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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

15.7.21

RELATO: Un D-Espejo fugaz

Se miraba al espejo, intentando recordar la niña que fue, aquella criatura feliz que durante un tiempo lo tuvo todo, exenta de problemas, dedicada a una vida repleta de felicidad. 
El espejo, pequeño y sucio, se centraba en enseñar la verdad, un rostro cansado, lúgubre, unos rasgos demacrados por el tiempo. Sus ojos seguían siendo grandes y negros, sin embargo, ella podía observar esas marcas de envejecimiento provocadas por el sufrimiento, por el malestar, por unas circunstancias guiadas por la insensatez. Recordaba su dentadura perfecta, blanca y sana, y ahora, si acaso le quedaban los dientes suficientes como para comer lo necesario, en el caso de que su estómago permitiera entrar al hambre, que pocas veces surgía la ocasión.
No apartaba la mirada de aquel reflejo, lo que había quedado de ella, como si quisiera darse una lección a sí misma, como si quisiera empapar su conciencia con una aterradora imagen de lo que es. Sin embargo, ella era consciente de que nada de eso serviría, a estas alturas no.
Tenía el pelo recogido hacia atrás, se había peinado a la mañana como pudo, sin mirarse al espejo, sin cepillo, únicamente con la ayuda de sus huesudos dedos y un cordón que había encontrado por ahí. Nunca le sentó bien el pelo recogido, y ahora que se observaba con detenimiento, entendía porqué. 
Sus orejas resaltan en su cara como puede resaltar un girasol en pleno desierto. Orejas y ojos, ese era su rostro, una descripción práctica e inofensiva. Ella nunca fue creída, más bien  realista, era demasiado tarde para comenzar a ser optimista.
Hacía días que no tomaba una buena ducha, por eso su cabello resultaba tan grasiento. Ella suponía que su olor corporal no debía ser muy bueno, pero su olfato no llegaba a distinguir el hedor, que sin duda, desprendía. Se echó a reír al recordar esa frase popular y vulgar "Ningún cagao se huele su mierda" y la imagen reflejada en el espejo se volvió aún más repugnante. Cuatro dientes negros y rotos saludaban sin vergüenza alguna, demostrando que un rostro poco agraciado puede llegar a ser horrendo. Ella misma se asusta al verse de tal modo, e inconscientemente, se tapa la boca con una mano. Sus uñas, mordidas y desiguales, están negras de suciedad, sin embargo, eso no la avergüenza tanto como sus dientes, y vuelve a reír, porque ahora la frase que le viene a la mente es "Las manos del trabajador sucias son"  y comienza a imaginarse cómo hubiese sido su vida con un buen trabajo, de esos que te hacen madrugar, de esos que te dejan la espalda eslomada y las piernas llenas de varices, y de pronto...aparta la mirada del espejo. Esa nunca fue una vida para ella, y desgraciadamente, sigue pensando que escogió el camino correcto.
La luz del baño tintinea, sube la cabeza hasta alcanzar con su vista la bombilla, y llega a la conclusión que está tan desgastada como su persona, vuelve a reír.
Antaño fue una chica risueña, piensa, y supone que aún quedan estragos de aquella personalidad, pues en su estado sigue marcando con ironía la situación que le toca vivir. ¿Y qué puede hacer si no es reír? Ya no le queda nada. Solo su risa.

Sus pies se tambalean sobre un bulto en el suelo, sin mirar, se agacha para saber qué es. Agarra un pequeño osito hecho de trapos. Está sucio, como ella, y viejo, como ella. Siente como unas lágrimas inseguras intentan salir de sus ojos, pero no lo hacen. Hace tanto tiempo que dejó de llorar. Coloca el osito junto a su cara y vuelve a mirarse en el espejo. Está segura de que si no le hubiesen quitado a su hija, ese osito sería para ella. Pero no lo es. Ni su hija tiene el osito, ni ella tiene a su hija. 
No obstante, ni el mísero recuerdo de que un día fue madre, la hace cambiar de pensamiento. Ha escogido el camino correcto, esa es la vida que debía vivir.
Como si un chispazo le devolviera la razón, se aparta del espejo, suelta el osito, y al fin recuerda que había ido a buscar. Abre el primer cajón del mueblecito que está a su espalda, coge una nueva, y sin cerrar el cajón, sale del baño.
Enseña la jeringuilla a su nuevo acompañante, el que le ha traído la mercancía, éste, sonríe y comienza a preparar el pico.
Ella se sienta en el sillón más apartado, comienza su viaje, el motivo por el que sigue viva, la razón por la que lucha cada día, lo único que la hace sentirse útil.
Amarra la goma alrededor del brazo, busca la vena, y piensa "Esta es la vida que debo vivir"