masa, esa parte sólo la controlaba Marta.

Durante el recorrido de una tienda a otra, pudo observar miles de envoltorios con su logotipo, tirados por el suelo. Las calles estaban minadas de su marca. Se cruzó con varios clientes. Algunos, sentados en un banco, devoraban como caníbales las magdalenas de colores, otros, sentados en plena carretera, lamían restos de chocolate de las cajas de bombones, otros tantos, deambulaban con los ojos inyectados en glucosa, arrastrándose por un pedacito de donut. ¿Se le estaba escapando de las manos la situación? Su economía había alcanzado un alto nivel adquisitivo, tanto como para despreocuparse de por vida, quizá debería parar, aún estaba a tiempo de salir airosa de aquella situación. Era evidente que nadie sabía nada, pero ¿Por cuánto tiempo? Tarde o temprano alguien caería en la cuenta de las incongruencias presenciales, y todo lo que había logrado, se vendría abajo como una montaña de azúcar.
El dinero llama al dinero, cuanto más tienes, más quieres, y hace falta poseer una mente fría y calculadora para concienciarse de no sobrepasar un límite. La avaricia rompe el saco.
El temperamento de Marta estaba constituido por ecuaciones y segmentos, que repudiaba toda clase de sentimiento pasional. Su mente era fría y cuadriculada, cada pensamiento estaba dirigido de principio a fin, siguiendo un carril exento de emociones y distracciones. Había alcanzado su objetivo, por lo cual, debía retirarse. Simple y correcto, sin más cavilaciones, dicho y hecho.

Cortésmente, anunció su retirada, no sin antes ofrecer a su público un último postre. Un delicioso manjar exclusivo para la ocasión. Una despedida por todo lo grande. Se comprometía a la realización de un dulce innovador, de dimensiones exuberantes, con sabor único e inigualable y a un precio asequible para toda la población. Los vítores inundaron las calles, aplausos desencajados adornaron el cantar de los pajarillos, y las voces impacientes se unían para crear un himno.

En su escritorio de trabajo, a oscuras, alumbrada únicamente con una lamparita, que bastaba para alumbrar sus papeles, creaba la receta del misterioso y último pastel. Se había decantado por una tarta, donde predominará, por supuesto, el ingrediente estrella, pero esta vez, en cantidades más desorbitadas, si iba a ser el último, debía coronarse. Sabía perfectamente que aquello traería consecuencias, pero para cuando sucediese, ella ya estaría muy lejos del lugar, quizá se aventurase a empezar de nuevo en otra ciudad, o quizá no, y sería su retirada definitiva, aún no lo sabía con exactitud. Decidió concentrarse en su proyecto y apartar las fantasías irracionales.
Chocolate espeso en una olla, masa del bizcocho repartida en tres recipientes, caramelo en su punto, fresas mezcladas con nata, batidas y convertidas en un batido helado, 7 bolsas de pepitas de chocolate, canela en rama hirviendo en leche, y en un enorme saco, apoyado en el suelo, con el ingrediente mágico. Todo preparado para construir la tarta.
Añadió el ingrediente al chocolate y removió; arrojó el ingrediente a la masa del bizcocho, removió y lo introdujo al horno; antes de introducir el batido helado en el frigorífico, esparció el ingrediente y luego lo pasó todo por la licuadora; al caramelo, que aún no estaba sólido, lo mezcló con el ingrediente y luego le buscó sitio en la nevera; abrió las bolsas de pepitas de chocolate y las machacó, eso le llevó un buen rato; la leche aromatizada con la canela había adquirido un color delicioso, tostado, entraban ganas de beberla de un tirón, echó tanto ingrediente en ella, que pasó de estado líquido a casi sólido, creándose una pasta bastante manejable.
Salió al exterior por la puerta trasera para tomar el aire y descansar, en breves minutos estaría todo listo y solo tendría que montar la tarta, adornarla y dejar que tomara forma en el frío. Sería enorme, y empezaba a dudar si podría ella sola manejar el pastel. Claro que podría, no le quedaba más remedio, ya se buscaría la vida.
El bizcocho lo cortó en tres capas. La primera, la que funcionaba de base, la cubrió de la pasta de leche con canela, que antes había mezclado con una porción de pepitas machacadas, quedó cubierta con bastante cantidad, parecía otra pieza del bizcocho. Una vez fría y sólida,  colocó la parte intermedia del bizcocho, y utilizando el mismo mecanismo, también añadió el batido helado de fresa, dejó enfriar. Por último, la parte superior, recubrió todo con chocolate, a enfriar de nuevo. Adornó el exterior con las pepitas sobrantes y el resto del batido helado, rematando con el caramelo, que ya estaba duro, formando un dibujo abstracto. ¡Perfecto! Una obra maestra. Con gran esfuerzo lo introdujo en el frigorífico y se marchó a casa.

En la misma calle donde se encontraba su primer negocio, habían colocado una inmensa mesa, la zona estaba vallada para prevenir la intrusión de lo más adictos a sus dulces. Marta se sentía orgullosa de la elaboración final, y estaba deseando que todos la probaran, luego ser marcharía para siempre.
Todo el pueblo estaba reunido en esa calle, a la espera del espectacular postre. Marta dió la señal.
Apareció por la esquina un enorme camión, la gente aplaudía entusiasmada. Se abrieron las puertas y comenzaron a bajar trabajadores, que entre susurros y movimientos rápidos, se organizaban para transportar el monumental pastel. La cara de los espectadores quedó petrificada al ver el tamaño surrealista de la tarta. El chocolate que la cubría, brillaba expuesto al sol, y embriagaba los olfatos con sustancias caramelizadas y bañadas en mezcla de fresas y canela. La gente empezó a segregar saliva, y sin quitarle ojo a la tarta, se empujaban entre ellos para alcanzar un lugar más próximo.
Tras el paseillo de bienvenida oficial, la tarta fue colocada en su mesa correspondiente. Marta, con megáfono en mano, deleitó a los oyentes con la magnífica composición del manjar que tenían el gusto de contemplar, y que no tardarían en saborear. La multitud se balanceaba de un lado a otro por los empujones y codazos proporcionados, pero Marta estaba ensimismada en su explicación detallada, que con cautela se había preparado la noche anterior. La seguridad, armada con porras pero no con armas de fuego, cada vez veía más costoso contener a las masas, y retrocediendo, pudieron comprobar de primera mano, como las vallas eran derribadas por la furia de la adicción. El alcalde iba a ser el encargado de cortar la primera porción, mas no tuvo oportunidad de ello. Todos los allí presentes, invadidos por la necesidad de probar aquella delicatessen, se abalanzaron sobre la enorme tarta, introduciendo sus manos, sus brazos, y hasta sus cabezas en la montaña de chocolate. La seguridad apartó del escenario al alcalde y a Marta, que atónita, observaba los hechos.
Una jauría indomable se perdía entre chocolate, fresa y caramelo, devorando sin control, la grandiosa tarta, hasta convertirla en restos pisoteados y esparcidos por toda la calle.
El alcalde y Marta empezaron a reír, la situación era bastante cómica, un grupo de personas civilizadas perdiendo literalmente la cabeza, por un pedacito de dulce. Absurdo y divertido a la vez.
Un individuo cayó redondo al suelo. Su cuerpo, elevado por las convulsiones, botaba bruscamente, su boca se llenaba de una espuma blanca y espesa. Al lado, otro individuo caía en las mismas condiciones, y otro, y otro, hasta quedar la calle cubierta de cadáveres.
En pocos minutos, las ambulancias invadían el lugar, los médicos y sanitarios no daban a basto, sin comprender cuál era el motivo de tanta desgracia. ¿Una sobredosis de azúcar?
El alcalde, con las manos en la cabeza, gritaba de un lado a otro, exigiendo explicaciones, intentando averiguar la verdad de lo ocurrido. Mandó buscar a Marta, ella era la única que conocía los ingredientes del postre, quizá ayudaría a averiguar qué podía haber causado tremendas muertes. Nadie encontró a la repostera. El alcalde, sumido en la desgracia, se lamentaba de aquel acto tan desagradable, e intentaba mantener la postura, aunque fuese para él mismo, pues ya no le quedaban habitantes a los que gobernar.

Marta, alejada kilómetros del pueblo, conducía pensativa. Las medidas eran desproporcionadas, debió pensar mejor en las cantidades, ¡y una mierda! Ella lo había cocinado perfectamente, la verdadera culpa fue de esos adictos que no fueron capaces de esperar a su porción correspondiente, si hubiesen respetado las medidas de seguridad, nada de aquello hubiese pasado, y todos podrían haber comido un trocito de tarta, con moderación y sin provocar ese desastre. Y ahora, cuando ya nada tenía solución, la culpaban de todo, ¡qué vulgaridad! Hacer responsable a una sola persona de los actos de una población entera.
Finalmente acabarían por descubrirlo todo, la adicción, el ingrediente, la sobredosis...
Marta idealiza una nueva receta en su cabeza, mientras gira en dirección a la sierra, pero esta vez, para evitar desgracias, reducirá la dosis de heroína. Está a la vista, que en grandes cantidades y con personas poco responsables, los hechos pasan a ser incontrolables para una humilde repostera.