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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

11.6.20

RELATO: Como un cuadro de Monet

La pistola con la que me apuntaban la cabeza, la sujetaba el líder de todos. No dejaba de pensar qué diablos hacía yo allí, rodeada de mafiosos, a expensas de una muerte sin sentido, obligada a estar de rodillas, mientras los agresores decidían que hacer con mi vida.
Miré a Milo en busca de alguna respuesta, después de todo él había sido el culpable de mi situación. Milo mantenía la mirada firme, dura, juzgando con sus ojos a los que lo rodeaban armados. Entonces, me di cuenta que estaba ajena a todo aquello, que no le importaba a ninguno de los que en la sala se encontraban, que mi vida, tan preciada para mi, era un mísero papel de fumar al que convertirían en basura, y luego, arrojarían en cualquier calle.
Pisaba Italia por primera vez, nunca me lo hubiese imaginado así, y pensar que hace unos días me emocionó la idea de viajar tan lejos, maldito el momento en el que decidí aceptar a Milo como pasajero, maldita mis ganas de sentirme emprendedora, y maldito el minuto que me aventuré a entrar en su habitación.

La noche caía sobre el hotel, y solo rezaba, sin creer en dios, que algún servicio de habitaciones llamara a la puerta, que alguien tuviese conciencia de lo que pasaba en aquella habitación. No sé si por estar mis rezos carentes de fe, no surgieron efecto, la cuestión es que ni un alma llamó a la puerta. Nuestros destinos estaban condenados a salir en los telediarios como muertes inesperadas. Mi madre no salía de mi cabeza ¿Por qué no le haría caso?

Quizá lo más adecuado sería empezar por el principio, por la funesta decisión que me llevó a tan tremenda aventura.

La mayor parte de mi vida la pasé trabajando para otros, cualquier trabajo que me diera dinero: cuidando niños o perros; limpiando hogares; hostelería; clases particulares; oficinas; supermercados...una amplia gama de trabajos en mi currículum. Sí, me abrían puertas, pero también trastornaban mi personalidad. Estaba segura que no había nacido para recibir órdenes, así que decidí hacerme autónoma.
Desde pequeña me encantó viajar, me apasionaba trasladarme de un sitio a otro y embriagarme de nuevas culturas. En cuanto cumplí los 18 años, me saqué el carnet de conducir, me compré un coche y ¡A viajar!. La época más feliz de mi vida.
Una aplicación muy conocida entre las masas, ésa que facilita viajar compartiendo vehículo con desconocidos, me aportó una magnífica idea. Ofrecería mi auto para llevar a personas a cualquier lugar de Europa. Espera, lo puedo explicar mejor, no quiero que pienses que mi trabajo es similiar al de un taxista.
Con unas tarifas, acordadas y firmadas siempre por el cliente, mi cometido, era básicamente, trasladar a la persona donde me pidiera, durante el periodo que necesitara. Para que me entiendas, un chófer pero más accesible.
La idea era buena, y si lo planificaba bien, ganaría dinero de la forma que más me apasionaba, viajando.
El cliente, procurando que fuese solo uno, para prevenir emboscadas y sobresaltos, pagaba la gasolina, el trayecto (con una tarifa fija para cada destino) y, si la duración del viaje se prolongaba a varios días, la estancia en un hotel, hostal o donde el cliente conviniera adecuado, siempre y cuando no fuera en mi propio coche.
Hice una Web, no muy profesional, la verdad, pero que sirvió para mis comienzos como autónoma.
Tengo que confesar, que al principio, la decepción fue monumental, me engañaron, robaron y plantaron, aún así, no me rendí, sabía cual era mi objetivo, y el hecho de que las primeras veces no saliese como esperaba, no podía permitirme abandonar, además, ¿Quién dijo que los principios fueran fáciles?
El planteamiento de mi peculiar ingenio gustó a una selecta población, personas de dinero comúnmente, que preferían ser conducidos a conducir.

Milo apareció en la oficina como un manantial en un desierto, oportuno y casi pareciendo una alucinación. Moreno, alto, con una constitución deseable, una sonrisa capaz de pagar hasta la factura más escandalosa, y unos ojos que perturbaron mi inocencia.
Al plantearme su caso, de una forma correcta y clara, dudé en aceptar. Solicitaba un viaje de una semana, a Italia, sus motivos correspondían a negocios, según me explicó en el momento, luego, comprobé la falsedad de sus palabras. Ni siquiera preguntó el precio, estaba decidido a contratar mis servicios. Finalmente, y sin pensarlo demasiado, acepté. Concretamos los detalles y acordamos salir a la siguiente semana.

Milo entró directamente a la parte trasera del coche, lo cual me sorprendió, pues lo había tomado como una persona dicharachera y charlatana, y no como el hombre frío que se mantuvo silencioso y observador. El trayecto se me antojaba aburrido, sumidos ambos en un silencio glacial, cortado de vez en cuando por el sonido del móvil de mi cliente. Milo no quiso poner música. Con los ojos centrados exclusivamente en la carretera, advertía la silueta imponente de mi pasajero, por el espejo retrovisor. Era un hombre impecable, con su barba recortada al estilo siciliano, su traje impoluto que marcaba sus músculos de forma distraída, y sus labios, sellados, tan recalcados y apetecibles, parecían estar perfilados como los de una mujer.

Hicimos la primera parada para desayunar, aún no habíamos salido de España. Encontramos una venta de carretera, que a pesar del cartel mugriento que presentaba, nos ofreció un desayuno muy completo. Milo seguía sin pronunciar palabra.
Justo cuando me disponía a subir al coche, me agarró del brazo, me asustó. Al mirarnos, intuí en su ojos un ápice de dulzura que hizo revolotear la tostada en mi estómago. Sin hablar, pues ya empezaba a pensar que lo tenía prohibido, me fue arrastrando con delicadeza a la parte trasera de la venta. No llegaba a comprender cuáles eran sus intenciones, sin embargo, la curiosidad, calmaba mi desconfianza, y me dejé llevar como la espuma mecida por una marea alta.
¡Un recoveco del paraíso!
Sentados, en silencio para no variar, en una especie de banco que allí escondido se encontraba, nos deleitamos con el paisaje más colorido que mis ojos hayan podido apreciar jamás. Un juego de colores fríos bañaban el cielo, y a sus pies, montañas contrastaban con marrones y beiges. Era como estar dentro de un cuadro de Monet. Una suave brisa mañanera mecía mi cabello, haciéndolo bailar al compás del canto de los pajarillos que, en la lejanía, nos observaban con intriga. Milo encendió un cigarro, y allí aguardamos, hasta que con el tacón de su bota, lo apagó.

Su misteriosa forma de actuar, despertaba en mí una sensación extraña. Deseaba conocerlo, saber algo más de él, averiguar sus gustos e inquietudes, entablar una amistad, sin embargo, su reservado carácter, azoraba mi ser. Era como ese tipo de personas, que sabes que esconden algo, pero eres incapaz de averiguar qué puede ser.
El viaje seguía sumido en el silencio.

Atardecía pausadamente. El sol, el cual observaba en total plenitud a través de la luna del coche, se despedía de nosotros con picardía, regalando a nuestro sentido de la vista, una gama de colores cálidos.
Pasamos la noche en un hostal, sin contratiempos. Milo en una habitación, y yo en otra. Ilusa, me pasé las horas fantaseando con que Milo llamaría a mi puerta.

Los días posteriores, igual de mudos, bordeamos la costa francesa. El viaje resultaba a esas alturas, demasiado pesado y aburrido.
Al fin, la deseada Italia. Pocos kilómetros faltaban para nuestro destino, y no sabría decir, quien de los dos deseaba llegar lo antes posible, ¿A quién quiero engañar? Indudablemente yo.
Nos instalamos en San Remo, en una casita propiedad de mi cliente.
Me dispuse a visitar la ciudad. Era todo tan mágico, tan emblemático, que mis sentidos se enamoraron de cada mota de polvo que constituía la ciudad.
Agotada, después de un largo día como turista, me derrumbé en la cama, ansiosa de planear mi siguiente visita. Dos toques secos en la puerta, irrumpieron mis pensamientos turísticos. Entró Milo.

-Siento molestarte. Era para comunicarte que he adelantado la salida para mañana, espero no estropearte ningún plan, pero me ha surgido en un imprevisto.

Y sin esperar una respuesta, se marchó.

Sin darme cuenta, llegamos a Trento. Mi aventura se truncaba.
Sin venir a cuento, la actitud de Milo cambió radicalmente. Pasó de ser un hombre cauto y silencioso, a ser un hablador empedernido. Tantas palabras salían de su deseable boca, que me provocó dolor de cabeza.
Reservó dos habitaciones, suites, en el hotel Aquila D'Oro. Espectacular.
Mientras me daba la llave de la habitación, nuestras miradas se cruzaron inesperadamente, me agarró la mano, y sentí como todo mi cuerpo se paralizó, como si Medusa me hubiese convertido en piedra.
Susurrando, me dijo:

-No hagas planes, hoy cenas conmigo

Y repetidamente, se marchó sin esperar respuesta. Me cabreé. ¿Quién se pensaba ese hombre que era yo? Quizá confundía los términos chófer y scort. ¿Y si me hubiese negado? Mi función era llevarle donde pidiese, no hacer todo lo que desease. "Típico rico que se piensa que todos los demás estamos para satisfacer sus deseos, pues conmigo se equivoca, ahora mismo voy a ir a su habitación, para que reciba la negativa más grande que jamás le darán en su vida"  Esto fue lo que pensé en mi momento de rabia, evidentemente no pasó. A día de hoy, me sigo arrepintiendo de no haber dejado actuar a mi furia.

La velada no pudo ser más perfecta. El hotel disponía de un amplio restaurante, elegante, íntimo y con manjares, que dudo, volveré a probar. Milo estaba encantador, me agasajaba con piropos, se interesaba por mis gustos, sonreía perennemente. Su amabilidad, un tanto sospechosa, creaba un ambiente acogedor entre los dos, incluso llegué a pensar que la cosa podría ir a más, quizá era el hombre de mi vida.
Repito, ilusa.
La cena, entre risas y alguna que otra lección de italiano, llegaba a su fin. Cuando pensaba que mi noche había finalizado, Milo me propuso ir a bailar, teniendo en cuenta mi opinión ésta vez. El hotel también contaba con un amplio salón de baile, donde esa noche, tocaba una orquesta divina. Bailamos hasta que mis pies se rindieron. Tomamos un par de copas, que me soltaron la lengua, e incluso creo recordar, que llegué a intimidarlo, con todas las veces que le dije lo guapo que estaba, y que probablemente, era el hombre de mi vida.
Bueno, todos sabemos a lo que nos puede llevar el alcohol, no creo que sea la única que mete la pata.
Las dos de la madrugada marcaba el reloj de mi muñeca, cuando Milo, me acompañó a la habitación. Tuve la intención de invitarlo a pasar, pero Milo, adelantándose a mis palabras, colocó su dedo índice en mis labios, sin dejar de mirarme a los ojos, deslizó su mano por mi cintura, aproximando su cuerpo junto al mío, y me besó.
Entramos en su habitación, temblaba como una gelatina, y las consumiciones alcohólicas ingeridas, no apostaban a mi favor. Todo estaba oscuro, Milo no me soltaba la mano. La inocencia afloró en mi interior como si volviese a tener 15 años. Me sentía tan tímida y vulnerable. Incontables fantasías habían ocupado mis pensares durante todo el viaje, y ahora, que la realidad ponía las cartas sobre la mesa, temía la desembocadura de la situación. Lo más adecuado hubiese sido, que esas fantasías y deseos, hubiesen quedado solo en eso, producto de mi imaginación.
Mi inexperiencia con los hombres acentuaba mis inseguridades, y luego estaba él, tan hombre, tan italiano, tan...todo, que hacía que me sintiera...nada.
Me tumbó con suavidad sobre la cama, y sin dejar de besarme, palabras italianas penetraban mis oídos. El éxtasis se apoderaba de mi cuerpo, desprendiendo lujuria por cada poro de mi piel.
Y de repente, un sonido desconocido para mi, nos sobresaltó.
Se encendió la luz, y cuatro hombres más nos acompañaban. La angustia se instaló en mi garganta, impidiéndome respirar con regularidad. Todos armados, rodeando la cama. Cuatro hombres enchaquetados, con sombreros y zapatos de charol. Inmóviles, como si de una fotografía se tratase, nos observábamos los unos a los otros. Quise gritar para pedir ayuda, pero Milo me tapó la boca. Por un momento pensé que él estaba compinchado con ellos, que todo era una trampa para secuestrarme o algo parecido. Una estupidez que el miedo incrustó en mi sién, pues yo no era nadie, una simple chófer. Estaban por algo mucho más gordo e importante.
Uno cogió a Milo por el cuello, otro me levantó de la cama sin esfuerzo, me puso de rodillas y apoyó la pistola contra mi cabeza.
La situación se me escapaba de la realidad, me daba la impresión de que despertaría en cualquier momento de ésa terrorífica pesadilla. Desgraciadamente, no desperté.
La conversación, en italiano, parecía ajetreada, alguna que otra palabra se afinaba a mi entendimiento, descifrando que pertenecían a la mafia italiana, y exigían algo a Milo. Éste, sin abrir la boca, desafiaba con su mirada a los agresores, que no tardaron en propiciarle una paliza. Asustada,  deseaba con todas mis fuerzas que me dejaran marchar, pero mi presencia era tan insignificante, que ni siquiera advirtieron mis escandalosas lágrimas.
Minutos interminables, hasta que, a empujones, me sacaron del cuarto. Fuera, el mafioso que se ocupaba de mi, me llevó hasta la puerta de mi habitación, lo que me hizo pensar, que llevaban siguiendo nuestra pista desde varios días atrás, bueno, el rastro de Milo.
Me hizo abrirla y entrar, el mafioso me pisaba los talones. Me indicó que me sentara en la cama, temía lo peor, me mataría o violaría. La saliva se volvía espesa en mi boca, y un sabor amargo controlaba mi paladar. De repente un disparo, y todo quedó en silencio. Milo no sería el hombre de mi vida.

-Ahora, cogerás tus cosas y regresarás a España. No contarás nada de lo vivido en esta semana ¿Me oyes? Si se te ocurre hablar con alguien, mencionar este viaje o simplemente traerlo a tus recuerdos, iré a por ti, te rajaré el cuello, y luego, se lo rajaré a Luisa, tu madre ¿Entendiste?

Asentí exageradamente, no podía pronunciar palabra, no salían, se habían extinguido de mis cuerdas vocales.
Se marchó, se marcharon todos, el cuerpo de Milo con ellos.
Esa misma noche, emprendí el camino de regreso.
Cerré la empresa, vendí el coche y me mudé de ciudad. Nada bastó para olvidarme de Milo. Durante años actué como si aquello no hubiese ocurrido, pero las pesadillas avasallaban a mi subconsciente y la ansiedad, decidió vivir en mi pecho.
Hoy, siendo una anciana, he vuelto al lugar dónde me enamoré de Milo, aquella venta, cuyo banco trasero, trasladaba al cuadro de Monet. Milo esta impregnado en los colores tierra de las montañas, y en el cielo, a través de las nubes, se extiende su eterno aroma.
Mi cabello dejó de bailar al compás de los pajarillos, y se contonea con el silencio de Milo.