Libertad de expresión

Datos personales

Mi foto
Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON
Mostrando entradas con la etiqueta blog. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta blog. Mostrar todas las entradas

15.5.25

RELATO: Y resucitó al tercer día


Andrés siempre había sido un hombre solitario, conocía a mucha gente, pero apreciaba su soledad e independencia, la única relación que consentía que lo perturbarse diariamente, era la que tenía con su gato. Terco, que así se llamaba el gato, apareció una mañana en el jardín de su modesta casa. Al principio no se acercaba a él, por eso que dicen de la desconfianza de los gatos, pero no le intimidaba su presencia, lo dejaba observarlo mientras escalaba los árboles, corría tras los pájaros, buscaba en la hierba...siempre con una distancia prudente que marcaba el animal.

Andrés, que nunca había tenido animales, se sentía incómodo con la presencia del gato, negro y con ojos verdes, se sentaba en una esquina del jardín y lo observaba en el interior de su casa durante horas. No maullaba, no se acercaba, simplemente lo observaba. Con el paso de los días, el gato iba y venía, y Andrés comenzó a tolerar su presencia como algo necesario. Le gustaba sentarse en el sofá y desde la ventana que dirigía al jardín, buscaba al gato para tranquilizar sus sentidos. Si el gato estaba en su sitio habitual observando, Andrés respiraba tranquilo.

Con el tiempo se selló la confianza entre ambos, Andrés empezó a racionarle comida. Al principio tonterías, que si las sobras de pescado, que si la carne que no se había comido al medio día...El gato, asumiendo su papel de invitado, para agradecerle tal gesto, comenzó a dejarse acariciar. Primero restregaba su cuerpecito por las piernas de Andrés, luego ronroneaba en modo de gratitud, y finalmente se subía a sus rodillas y dormía plácidamente toda la tarde. La relación estaba consolidada, así que Andrés decidió llamarlo Terco. Cuando le preguntaban, sus vecinos, si se había comprado un gato, siempre contestaba que más bien el gato lo había comprado a él, ya que fue Terco quien apareció en su vida sin él haberlo buscado.

Andrés entraba y salía de casa como cualquier persona, al igual que Terco entraba y salía sin restricción alguna. Tenían la típica relación dueño-gato, Andrés le proporcionaba cobijo y comida, y Terco aportaba amor y cariño. Les gustaba estar juntos.

Andrés vivía en una casita con jardín que colindaba a cada lado con otras dos casitas, parecido a unifamiliares pero versión chalet. Aunque desde fuera pareciese que las casas no tenían relación entre ellas y que se mantenían con la intimidad sonora que todo aquel desea con respecto a sus vecinos, Andrés no podía fardar de ello. Las paredes eran tan finas que un simple estornudo podía hacer retumbar la casa de sus vecinos. Los años de convivencia vecinal habían creado una intimidad extraña en la que todos escuchaban pero nadie comentaba nada.

Sus vecinos de la izquierda, dos personas mayores que acababan de jubilarse, tenían un loro. No un loro cualquiera, de esos verdes y nerviosos que estamos acostumbrados a ver, no, el loro de sus vecinos era magistral. Era un loro tremendamente grande, exótico, con un plumaje tan lleno de colores que el mismísimo arcoíris se quedaba en bragas a su lado. Desprendía elegancia por cada una de sus plumas, un loro que en otros tiempos, hubiese pertenecido a un rey. Llevaba años con la pareja de jubilados, que lo amaban más que a un hijo, o al menos eso decían. Rico, que así se llamaba el loro, salía a tomar el sol todos los días, y en ocasiones le abrían la jaula para que pudiera moverse con total libertad tanto por el jardín como por la casa. Lo trataban con tantos mimos y cuidados, que incluso, le limpiaban el pico tras comer alpiste.

Andrés lo había visto en varias ocasiones, y la verdad que la exageración de sus vecinos quedaba corta para describir a Rico. Andrés se quedaba embobado cada vez que veía a Rico volar de un lado a otro con ese porte tan señorial. Era digno de admirar. 

Cuando apareció Terco en su vida, Andrés tuvo que advertir a sus vecinos de su existencia para que tuviesen cuidado con Rico, ya que Terco no obedecía las órdenes de nadie. Andrés había observado, que como todos los gatos, tenía cierta predilección por Rico y quiso advertir a sus vecinos para evitar una tragedia. Se creó una pequeña disputa, ya que sus vecinos no veían justo que tuviesen que estar en alerta continúa por la seguridad de su loro, cuando nunca antes había ocurrido nada, sin embargo, Andrés insistía en que él no podía controlar el instinto de Terco, y como todo gato, miraba a Rico con ansias de cazarlo. Al final decidieron poner una valla más alta para así evitar que Terco entrase en el jardín de sus vecinos y que Rico pudiese seguir con su rutina de loro consentido.

Un día llamaron a la puerta de Andrés, era su vecino el jubilado.

-Buenos días vecino

-Buenos días

-Vengo a informarte que mi señora y yo nos vamos de viaje durante unos días, la casa la dejamos al cuidado de un amigo que vendrá una hora para regar las plantas y verificar que todo sigue en orden. Solo quería avisarte por si escuchabas ruidos inusuales o veías a este amigo entrando en casa.

-Esta bien, no hay problema. Gracias por avisar. ¡Que tengáis un buen viaje!

-¡Gracias vecino! Nos vemos a la vuelta.

Terco parecía haberse tomado también unas vacaciones ya que llevaba unos días sin aparecer por casa, pero Andrés, consciente de que era un gato, no le quiso dar importancia y mantuvo la paciencia necesaria hasta que Terco decidiese volver. Lo echaba en falta y temía que le hubiese ocurrido algo, sin embargo, sabía que el gato era inteligente y sabría cuidar muy bien de sí mismo, siempre había entendido su independencia y libertad, porque Andrés se sentía igual. En algunos momentos llegó a pensar que quizá no regresaría, quizá había encontrado otra familia, otro lugar dónde estuviese más a gusto, Terco era libre de elegir dónde quería vivir, al fin y al cabo, Andrés solo había sido un humano más en su vida, quizá se había acabado su etapa con él.

Al tercer día desde que sus vecinos se habían marchado de vacaciones, Andrés se encontró con el amigo de éstos justo cuando salía de su casa y por amabilidad se paró para entablar una conversación.

-Buenas, soy Andrés, uno de los vecinos. ¿Qué tal todo?

-Hola, soy Joaquín, encantado. Bien, ya me marchaba, he regado las plantas y ventilado la casa, no tengo más que hacer aquí.

-¿Quiere tomar un café?

-No, muchas gracias, me espera mi mujer. Quizá en otra ocasión.

-Muy bien. Hasta otra entonces.

-Hasta otra. 

Andrés entró en casa decepcionado, no le apetecía estar solo, la compañía de Terco durante tanto tiempo lo había inducido a tener la necesidad de estar con alguien, y el mero hecho de tomar un café aunque fuese con el amigo de sus vecinos, le reconfortaba. No pudo ser.

Mientras miraba la televisión sentado en el sofá, le pareció escuchar un ruido en el jardín, rápidamente buscó a Terco. Deseaba tanto verlo que cualquier sombra se le parecía. Había oscurecido y el gato era negro, Andrés encendió la luz. Comenzó a llamarlo de esa forma exclusiva y única que Terco reconocía al instante, pero el gato no respondía. Tiene que ser él, pensó Andrés, ese ruido es típico de Terco cada vez que se mete en mi jardín, no puede ser otro gato. Entró de nuevo en la casa para coger alguna chuchería y ofrecérsela al gato, eso lo haría salir de su escondite sin ninguna duda. Mientras lo llamaba con la chuchería en la mano y miraba hacia todas las direcciones del jardín, buscando por los rincones más oscuros, suplicaba mentalmente encontrarlo. Lo echaba mucho de menos y se había dado cuenta que ya no era capaz de vivir sin él. Pero no había ni rastro de Terco.

Abatido, se dio por vencido y cabizbajo entró de nuevo a la casa. Minutos después un maullido agudo lo sobresaltó. Terco había vuelto.

Corrió hacia el jardín con tanto ímpetu que casi rompe la ventana que lo separaba de su mascota, pero eran tan fuertes las ganas de volver a abrazarlo que ni si quiera se percató del golpe. Terco estaba en casa al fin. Al salir al jardín y buscarlo con la mirada como si de un radar se tratase, visualizó al gato en una de las esquinas, agazapado, sucio y de espaldas. Su primer pensamiento fue que Terco había sufrido un accidente y no se encontraba bien, lo que hizo que se preocupara y corriese hacia él. Cuanto más se acercaba, más intuía que algo no iba bien, Terco parecía esconder algo. Una vez lo tuvo bajo sus pies, antes de acercarse a traición, comenzó a hablarle con la dulzura conveniente, sabía perfectamente que para dirigirse a un gato jamás lo podía hacer por la espalda y con agresividad, asustaría al gato que saldría huyendo, o, por el contrario y conociendo a Terco, le atacaría sin piedad. Pronunciaba su nombre con ternura y lo obsequiaba con pequeños diminutivos que solo ambos conocían, hasta que el ronroneo de Terco le dio la señal necesaria para poder acariciarlo. 

Pero Andrés no encontró lo que esperaba. Terco, a pesar de la suciedad, estaba bien, no presentaba signos de herida y su estado físico seguía en plena forma, sin embargo, bajo su garras de felino Andrés pudo visualizar unos colores llamativos que lo pusieron en alerta. Terco había estado de caza.

Cuando por fin pudo abrazarlo, fundamental y necesario para Andrés, comprobó que, evidentemente, Terco había cazado. El cadáver yacía en los pies de Andrés. Se agachó, dejó a Terco en el suelo, y con mucho cuidado, movió la presa con los pies para evitar coger alguna infección, aun no sabía de que animal se trataba y no quería correr ningún riesgo. Cuál fue su sorpresa al voltear al ser inerte, que se trataba de un loro, concretamente, el loro de sus vecinos.

Rico yacía inmóvil en el jardín de Andrés. Estaba sucio de barro y tierra, casi desmembrado, con una cuarta parte de su plumaje. Andrés se echó las manos a la cabeza. Miró a Terco, que se limpiaba el lomo como si nada hubiese pasado, y cuando Andrés dijo en voz alta Qué has hecho, Terco se limitó a maullar de la forma más inofensiva que puede hacerlo un gatito dulce y bueno. Andrés sabía que se había metido en un buen lío y mientras intentaba no perder la calma, le preparó a Terco un platito con su pienso y un bol con agua fresca. Entraron ambos en la casa dejando a Rico en el jardín. Andrés no sabía qué hacer. Estaba claro que durante la ausencia de sus vecinos, sin saber cómo, Terco había aprovechado la falta de seguridad del loro y había conseguido entrar en la casa. Andrés no quería acusar a su gato, sus vecinos no entenderían la reacción del minino y le exigirían que se deshiciese de él, cosa que Andrés se negaría rotundamente. Tantos días sin verlo le habían hecho entender que amaba a aquel gato, y un incidente sin malicia, porque sabía que Terco lo había hecho por puro instinto, no iban a provocar la separación de dueño y mascota. 

A las pocas horas Terco ya estaba dormitando en el sofá como si nada hubiese ocurrido, mientras que Andrés cada vez estaba más preocupado. Qué les diría a sus vecinos, qué excusa podría inventar, cómo saldrían de esta. Saturado de tanto pensar, finalmente encontró una solución. No sería la más acertada y justa, pero lograría disuadir el interrogatorio de sus vecinos a la vuelta de sus vacaciones.

Levantó a Rico del suelo, se lo llevó al baño, le quitó el barro, peinó las pocas plumas que le quedaban, y lo adecentó lo mejor que pudo. Esperó que el reloj marcarse más de media noche, ninguno de sus convecinos saldría a esas horas, así podría introducirse en la casa de sus vecinos y colocar a Rico en su jaula como si nada hubiese sucedido. Por suerte, tras saltar la valla del jardín, observó que la jaula de Rico no estaba en el interior de la casa, si no en el pórtico, en una esquina protegida por algunas plantas, en la zona más oscura del jardín. Se alegró de que sus vecinos no tuviesen alarma. Abrió la jaula con cuidado para no hacer ruido, colocó a Rico apoyado en uno de los barrotes y se aseguró de que no se cayese, luego cerró la jaula y volvió sobre sus pasos.

Una vez a salvo en su hogar, con el corazón a mil por hora, se dirigió a Terco, y medio enfadado medio comprensivo, le dijo que por el bien de los dos, no saldría de casa hasta que no volviesen sus vecinos. No sabía si Terco lo habría entendido o no, pero por la mirada que le lanzó, Andrés se dio por aludido. En su mente, antes de dormir, no hacía más que ensayar lo que les contaría a sus vecinos en el caso de que lo interrogaran, repitiendo una y otra vez el discurso, quizá para memorizarlo, quizá para creérselo. Sus vecinos llegarían en dos días.

El amigo encargado de cuidar la casa, a la mañana siguiente, no se sorprendió de nada, o al menos eso es lo que pudo observar Andrés desde la esquina de su jardín subido a la valla medio escondido. El amigo regaba las plantas, entraba y salía con naturalidad, en ningún momento miró hacia la jaula, cosa que, en principio, extrañó a Andrés. Pero en cierto modo, se alegró de que éste siguiese haciendo su labor sin inmutarse de nada.

Un tremendo grito despertó a Andrés. Sus vecinos habían vuelto. Con el corazón acelerado, se levantó de un salto, se aproximó a la parte del salón con mejor acústica y guardó silencio mientras su vecina agonizaba y lloraba sin condición. Era tal la angustia que esa mujer reflejaba en sus sollozos, que Andrés sentía una presión en el pecho que lo hacía contener las ganas de salir y contar toda la verdad. Esa mujer estaba sufriendo por culpa de su gato, y aunque él sabía que lo ocurrido no era más que cosas de gatos, igualmente sentía el dolor de aquella mujer por haber perdido a la mascota que trataba como a un hijo. ¿Y si hubiese sido él quién hubiese perdido a Terco? No quería ni pensarlo. Sentía empatía hacia los dos jubilados y deseaba con toda su alma que aquello no hubiese ocurrido, pero ya no había marcha atrás, había tomado la decisión correcta para salvarse ambos.

Su vecina lloraba, gritaba y clamaba al cielo. Sus gritos eran desgarradores, su dolor se palpaba en el ambiente, llegaba a colarse por las rendijas y golpeaban el pecho de Andrés. La situación era desoladora. La señora pedía clemencia, gritaba al cielo, maldecía al diablo, mientras su marido intentaba calmarla y repetía una vez tras otra que seguro que habría una explicación. A los pocos minutos apareció el amigo que había ido a cuidar la casa. Andrés seguía escondido escuchando atentamente. El amigo se excusaba, repetía continuamente que él no había visto nada, que durante esos días todo había estado en orden y que no entendía qué podía haber ocurrido. La cosa parecía alterarse por segundos.

Andrés no podía sostener más la situación, la culpabilidad lo aplastaba, así que decidió ir a casa de sus vecinos y si la situación lo requería, contaría la verdad. Llamó a la puerta indeciso e inmediatamente le abrió su vecino.

-Hola Andrés, ¿Qué ocurre?

-Hola. Eso mismo vengo a preguntarte ¿Qué pasa? Escucho lloros y lamentos, me he preocupado.

-Lo siento hombre si te hemos molestado, es mi mujer, que anda histérica porque hemos encontrado a Rico en su jaula al volver de las vacaciones.

-¿Cómo que habéis encontrado a Rico en su jaula? ¿Dónde tenía que estar?

-Enterrado en el jardín

Andrés no entendía. Su vecino debió de descifrar su cara de incógnita, perpleja ante aquellas palabras que no escondían ningún significado extravagante, así que el vecino siguió explicando.

-Rico murió una semana antes de irnos de vacaciones, el pobre andaba ya viejo, los años le pesaban, y una mañana encontramos al animal tieso en su jaula. Lo pasamos muy mal, ya sabes la de años que ese lorito tan precioso nos ha acompañado, y cuanto lo queríamos, era parte de la familia. Decidimos enterrarlo en nuestro jardín y luego irnos de vacaciones para poder pasar el duelo lejos de casa, mi mujer no se encontraba muy bien y no sabía si sería capaz de asumir su ausencia. Pero al regresar, hemos encontrado a Rico metido de nuevo en su jaula.

-¿Vivo?

-¡No hombre! Lo hemos encontrado muerto pero limpio, como si nunca lo hubiésemos enterrado, y no entendemos que ha podido pasar. Hemos llamado a Joaquín y él tampoco entiende nada, asegura que durante estos días la jaula estaba vacía, que incluso ayer mismo no había nada, no nos explicamos qué ha podido ocurrir.

-¡Es cosa del diablo! ¡Te digo que esto es mano del diablo! ¡Ay mi Rico! - Gritaba su esposa con la cara descompuesta y desencajada.

Andrés, atónito, no dejaba de tragar saliva. La situación era desagradable pero él no podía evitar controlar la risa nerviosa que intentaba salir de su boca. ¡Hijo puta el Terco! ¡Había desenterrado a Rico y encima me lo había traído a casa en señal de trofeo! ¡Hijo puta el Terco! ¡Pero que alivio que el animal hubiese muerto de viejo y no asesinado por un felino bromista.

Andrés, intentando controlar sus emociones, callando la verdad y recurriendo a la mayor falsedad que tendría que utilizar en su vida, consolaba a su vecina con calma, exponiéndole que seguro que todo tendría una explicación coherente. Tras varias horas soportando aquella mentira, volvió a casa.

Terco lo esperaba paciente junto a su cuenco de comida, lo miraba con sus ojos verdes, tranquilo, amable, con su ronroneo particular, le cerraba los ojos con dulzura en modo amor, ajeno a lo que ocurría en la realidad. Andrés lo acogió en sus brazos, lo achuchó, lo besó, mientras le soltaba insultos cariñosos y reía bajito. ¡Cabrón! ¡En buen lío me has metido! ¿No podías dejar a Rico enterrado? Terco maullaba tiernamente mientras se frotaba con cualquier parte de su piel. 

Durante algunas semanas fue el único tema de conversación entre los demás vecinos, el caso Rico, lo llamaban, una resurrección misteriosa y a medias, según contaban, ya que el loro había vuelto a su jaula para volver a morir. Unos dijeron que se trataba de brujería, otros que los espíritus intentaban decirnos algo, otros que los jubilados chocheaban y que ni enterraron al loro ni nada y todo era producto de su imaginación...a cada chisme más disparatado. Andrés no comentaba, intentaba por todos los medios evitar la conversación del asunto, porque cada vez que recordaba esa imagen de él mismo lavando a un loro, que ya estaba muerto y enterrado, pensando que había sido su gato el asesino, y la preocupación que se le incrustó en el cuerpo...se partía de la risa. ¡Maldito Terco! 

Sentía mucho haber provocado ese dolor innecesario en sus vecinos, estaba claro que no lo hizo a propósito, simplemente intentó salir del paso ante una situación crítica y molesta. Tuvo que decidir entre salvar a su gato o sentenciarlo, simplemente tomó la decisión que le pareció correcta. Como le faltaba información, por ejemplo que Rico ya había fallecido, sus conclusiones cuando encontró a Terco con Rico muerto entre sus garras, debido a los anteriores acontecimientos, lo indujeron a pensar que había sido su gato el que lo había cazado y no que el animal hubiese tenido una muerte natural. No se reía de la desgracia de sus vecinos, se reía del ridículo que había hecho por salvar al gato ¡Y pensar que unos meses atrás solo pensaba en sí mismo! 

Miró a Terco, el gato descifró sus pensamientos, se acariciaron, se dieron mimos, seguían juntos. Entonces Andrés le dijo

-Por ti sería capaz de esto y mucho más, bolita peluda, has llenado mi corazón de un amor del que ya no puedo prescindir. 





18.4.25

¡SE TE PASA EL ARROZ!


 ¿Quién no ha escuchado esta frase, al menos, una vez en su vida? Yo...más veces de las que me hubiese gustado...¿Y en cuántas ocasiones me la he tomado en serio? ¡NINGUNA! 

"Se te pasa el arroz" es una forma de decirle a alguien que se espabile o perderá su oportunidad, normalmente se utiliza para referirse a contraer matrimonio o tener un hijo. Más común entre mujeres o para mujeres, por el tema de la menopausia, como que si no te decides rápido a ser madre, al pasar cierta edad, no podrás tomar esa decisión porque tu cuerpo habrá dejado de estar preparado para dar vida.

Nunca quise ser madre, lo supe desde niña. ¿Ese instinto que se tiene, o dicen que se tiene, desde la niñez? Jamás lo experimenté. Llegué a pensar que nací defectuosa, con carencias...porque lo que todos decían que tarde o temprano me llegaría, nunca me llegó ¡Ni en pensamiento! 

Cuando apenas tenía cinco añitos y me reunía en el cole o en la placita con mis amiguitas, recuerdo que todas jugaban con muñecas en sus carritos, o con juguetes similares que consistían en darle de comer al bebé, pasearlo, cambiarlo de ropa...Yo nunca tuve una muñeca así, ni la pedía, ni la echaba en falta, al contrario, en los juegos con las demás niñas solía mantenerme a un lado, si alguna vez cogía al supuesto bebé era porque una de mis amigas insistía, pero recuerdo la sensación incómoda que me recorría el cuerpo al pensar que algún día ese muñeco se haría de carne y hueso y yo tendría que cuidarlo ¡Me aterrorizaba! A pesar de mi corta edad tenía claro que esa vida no era para mí.

Durante mi infancia este tema no me preocupaba, bastaba con mantenerme alejada de esos muñecos dependientes y me sentía segura. Nunca les pedí a los reyes un carrito de bebé y mucho menos un muñeco bebé, y si rebusco en mis recuerdos, me arriesgo a decir que jamás paseé un carrito, y si lo hice, por inmiscuirme en el juego y ser aceptada por las demás, me habría encantado tener una fotografía del momento exacto de mi cara al ejercer ese papel, agradable no sería la palabra para describir mi rostro jajaja. Al final acababa buscando otros juegos, otros niños y otros muñecos que liberasen mi imaginación más allá de ser madre. 

En la adolescencia, soporté en más de una ocasión el rechazo de miradas y palabras al decir a boca llena que no quería ser madre. Sí, sí, habéis leído bien, rechazo. Nací a finales de los 80, y aunque viví una época llena de libertad, cambios y procesos revolucionarios, aun estaban inculcadas las raíces auténticas y familiares de que una mujer, para sentirse realizada, debía de ser madre. El concepto de ser mujer y no ser madre como que costaba asumirlo, y si pensabas así, o eras rara, o te tachaban de inmadura. Sin embargo, mis pensamientos hacia el futuro eran otros, no tenía muy claro que sería exactamente de mi vida, lo único que sabía con certeza es que no sería madre. Las amistades que tenía por aquel entonces, a veces, cuando la reunión estaba compuesta solo por chicas, rellenaban el tiempo compartiendo unas con otras el nombre que tendrían sus hijos o qué deseaban más, un niño o una niña. Mi participación era nula, inexistente, mis labios se sellaban. Observaba a las chicas, todas con esa cara de ilusión, haciendo planes entre ellas y sus futuros hijos, una le decía a la otra que su hijo sería el novio de su hija, la otra que lo llevaría al mismo colegio para que fueran amigas desde niñas, fantaseaban con las caras de sus bebés, con las ropitas y todas esas ñoñerías que yo intentaba entender pero que no entendía. No comprendía por qué unas niñas de apenas 12 años planificaban un futuro con hijos en lugar de imaginarse con sus sueños cumplidos, que era lo que me ocurría a mí. Mis pensamientos hacia el futuro, aunque aun no sabía muy bien en qué consistía la vida y mucho menos que rumbo tomaría, se basaban en cumplir mis sueños. Yo quería ser periodista, escritora, psicóloga...me imaginaba escribiendo en un periódico, o con mi propio despacho de psicología, me veía independiente, sin ataduras, una mujer libre que toma sus propias decisiones sin tener que depender de nadie y que nadie dependiese de mí. Cuando trataba de colocarme en las mentes de mis amigas e intentar visualizarme con un hijo...me entraban sudores y taquicardia, además de náuseas y mareos; otras veces, cuando me obligaba a ver esa imagen que todas añoraban, nunca me veía a mí, siempre era otra persona sujetando a un bebé y yo mirando al fondo. ¡Me agobiaba el simple hecho de colocar los brazos en posición para intentar coger a un bebé imaginario! 

No hablaba del tema, lo evadía. En un par de ocasiones intenté expresarme pero las miradas...me frenaban, y optaba por no compartir mis pensamientos. ¿Prefería callar para no sentirme una marginada? Sí, con esa edad, si no encajas o no haces por encajar...puedes llegar a pasar una adolescencia más chunga de lo que ya es de por sí. Simplemente me dedicaba a seguir el rollo y ya, aunque en mi interior tenía claro que no sería madre. No me importaba lo que opinasen de mí, sin embargo no me atrevía a decir la verdad por miedo a que me juzgasen, que lo harían sin duda, porque como he dicho antes, el decir que no quería ser madre era como decir que no quería seguir viviendo. ¡Qué exagerada! ¿Seguro? No tan exagerada...que a esa edad se suele ser muy cruel con los que no van a la moda, o piensan diferente, y no tardaban en señalarte, tacharte y darte la patada. Si piensas diferente, vete, no estamos dispuestas a comprender algo que no tiene sentido. ¡No tenía sentido para ellas! ¡Igual que para mí no tenía sentido ser madre!

Pasando los 20 empiezas a relacionarte con otro tipo de personas, conoces gente nueva, vives experiencias diferentes, y la mente va tomando forma compacta respecto a lo que realmente quieres hacer con tu vida. La primera vez que encontré a una chica que pensaba como yo casi lloro de la emoción al saber que no era la única mujer en el mundo que no quería ser madre. Recuerdo que nos conocimos por casualidad en el mismo grupo de amigos, sería una amiga de una amiga de una amiga...La muchacha marcaba la diferencia entre todas las chicas que estábamos allí, sin hablar con ella sabías que no era como las demás, y no sé por qué, se acercó a mí. Quizá ella observó en mí la misma peculiaridad. No recuerdo con exactitud el tema de conversación, pero si el momento en el que me soltó que ella tenía claro que no sería madre, incluso me recalcó, que si por algún descuido o fallo se quedaba  embarazada, abortaría sin pensárselo dos veces. Me contaba, con naturalidad, que la mujer de hoy en día había cambiado mucho su forma de pensar, que antes desde pequeñas te inculcaban las cosas del hogar y criar a los hijos, pero que ya eso estaba muy anticuado, y que ahora era absolutamente normal que una mujer se sintiese realizada con otras acciones. Yo la escuchaba con atención, porque cada uno de sus pensamientos eran idénticos a los míos, solo que ella no tenía ningún reparo en exponerlos y yo los guardaba como un secreto temido. No, no le dije que pensaba como ella, ni que tampoco quería ser madre, supongo que el miedo al rechazo seguía traumándome en silencio y aun no era lo suficiente madura como para afrontar mis miedos. Le sonría y asentía con la cabeza, guardando la verdad solo para mí.

Cuanto más me acercaba a los 30 más complicado se ponía el asunto. Una parte de mi generación empezaba a tener hijos...y yo seguía en mis trece. Me alegraba mucho por ellos, pero cuando intentaban interrogarme para saber mis planteamientos...me escabullía y eludía el tema ¡Qué pesadez! ¿Aun no entendían que carecía de esa cosita que tienen las mujeres que quieren ser madres? ¡Qué yo no tengo eso joder! Al principio, por prudencia, seguía con mis labios sellados, pero luego, cuando la vergüenza se despojó de mí y mi boca despotricaba a los cuatro vientos lo que me daba la gana, repetía las veces que hicieran falta, alto y claro, YO NO QUIERO SER MADRE ¡Y era como abrir la caja de pandora! ¡Madre mía lo cortita que puede llegar a ser la gente cuando no quiere entender algo! Les explicaba que yo no había nacido con ese sentimiento, que ni tic-tac, ni arroz, ni ostia...que no me veía siendo madre, que no quería, y que no me arrepentiría. ¡Y DALE LA BURRA AL TRIGO! Entonces la gente respondía, como si todos tuviesen el mismo guión, que eso era ahora...que seguro que no me había llegado el momento, que en cuanto los que estaban más cerca mía comenzaran a ser padres yo cambiaría de opinión...que eso era algo que teníamos todas las mujeres (la frase más patética que he escuchado en mi vida) que seguro que yo estaba confundida por la moda de la mujer independiente...que no había encontrado a la persona adecuada para formar una familia ¿Perdona? ¡DÓNDE COÑO VIENE ESCRITO QUE TENGO QUE FORMAR UNA FAMILIA POR COJONES PARA SER FELIZ! ¡Qué me lo digan porque lo mismo me lo he saltado y estoy viviendo a mi manera! 

Pensando que ya lo peor había pasado y que con el paso de los años la gente veía que yo seguía sin tener hijos, me dejarían un poquito en paz. ¡JA! 

Entonces mi hermana me hace el mejor regalo, nace mi sobrino. ¡Loca de amor! ¡Voy a ser tata! Durante el embarazo lo vivo todo con ella, y cuando nace el bebé, lo colocan en mis brazos y puedo observarlo tan de cerca...siento por primera vez lo que es el amor verdadero. ¡Ser tata es lo mejor que me ha pasado en la vida! ¿Amor? ¡Es mucho más que amor! ¡Ese sentimiento no puede tener palabra porque es inexplicable! Total...que soy tata.

Ya veía venir a la peña...frasecitas que aún hoy sigo escuchando..."Ahora a ver cuanto tiempo tardas tú en darle un primito" "Uy ya verás como ahora sí que sí vas a querer ser madre" "Nada más que por el hecho de que tu hermana es madre, vas a querer serlo tú" "Ya no tienes excusas" "Seguro que el instinto maternal te nace ahora con tu sobrino, porque eso siempre pasa" E infinidad de estupideces...¿Estas frases se aprenden en un cursillo o algo? ¿Si no le dices estas frases a alguien que acaba de ser tía y que no es madre te echan del planeta? ¡Que pesadilla! ¡QUE NO COÑO, QUE NOOOOOOO! QUE NO QUIERO SER MADRE ¡CÓMO LO DIGO YAAAAAAA! 

Ni instinto maternal, ni porque mi hermana sea madre, ni que el arroz se me pase, ni mierdas de esas, yo no nací con ese instinto, ni se me remueve nada ni cambio de idea por la sencilla razón de que tengo claro que no quiero ser madre, al igual que la persona que quiera serlo, lo tiene claro desde un principio, o toma la decisión en su momento. ¡YO NO! Pero espera que ahora viene la otra pregunta...¿Ah no, y eso por qué? 

AAAAAAAAHHHHHHHHHHH 

¡DESESPERANTE!

Para que me dejaran un poquito en paz, empecé a decir que no me gustaban los niños, que me ponían de los nervios, pero eso duró poco en cuanto vieron mi actitud con mi sobrino, porque todo hay que decirlo, se me cae la baba...Lo que la gente no entiende, o no quiere entender, es que una cosa es ser madre, y otra muy distinta es ser tía. Si no veis la diferencia, quizá el problema lo tenéis vosotros y no yo. Ser madre es una gran responsabilidad, no solo durante el embarazo, cuando nace el bebé radicalmente te cambia la vida, porque una criaturita pequeñita e inocente, depende absolutamente de ti. No solo debes alimentarlo y cuidarlo, a partir de ahí, durante toda tu vida, esa personita será tu responsabilidad. Y, hablemos en plata, nadie sabe lo que es ser padres hasta que no lo eres, habrá momentos en que tengas claro qué hacer, y otros en los que pienses "tierra trágame" o "¿Qué debo hacer ahora?" Si le preguntas a cualquiera que tenga un hijo, lo primero que te dirá es que es lo más maravilloso que le ha ocurrido en la vida, y no lo pongo en duda, de hecho les doy la razón, tiene que ser algo maravilloso y reconfortante. Sin embargo, pienso que la decisión de traer un hijo al mundo debería de ser una decisión mucho más meditada de lo que está siendo realmente. No todo el mundo sirve para ser padre, ni todo el mundo debería de tener ese derecho, porque no se trata solo de alimentarlo y cuidarlo, no, ese bebé irá creciendo, y tú serás el encargado de darle una buena educación, unos buenos valores, instruirle a la hora de ser buena persona, intentar que no cometa errores, que no se descarrile, que entienda el mundo en el que nos ha tocado vivir...muchas cosas que veo que la gente no tiene en cuenta o que no le da la importancia que realmente tiene. No me voy a meter en la educación que cada cual le da a sus hijos, porque ya lo que me faltaba... eso es otra jajaja si no tienes hijos, no puedes opinar...jajajajaja claro, claro...voy a opinar de lo que vosotros queráis. Mi opinión es igual que la de cualquier otro, tenga o no tenga hijos, quizá sí a nivel emocional y sentimental, pero tengo todo el derecho del mundo en decir VAYA MIERDA DE EDUCACIÓN LE ESTÁS DANDO A TU HIJO, porque ese niño o niña, el día de mañana, será mi médico, o mi abogado, o el que me pase la compra por la caja del supermercado, el caso es que se convertirá en adulto, y depende de la clase de persona que sea, habrá sido tu responsabilidad, no la mía. Pero mi opinión la voy a seguir dando, al igual que yo tengo que seguir escuchando que se me va a pasar el arroz...¡Ay mira que pongo a hervir fideos y se acabó! 

Ahora no me da miedo decir que no soy madre ni lo voy a ser, y es la gente la que huye de mí porque hasta que no me explayo y explico el por qué...no me quedo tranquila. ¡Os jodéis y me escucháis! A ver si así os entra en la cabeza que no todos somos iguales y que hay que respetar las decisiones de los demás aunque no estemos de acuerdo. Bueno...pues me siguen diciendo que me voy a arrepentir...¡Si me arrepiento es mi problema! ¡Céntrate en los tuyos! Pero que no, que no me voy a arrepentir, todo lo contrario, cada vez tengo más claro que he tomado la decisión correcta. Y no es porque considere que sería una mala madre o algo parecido, para nada, porque quien me ha visto con mi sobrino sabe que daría mi vida por él. Es porque para ser madre tienes que desearlo y como habéis podido leer ya desde hace rato...jamás lo deseé, ni lo planteé, ni lo pensé.

En cuanto a una de las frases que también me han dicho varias veces, esa de que en cuanto me llegue la pareja perfecta me hará cambiar de idea...esta es la frase que más odio. No soy de la clase de personas que cambian su opinión dependiendo de quién se rodee, tengo mis propios principios e ideales, y una cosa es que puedan hacerme cambiar de opinión sobre algunos temas, si los argumentan bien, y otra, que sean capaces de cambiar mis valores al completo, y lo más importante, mi futuro. Por suerte o por desgracia, he tenido varias parejas en mi vida, y a cada una de ellas, al empezar la relación, les he advertido que si buscan formar una familia...no soy la mujer adecuada para ellos, y que no piensen que en un futuro me convencerán o que podré cambiar de opinión...no, lo siento pero eso es inamovible en mi cabeza y en mi corazón. A pesar de haberme llamado insensible, alguna vez, la mayoría parece que lo entendió a la primera, porque jamás se volvió a sacar el tema, ni yo di lugar a que se pensara en un cambio...me gusta dejar las cosas claras desde un principio, porque no me gusta que nadie pierda el tiempo, y a la que menos le gusta perder el tiempo...es a mí.

Ya va siendo hora de exponer mis argumentos jejeje ¡Qué os pensabais! Esto no ha hecho más que empezar...¡Hombre! Años tras años soportando y escuchando en silencio... ahora que tengo oportunidad de decir todo cuanto quiero, porque para eso es mi blog, no me voy a callar o hacer el post más breve...no, no, pienso escribir todo lo que tengo guardado.  Agarrarse porque vienen curvas, y entre curva y curva voy tirando el arroz que se me pasó jajajaja

¿Cuál es la verdadera razón del por qué no quiero traer un hijo al mundo? La respuesta simple sería: Porque no me agrada el mundo en el que vivimos. Con esto bastaría. Simplifico. No obstante es un tema que me encanta argumentar, y si es en una conversación, aun más.

Los años van pasando y cada vez veo más claro que estamos destrozando nuestro entorno, no solo referente a la naturaleza, la moral y ética del ser humano se quedan obsoletas, los valores enterrados y la racionalidad extinguida. La raza humana es la peor raza que puede soportar la tierra, ¿Quiénes, si no, nosotros los humanos, destruirían sin motivo alguno el único lugar que tenemos para vivir? Si observáis, solo un poquito, lo que estamos haciendo con el planeta...lo que pasa es que no queréis ver la realidad, y pensáis que el ser humano es el mayor dominante de la tierra, que la tierra le pertenece, y no es para nada de ese modo. Todo lo contrario. Nosotros pertenecemos a la tierra. Es ella quien nos ha permitido vivir, quien nos dio la vida. Todas las razas que existen en el planeta saben convivir con las especies restantes. Matan por hambre, destrozan por supervivencia y se adaptan sin plantear ningún cambio que no sientan en el instinto. ¿Y el ser humano? El ser humano mata por placer, destroza a su paso sin consideración y no se adapta a nada, al revés, obliga a su entorno a que se adapte a nosotros. ¡Somos una especie egoísta! Aun así, nos seguimos creyendo que somos los amos del mundo y que el planeta será eterno, o al menos, aguantará hasta que nosotros decidamos. ¡Nos daremos con toda la boca en el suelo! Evidentemente no me apetece traer un hijo a este mundo, me avergüenza mi propia especie. Ya sufro demasiado intentando calmar mis pensamientos e intentando que mi mente acepte que esto es lo que hay, un planeta magnífico que nos aporta todo lo necesario para vivir y poder ser felices, y que nosotros, como humanos inconformistas, destrozamos sin ton ni son porque creemos que el poder y el dinero supera a todo lo demás, y eso, nos hace invencibles.

Por suerte tuve una infancia muy bonita, llena de alegrías, juegos y aprendizajes que ojalá pudiese regalar a cada niño del planeta. Entonces no lo sabía, pero la infancia es la mejor etapa de la vida. No existen las preocupaciones, todo es un juego, comes, bebes sin preocuparte de cómo ganar el pan, vives y disfrutas cada momento con una inocencia que desaparecerá, cuando menos te lo esperes, se desintegrará guardando en tus recuerdos la simplicidad de vivir. No eres consciente de la realidad en tu entorno, si hay problemas (pequeños y normales) en tu familia, los pasas por alto porque nadie te los explica, tampoco te interesan. Si ocurre algo en el colegio basta con llamar a mamá y ella lo solucionará sin que tengas que pensar en ello. Si las guerras siguen en países que aun desconoces, ni si quiera sabes qué es una guerra, puedes ver las noticias y algunas quedarán marcadas en tu retina, pero las imágenes quedarán sustituidas por una tarde en el parque, por una risa de un amigo, por un helado de fresa en un banco después de subir de la playa. Y la vida es maravillosa, aunque tú no lo tengas en cuenta, o no te hayas dado cuenta. Pero claro...también tengo que decir que mi infancia estuvo exenta de tecnología, sinceramente, no sé cómo vivirán los niños de hoy sus infancias, supongo que tendré que esperar a que mi sobrino obtenga su capacidad de deducción sobre la vida, y será él quién me explique los recuerdos guardados y cómo ve el mundo desde sus ojos. 

Total, que gracias a la infancia que tuve, quizá por eso piense ahora que el ser humano es la peor raza que pueda existir para vivir en la tierra. Entre nosotros nos matamos, por diversión, por venganza, nos puede la envidia e intentamos que sufran otros con tal de no sufrir nosotros. Nos importa una mierda lo que le ocurra al de al lado con tal de que a nosotros no nos roce el problema. Huimos de la verdad, nunca hemos sido capaces de afrontarla como tal, ni lo haremos, nos basta con crear una mentira placentera y seguir viviendo en la ignorancia. En la ignorancia se vive de puta madre. Trabajamos y trabajamos para olvidar vivir, el dinero lo abarca todo, y cuanto más dinero, más importante eres, más importante te sientes, más poderoso, porque el dinero es lo que mueve el mundo. Todo se puede comprar con dinero. ¡OJO! Todo se puede comprar con dinero...todo lo que la gente cree que es importante para vivir y sentirte superior, porque evidentemente, desde mi punto de vista, el dinero es otra puta mierda que lo corrompe todo a su paso, y si hay algo bonito, lo destruye, hasta el corazón de las personas, eso lo que más. El dinero envenena el corazón y la bondad de las personas, al menos de las que aun lo conservan, porque cada vez veo menos...

Entre nosotros nos hacemos daño emocionalmente. Si vemos que alguien lo esta pasando mal, no nos acercamos para ayudar, realmente nos acercamos para ver que esa persona está peor que nosotros y así podemos seguir adelante, que es lo más sencillo. Ay sí pobrecito, hay que ver el problemón que tiene, palmadita en la espalda, lloro un poco para que veas mi sufrimiento, pero ahí te quedas, que yo me voy a mi casa que también tengo lo mío, ¡Y mañana no me llames que no tengo tiempo! ¡Pero oye, que puedes contar conmigo para lo que necesites! Típico del ser humano...

Humillamos, señalamos, etiquetamos y juzgamos continuamente, a nuestra familia, a nuestros amigos, parejas, compañeros de trabajo...pero no lo reconocemos, porque pensamos que es lo normal, porque todo el mundo lo hace ¡Es que la vida sigue! ¡Es que voy a mirar antes por lo míos! ¡Es que no tengo la culpa de sus problemas! Es que...es que...es que...excusas...EXCUSAS que nos implantamos a nosotros mismos para no afrontar la verdad y poder seguir viviendo nuestras vidas de mierda, pero tranquilos, Y, sabiendo que fulanito está peor ¡Menos mal que menganito lo esta pasando peor que yo! 

¿Se va entendiendo por que no quiero ser madre? 

¿Hacerle esa putada a una personita que no ha elegido venir a este mundo? ¿Quiero que otro ser humano viva lo que estoy viviendo yo? ¿Y sentirme feliz por ello? ¡NO PUEDO! Me sentiría impotente. ¿Qué legado le estoy dejando a mis hijos? ¿Un planeta que se cae a pedazos? ¿Una raza que prefiere exterminarse a si misma antes que ver al prójimo feliz? ¡NO PUEDO! 

Y me da pena, mucha pena, porque si de verdad fuésemos la especie inteligente, sabríamos apreciar lo que tenemos, haríamos lo posible por mantener este privilegio, pero no...mejor nos dejamos llevar por nuestra condición humana, que por lo visto, es irremediable.

Parezco una amargada de la vida jajajaja que está en contra de la procreación jajaja pero para nada es así. De hecho, suelo manifestar alegría cuando alguien de mi entorno me dice que está embarazada. Primero porque si esa persona está feliz de ser mamá, yo estoy feliz de que sea feliz. Segundo porque mi opinión se basa en unos valores personales que no pretenden imponer nada a nadie. Creo que cada cual tiene derecho a elegir, sean las razones que sean, si quieren ser padres o no. Una cosa es que tome mi propia decisión, y otra, que intente imponer mi decisión como verdad. NO. Mi decisión es entorno a mi opinión. Y vuelvo al principio, para algunas mujeres ser madre es lo mejor que tiene la vida, y para otras, no. ACEPTACIÓN Y RESPETO. Que me encantaría que hubiese más personas que pensasen como yo...pues sí, jajajaja, la verdad, pero contra eso no puedo hacer nada, no puedo obligar a nadie, no quiero obligar a nadie mejor dicho, porque si pudiera...tampoco lo haría. La obligación debemos implantárnosla nosotros mismos, y no a lo demás.

Total, para ir terminando ya, creo que me pasé esta vez... que no quiero ser madre, que sigo pensando igual, y que seguiré pensando lo mismo por el resto de mis días. El arroz pa' las lentejas...

 

6.5.20

RELATO: El Individuo Del Traje Gris Aterciopelado

Posó la taza de café en la mesita de la cocina y se dispuso a mirar por la ventana, ocultándose tras la cortina, como todas las mañanas desde que aquel individuo apareció en su vida. Miró el reloj de su muñeca, aún no marcaba las 8. Por el rabillo del ojo detectaba el humillo del café, su estómago revoloteaba con el aroma incitándola a un nuevo trago, pero la curiosidad incrustada en sus entrañas demoraba aquel sorbo deseado. Si volvía a aparecer ya no sería casualidad, y era lo que ella tramaba averiguar. Volvió a mirar la hora. Deseaba que esta vez no apareciera, eso la evadiría de comeduras de cabeza, de preguntas sin respuestas que llevaban días sometiéndola a noches sin dormir.

Las campanadas de la iglesia comenzaron a sonar retumbando en toda la plaza, el panadero abría las puertas del local, el coche rojo del vecino salía del garaje y la fuente del parque disparaba sus primeros chorros, las ocho en punto. 
Y ahí estaba, con su traje gris aterciopelado, el periódico en el brazo izquierdo y su peculiar andar que facilitaba su reconocimiento. Ella se ocultó aún más, nerviosa, molesta e irritada, pese a su insistencia por convencerse de algo inexistente, afirmaba que no se trataba de una casualidad.
El caballero esperaba paciente en la acera de enfrente, sosegado y sin llamar la atención, buscaba la casa con la mirada. Eso le ponía los pelos de punta, incluso pensaba que la observaba, su camuflaje con las cortinas no surgía efecto para escapar de tan escrutadora mirada.
Pero lo que realmente la hacía estremecerse, era aquel momento que le suprimía el aliento, cuando el desconocido cruzaba de calle y sin perder de vista su casa, pasaba por delante de la puerta sin pestañear, amedrentando el paso, como si algún mecanismo lo hiciese ir a cámara lenta. Primero dirigía su vista a la cancela del porche, levantaba la cabeza por encima de la verja y husmeaba como si esperase encontrar algo o alguien, luego daba sombra a los ojos con el periódico y alzaba la vista hacia la planta superior, casualmente donde se encontraba ella, oculta tras los visillos estampados, sin detenerse, giraba media vuelta sobre sí mismo y repetía la jugada hacía el otro lado, finalmente desaparecía, y ella, en su imaginación más absoluta, veía como la sombra del hombre misterioso le indicaba su próxima visita al día siguiente.

Vertió el café en el fregadero, la fatiga provocada por el insomnio de la noche anterior, le había generado náuseas. Su cuerpo no cesaba al mandar señales de cansancio, y las innumerables paranoias que rondaban sus neuronas limitaban su equilibrio y precisión. Una ducha aclararía sus ideas y limpiaría la oscuridad estacionada en su cerebro.
Se vestía sin prisa, meticulosamente, intercambiando conjuntos entre el armario y su cuerpo. El timbre, un silencio. Se queda quieta, dubitativa, "Si vuelve a sonar, abriré". Espera unos segundos, el timbre mudo. Parece que ha elegido el modelo definitivo. La puerta cruje después de recibir dos fuertes golpes, se asoma a la escalera, como si pudiese ver a través de los materiales opacos. Mantiene la mirada fija, esperando nuevos golpes. "Si vuelven a golpear, abriré"
Los golpes no se repiten pero se detecta una presencia tras la puerta de la entrada. Ella baja las escaleras con cuidado, intentando no hacer ruido, si se trata de algún vendedor, bastará con no abrir.  
Colocada frente a la puerta, algo le impide terminar la acción, una especie de presentimiento. Tres golpes hacen vibrar el portón ésta vez, con más ímpetu, como si la paciencia se impacientara. Inmóvil, se agarra las manos para no sentirse sola, siente un tremendo miedo y no sabe por qué. Sigilosa, como si levitase en lugar de andar, apoya sus finos dedos sobre la puerta y coge impulso para ponerse de puntillas, destapa la mirilla. Un sonido de asombro se escapa entre sus labios, ella los calla colocando sus manos sobre ellos. Retrocede unos pasos.


Una vez más, el timbre. 
Niega con la cabeza y retrocede un paso más. "Ya se cansará" Pero el hombre del traje gris aterciopelado no se rinde, vuelve a llamar. Se asusta y huye hacia su cuarto, se encierra y como una niña pequeña, se instala debajo de la cama. Tiembla por el miedo y el frío. Cierra los ojos fuertemente, deseando que todo termine. 
Abajo, la puerta se abre, un contoneo de llaves adornan el silencio. Los pasos, limpios y fuertes, suben las escaleras. La puerta de su habitación se abre, ella solo ve unos zapatos negros sin cordones. Intenta controlar los sollozos  "Con un poco de suerte no mirará bajo la cama"

-¿No te has tomado hoy la medicación Sofía? Vamos, sal de debajo de la cama. Esta mañana no te ví en la ventana, pensé que te habías quedado dormida. Vamos hija, no tenemos toda la mañana.