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Todos los seres viven unos instantes de éxtasis que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia; y el éxtasis brota en la plenitud de la existencia pero con completo olvido de la existencia misma. "LA LLAMADA DE LA SELVA" JACK LONDON

17.6.25

RELATO: El Testamento de Rico



En una de las zonas más profundas del Amazonas, entre vegetación extraña y especies desconocidas para la mayoría de los humanos, vivía apaciblemente un loro. Un loro enorme y grandioso, con tantos colores en su plumaje que al mirarlo fijamente daba la sensación de estar en un mundo psicodélico, podías perderte entre rojos y verdes, amarillos y azules, o naranjas y violetas, el mismísimo Dalí lo observaría como su nueva paleta de colores para uno de sus cuadros.
Era tan grande y hermoso, que cada vez que se ponía en vuelo, los demás animales que habitaban por los alrededores, paraban sus quehaceres para observar su esplendor. No era el rey del Amazonas en cuanto a poder y fuerza, pero sí el más admirado por su espléndida belleza.
Se desconocía en absoluto si existían más ejemplares como él, pues los demás de su raza eran simples loros exóticos, normales al conocimiento de cualquier animal o humano. Solo él, era capaz de provocar esa admiración a cualquier ser viviente que tuviese la oportunidad de toparse con su presencia.
En las aldeas próximas a esta selva tropical se hablaba de ese loro en particular, se contaban leyendas, especulaciones, historias de gente que juraban que aquel animal era único en su especie, incluso se decía que era tan antiguo como el mismo Amazonas, y que uno no existiría sin el otro.
Una mañana de octubre, en la aldea de Ticuna, apareció un grupo de exploradores que no tardaron en acomodarse a la hospitalidad de la tribu. Habían realizado un larguísimo viaje hasta allí, lleno de aventuras y desventuras que cada uno utilizó para rellenar sus diarios, pero cuando llegó la noche, con ayuda de un brebaje extraño que el jefe de la tribu preparó en exclusiva para ellos, se les soltó la lengua.

-En realidad venimos para "algo" en concreto. No es nuestro primer viaje al Amazonas, hace unos años tuvimos el placer de conocer a vuestra tribu vecina en la aldea Bora, ellos nos guiaron por el interior de la selva y nos ayudaron a conocer los lugares más frondosos. Fue una experiencia inolvidable. Una de las noches en las que disfrutábamos como ahora, nos hablaron de la leyenda del loro amazónico, ese que dice que es único en su especie, y que al verlo da la sensación de estar mirando fijamente al paraíso.

-Sí. Gran loro. Loro espiritual.

-¡Eso eso! ¡Loro espiritual! Pues como nos quedaban pocos días de viaje, no pudimos ponernos en su busca para apreciar tan magistral animal. Pero hemos vuelto, y esta vez, nuestro viaje es exclusivamente para ver al loro.

-Loro sagrado. Blanco no bien recibido por loro. Blanco cazar loro, y loro sabe. Loro más listo que hombre blanco. 

-Vamos que no nos vais a ayudar a encontrarlo...

Los exploradores se miraron entre sí mientras el jefe de la tribu reía a sus espaldas. Unas horas después se fueron a dormir. A la mañana siguiente, se pusieron en marcha tan temprano que ni se despidieron de la tribu para no molestar. Empezaban la búsqueda del loro amazónico.
Pasaron semanas insoportables de lluvias torrenciales, calor sofocante y una humedad tan severa que les calaba hasta las entrañas, pero no desistían en la búsqueda del animal.

El loro se disponía a dar su vuelta magistral como cada día. Planeaba por encima de los árboles, se entremezclaba con ellos, volvía a subir y bajar con una elegancia que parecía buscar espectadores. Sus alas, cuando estaban extendidas mientras alzaba el vuelo, poseían tal brillantez que el mismo sol se convertía en sombra. Su silueta se reflejaba en las gotas de las hojas de los árboles tan celestialmente que no era necesario adorarlo como tal, era imprescindible. Hasta la pena más dolorosa se evaporaría con su presencia. Pero aquel día el loro intuía, con su instinto animal, que algo no marchaba igual a los demás días, y decidió cortar antes de tiempo su vuelo, volviendo a su hogar, una rama situada ni muy alta ni muy baja, perfecta para controlar todo lo que se moviese por tierra y por aire. El loro se encontraba intranquilo, el aire le olía distinto, el ambiente no parecía calmado como siempre, y de vez en cuando, unos sonidos extraños atormentaban su sueño. Observando que nada ocurría y que los demás animales seguían sus rutinas, se dejó llevar por la relajación y esa alerta que él mismo se había impuesto, desapareció.

Al despertar no sintió ese aire peculiar de su hábitat, ni la claridad con la que cada mañana las hojas de los árboles dejaban pasar para hacerle entender que era un nuevo día. El loro intentó desplegar sus alas para alzar el vuelo y observar desde las alturas qué ocurría, pero su cuerpo estaba inmóvil y apresado. Comenzó a emitir ese sonido distintivo que solo utilizan los loros, pero nadie acudía en su ayuda. El animal, asustado y sin entender que demonios pasaba, se sofocaba y alteraba por segundos, mientras una fuerza extraña y ajena a él, lo balanceaba de un lado a otro, provocando inestabilidad en su posición. Observaba cuanto podía, pero solo conseguía distinguir oscuridad y movimientos bruscos. A excepción de unos sonidos extraños jamás antes oídos.

-¿No decía el jefe de la tribu que loro era más inteligente que blanco? ¡Pues toma inteligencia! Se llaman dardos tranquilizantes y este lorito ha tenido la suerte de experimentar un viaje bastante placentero.

-¡Ya ves! ¡Puto loro! El trabajo que nos ha costado encontrarlo...casi nos morimos en el intento. Pero ahí está el cabrón, y la verdad...que impresiona

-¡Joder ya te digo si impresiona! Cuando lo he visto en la rama del árbol parecía el ave fénix, el bicho es casi tan grande como mi perro, creo que si me lo llevo a casa, perfectamente mi perro podría ser su almuerzo jajajaja.

-¿Tu perro? ¡Cualquiera de nosotros! Bueno chicos lo importante es que lo hemos conseguido, ahora volveremos con el jefe y ya se encargará él de mandarlo a sus compradores. ¡Nos vamos a hacer de oro loro!

Cuando el loro volvió a despertar, esta vez se encontró rodeado de un material totalmente desconocido para él, duro y cerrado, que le impedía alzar el vuelo y prácticamente, cualquier movimiento. Observó a su alrededor y pudo comprobar que no era el único ser vivo en la estancia. Había cocodrilos, monos, aves...todos encarcelados, todos igual que él. 
El pobre animal se sentía asustado, impotente, no entendía nada. ¿Dónde estaban sus árboles? ¿Dónde su cielo? ¿Dónde ese verde amazónico que tanto hacía resaltar el color de sus plumas? ¿Cómo había llegado ahí? Sentía dolor en el cuerpo, tenía hambre y sed, y una extraña sensación que nunca antes había vivido, querer volar y no poder. 
Un ser que ya había conocido anteriormente en ocasiones salteadas, entró en el establecimiento. El loro miraba con atención cómo ese ser iba de jaula en jaula proporcionando, a cada animal encerrado, algo que él mismo no tardaría en descubrir. Llegó su turno. El ser introdujo una mano en su cárcel y seguidamente lo pinchó, sintió un leve dolor y al poco, sus ojos se cerraron en contra de su voluntad.

Nuevamente despertó encarcelado, sin embargo, lo rodeaba otra instancia. Era un lugar iluminado con una extraña claridad que jamás había visto. El sol parecía haberse evaporado, pues desde aquel día que voló por última vez, no había tenido constancia de su presencia. Sonidos de otros animales envolvían el ambiente, y cuando el pobre animal se hubo restablecido de esa dormidera que le acechaba sin saber por qué, pudo observar, de nuevo, que no era el único encerrado. Esos seres que desconocía se paseaban libremente por el lugar, parándose en cada jaula. Había muchos de esos seres de diferentes tamaños y colores, y el loro apreciaba que cada vez que se paraban frente a él, todos emitían el mismo sonido. Un sonido que no lo asustaba pero sí lo mantenían en guardia, y sin poder evitarlo, se quejaba e intentaba extender sus alas, provocando que los seres retrocediesen con miedo en sus caras.
De pronto, dos de esos seres, tras su típico movimiento para espantarlos, no se movieron del sitio, todo lo contrario, se acercaron más, incluso intentando profanar su nuevo hábitat. Con su gigantesco pico intentó defenderse, no lograrían atraparlo aun más.

-Nos lo llevamos.

-¡Espléndida elección! Es el loro amazónico más grande que jamás verán, le suceden numerosas leyendas que no me importará contarles mientras arreglamos el papeleo, porque como comprenderán, un loro de tan tremendas dimensiones, requiere un cuidado especial, aparte de que su precio, como entenderán, se sale un poco de lo que habitualmente tenemos en la tienda.

-Sí, sí, no se preocupe por eso hombre. Mi mujer ha quedado maravillada con su presencia, y está dispuesta a pagar lo que sea necesario con tal de tenerlo en casa.

-¿Han tenido loro o alguna otra ave exótica con anterioridad?

-Pues no. Tuvimos hace unos años un perrillo que murió de viejo, y mi mujer lo pasó tan mal con su pérdida, que en esta ocasión hemos decidido comprar un ave para evitar esa relación tan estrecha que se crea con los perros ¿Sabe usted?

-Claro señor, una mascota acaba perteneciendo a la familia como una más. Este loro os hará la compañía que necesitáis, además de alegraros la vista. Necesito que me firme aquí, aquí y aquí. ¿Pagarán en efectivo o con tarjeta?

-No teníamos pensado gastar tanto en la nueva mascota, así que mejor con tarjeta, no disponemos ahora mismo de la cantidad necesaria. 

-Muy bien señor.

-Oiga pero...¿El loro es totalmente inofensivo? Quiero decir, que si lo soltamos o intentamos acercarnos a él, no nos atacará ¿No?

-Señor se trata de un loro exótico del mismo Amazonas, es un animal que no está acostumbrado a los humanos, de hecho, dudo mucho que haya visto algún ser humano en su vida, siendo sincero...le diría que al menos durante unas semanas, dejaran que se adaptase a su nuevo hogar, paciencia y mucho amor, y creo que conseguiréis crear un vínculo precioso. Ahora lo volveremos a sedar para que el trayecto no le sea fatigoso al animal, y cuando lleguen ustedes a casa, sigan las instrucciones que les pondré en esta carpetita, todo irá bien. En cualquier caso, siempre pueden ponerse en contacto con nosotros en el número que también les dejo en la carpeta, estamos disponibles las 24 horas.

-Está bien, todo sea por la felicidad de mi mujer. No podemos tener hijos ¿Sabe usted? Y la única forma de que mi esposa este feliz, es teniendo una mascota, ella dice que a mi me quiere mucho, pero el amor que te da un hijo...no se lo puedo ofrecer yo. Por lo visto un loro sí. 

-Claro señor, es comprensible. Pase la tarjeta por aquí, y si me dan unos minutos, en breve podrán marcharse.

-¿Y el loro?

-El loro se lo llevamos nosotros, cortesía de la casa, al igual que la jaula.

-¡Magnífico! 

Y otra vez un pinchazo molesto que lo hizo caer en redondo. 
Rosa y Federico volvían a casa con una enorme sonrisa. Rosa no paraba de hablar de los mimos que le daría a su nueva mascota, y de lo bonito que era, serían la envidia del vecindario, todos querrán entrar en su casa para apreciar la belleza del loro. Federico solo pensaba en la felicidad de su cónyuge, el loro le traía sin cuidado.
Llegaron a casa, y minutos más tarde, llegó el loro aun dormido en su jaula. Rosa les indicó a los muchachos de la tienda de animales donde debían colocar al loro. Había elegido un estupendo rincón en el patio, donde le daba la mayor parte del solecito y también recibiría el frescor en los días más calurosos. Los nervios por entablar relación con su nueva mascota la dominaban por completo. 
Una vez los muchachos se marcharon, Federico se retiró a sus quehaceres y ella cogió una de las sillas del patio, la situó frente a la jaula y esperó, paciente, a que el loro despertara.

-¡Hola bonito mío! No temas mi amor, ya estás en casa. Mientras dormías he pensado en tu nombre, te llamaremos Rico.

Cuando Rico despertó y vio a otro de esos seres observándolo tan de cerca y sin ningún otro ser vivo a su alrededor, sintió una paz tremenda, algo le decía que el suplicio de estar encerrado acabaría pronto.

Transcurrían los días y Rico se adaptó a su nuevo hogar. Seguía sin entender cómo había llegado allí, dónde habían ido a parar sus ramas y sus rutinas, pero como todo animal en situación de supervivencia, se adaptó lo mejor que pudo. Su nuevo hogar dejaba mucho que desear comparándolo con el anterior, pues los colores eran tristes, el clima incómodo y los olores...repugnantes, sin embargo, uno de esos seres que no había dejado de ver desde que su vida cambió, hacía lo imposible por crearle un ambiente placentero. Bastaba con que él abriese el pico y ese ser corría a su llamada, e inmediatamente le proporcionaba comida y bebida, lo mantenía calentito o fresco, y todas sus necesidades estaban cubiertas. De vez en cuando le abrían la jaula y lo dejaban volar libremente. Había pensado en huir, en volver a casa, pero su instinto le decía que su casa estaba muy lejos de donde se encontraba ahora, y temía perderse para acabar en un lugar peor. Así que desistió en la idea de huir, y se adaptó lo mejor que pudo. 

Rosa y Federico envejecían, y junto a ellos, Rico. El animal llevaba casi media vida con ellos, apenas podía ya recordar aquellos verdes variables que lo rodeaban cada vez que alzaba el vuelo, ni el intenso azul que a veces se tornaba gris para dejar paso a las lluvias torrenciales que tanto le animaban el alma. Se había vuelto caprichoso y meticuloso, le encantaba que Rosa lo besara, lo achuchara y lo atiborrase a comida que él antes nunca había comido. Ahora ya no recordaba que comía en sus tiempos pasados, tampoco le interesaba, la facilidad con la que adquiría alimentación sin riesgos desde que llegó a esa casa, no tenía precio. Rico se había humanizado.

En una de sus salidas matutinas mientras que Rosa regaba las flores de su patio, Rico observó desde las alturas que unos ojos verdes le seguían. Volaba hacia un lado y hacia otro intentado que esos ojos lo perdiesen de vista, pero resultaba imposible. Algo le decía que aquella intensa mirada no le traería tranquilidad. Acostumbrado a volar por dónde le daba la gana, quiso conocer al dueño de los ojos, y con mucho cuidado se aproximó a ellos. Justo cuando pretendía descender, unas zarpas salieron a su encuentro, atrapándolo por un ala. Comenzó a emitir sonidos de socorro con la esperanza de que Rosa pudiese oírlo, pero aquel dueño de los ojos verdes había sido más astuto y lo tenía bien agarrado.
Pensó que era su final, que todo cuanto había vivido se terminaba bajo las garras afiladas y brillantes de unos ojos verdes tan intensos como sus árboles del Amazonas. 
Rosa, que había escuchado sus gritos de auxilio, comenzó a llamarlo, hasta que se encontró con el panorama. 

-¡Maldito gato! ¡Deja a mi Rico en paz! ¡Federico! ¡Federico! ¡Otra vez ese gato estúpido del vecino! 

Federico acudió en su ayuda y entre ambos pudieron asustar al gato del vecino y hacer que Rico se librase de una muerte cruel. Apenas le había hecho daño, unos cuantos rasguños y alguna que otra pluma arrancada, nada grave. 
A partir de ese día, Rico observaba al de los ojos verdes. Siempre venía a verlo a la misma hora y se mantenía muy quieto, mirándolo, apreciando cada uno de sus movimientos. Ese ser le infundía miedo, pues sabía que quería zampárselo, pero gracias a la protección de Rosa, nunca lo lograba. El gato llegaba, ocupaba su lugar, que no era otro que la cima del muro que dividía ambas casas, se mantenía inmóvil, paciente, tranquilo, y miraba a Rico, jamás se acercaba a su jaula, solo lo miraba desde una lejanía lo suficientemente alejada para procurar la tranquilidad del loro. Aun así, Rico seguía dando sus paseos matutinos por los aires, porque si de algo estaba seguro, es de que ese ser infernal, no podía volar, mientras él estuviese por los cielos, no corría peligro.
Pero como todos sabemos, los animales con sus instintos, aprecian situaciones y adoptan comportamientos que el ser humano es incapaz de comprender, e incluso, de ver, y Rico pasó de tenerle miedo a padecer envidia. 
Rico podía observar cómo su enemigo, a pesar de estar horas acechándolo sin moverse, poseía algo que él hacía años no tenía. Libertad. Libertad de entrar y salir cuando le diese la real gana, de moverse por donde quisiese, de hacer y deshacer cuanto quería, y que ningún otro ser le imponía nada. Y Rico comenzó a sentirse triste. De pronto unos recuerdos, que tenía prácticamente olvidados, comenzaron a atormentarlo. Nosotros los humanos desconocemos si los animales son capaces de soñar, y en el caso de que lo hagan, nos es imposible saber los detalles de esos sueños. En el caso de Rico puedo contaros que sí que soñaba, estaba tan humanizado que hasta la costumbre de soñar la había adquirido. En sus sueños volaba hasta un mundo que en otros tiempos era suyo, dueño y señor de un amplio lugar donde volar y exponer su grandiosidad era su único cometido en la vida. Cuando alzaba el vuelo y bajo sus patas quedaban esas gamas de colores verdes y marrones sentía las maravillas de la vida, una vida que le arrebataron y que jamás volvería a tener. Había transcurrido tanto tiempo que el pobre animal había olvidado lo feliz que era, y aunque ahora Rosa lo trataba de maravilla, no tenía lo más preciado, lo que realmente le pertenecía, lo que verdaderamente le pertenece a cualquier ser vivo, la libertad.
Su acosador sí la tenía, y Rico solo se conformaba con poseerla en sueños.
El apetito le desapareció, y cuando le abrían la jaula se negaba a salir, se limitaba a estar en su celda, subido a su garrote mientras miraba a la nada o aquellos ojos verdes que lo hicieron comprender la realidad. Rico no quería seguir viviendo así. Rico ansiaba su antigua vida, quería entrar y salir como el dueño de los ojos verdes.

-¡Ay Federico! Creo que nuestro Rico se hace mayor. El pobre apenas come, y cuando le abro la jaula se niega a salir, quizá deberíamos llamar al veterinario...

-Es normal mujer, tiene que ser casi tan viejo como nosotros, demasiado nos ha durado el pobre. Mañana llamaremos a la tienda a ver si ellos nos pueden dar alguna solución. Si no...pues es ley de vida, todos nacemos y todos morimos. Sabíamos que éste día llegaría...

-¡Ay mi Rico! ¡Con lo que lo queremos y adoramos! ¡Pobrecito mi Rico!

-Bueno, bueno, ya está mujer. Piensa que esta mayor...

-¡Con lo bonito y espectacular que es! ¡Que pena! 

Esa misma noche, Terco, el gato del vecino, fue a hacerle una visita. Se situó frente a la jaula de Rico, ambos animales se miraron de forma apacible, Terco ya no quería hacerle daño, y Rico ya no le tenía miedo. A pesar de no hablar el mismo idioma, los animales eran capaces de entenderse con la mirada. Terco supo que Rico no deseaba seguir en este mundo. Comenzó a restregarse por la jaula en señal de compasión, no estaba solo, intentó abrir la jaula con su patita negra, maullaba compasivo, melancólico, él mejor que nadie comprendía como se sentía Rico. Si a él le quitasen su libertad, también moriría de pena. No sabemos cuantas horas estuvo Terco junto a Rico, ni lo que se dijeron, pero tras su marcha, Rico murió, y Terco estuvo una temporadita desaparecido.


NOTA PARA EL LECTOR:

ESTE RELATO HA SURGIDO GRACIAS A LA COLABORACIÓN DE OTRO BLOGGER. HACE UN MES APROXIMADAMENTE, ESCRIBÍ EL RELATO: " Y RESUCITÓ AL TERCER DÍA " CLIP, EL BLOGGER MENCIONADO, SE AVENTURÓ A ESCRIBIR LA VERSIÓN DE LOS ADORABLES VECINOS ROSA Y FEDERICO, Y NO CONTENTO CON ELLO, ME INSTÓ PARA SEGUIR LA HISTORIA PERO EN ESTA OCASIÓN, CONTANDO LA VERSIÓN DE RICO, EL LORO. ¡ME PARECIÓ UNA ESTUPENDA Y DIVERTIDA IDEA! ASI QUE ME PUSE MANOS A LA OBRA Y...TENEMOS LA VERSIÓN DE RICO. 
PARA LOS INTERESADOS, OS DEJO A CONTINUACIÓN, LOS ENLACES DE LOS TRES RELATOS, NO IMPORTA EL ORDEN EN EL QUE SEAN LEIDOS, YA QUE SON TRES VERSIONES DIFERENTES DE LA MISMA HISTORIA.
¡ESPERO QUE DISFRUTEN! 
¡GRACIAS CLIP, ME HA ENCANTADO ESTE JUEGO IMPROVISADO!

Y resucitó al tercer día